Paralelo Capítulo 9: Danza Individual

Atravesando el laberinto de concreto ascendente de aquel rascacielos olvidado, Gregor sentía cómo cada músculo de su cuerpo ardía en protesta. Cada escalón era un recordatorio de su humanidad agotada.

< Ya casi llego > pensó, intentando recordar en qué piso se hallaba.

Había perdido la cuenta después del piso trece, pero sabía que debía estar cerca del vigésimo. Al finalizar otro bloque de escalones, su mirada se clavó en una placa metálica, “Piso 18”, decía. A penas cuatro pisos más y alcanzaría su objetivo, pero el agotamiento lo venció, y cayó al suelo, jadeando. Afortunadamente, la comida que había conseguido a través de la Matriarca le había dado un poco más de fuerzas.

– Ojalá hoy tenga suerte – se dijo mientras descansaba, antes de levantarse de nuevo y revisar su reloj.

1:02:01… 1:02:00… 1:01:59…

Reanudó su ascenso con precaución y lentitud, apoyando sus manos en sus rodillas de vez en cuando. Subió tres pisos adicionales, cuando un ruido extraño lo detuvo. Sonaba como algo arrastrándose en el concreto del piso de arriba. Se quedó inmóvil, agudizando el oído, escuchando solo el sonido del viento.

< Probablemente no sea nada > pensó, desechando el miedo e impulsándose hacia el destino final de su viaje, pero justo antes de dar el último paso…

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Ante él se reveló la figura de Shiva, sentado tranquilamente frente a la puerta del piso veintidós. Gregor se estremeció al principio, pero la familiaridad del personaje rápidamente lo calmó.

– ¡No te asustes! –  dijo el viejo con su misma sonrisa juguetona, removiéndose su respirador – ¿Qué te trae por aquí, estimado viajero? –.

Se encontraba sentado, en una postura meditativa, observando hacia un enorme agujero que se abría al exterior, en dirección opuesta a la puerta del piso veintidós.

– Y tú, Shiva, ¿qué haces aquí? –  preguntó, intrigado.

– ¿Shiva? ¿Quién es Shiva? – inquirió el personaje, sus ojos bizcos parpadeando en confusión, como si estuviera recordando un sueño lejano. – ¡Ah! Con que así me han llamado ¿eh? El día de hoy puedes llamarme Juan, o si lo prefieres, tu aliado – agregó con una grande sonrisa en su rostro.

Un breve silencio se hizo presente ante la confusión aparente del recién llegado.

– Bueno, y ¿qué haces tú aquí, Juan? – preguntó Gregor nuevamente.

El aliado rio fuertemente, golpeándose los muslos con una exuberancia maniática. Luego, al terminar de estremecerse, tomó su respirador e inhaló profundamente, adoptando una expresión de sorpresa fingida.

– Qué desconfiado eres – respondió, dando palmadas al suelo de concreto, invitándolo a sentarse a su lado. – Ven, comparte este momento conmigo –.

Gregor se sentó junto a él, contemplando la vista de la ciudad a través del agujero.

– Mira, otro espectáculo hermoso – dijo Juan con sus ojos brillosos.

A penas se distinguían las siluetas de edificios entre la neblina a través de la apertura en la pared. El suelo y el horizonte eran invisibles, inmersos en un vasto mar de neblina y edificios aparentemente flotantes.

– ¿No me vas a decir qué haces aquí? – preguntó Juan, con un tono juguetón.

– Antes cuéntame tú – respondió defensivo.

– Oh, mi estimado viajero, no tienes remedio – Juan se rascó la cabeza, mirándolo con una mezcla de decepción y paciencia. – Solo estoy aquí para disfrutar de la vista, eso es todo –.

– ¿Me estás siguiendo? – preguntó Gregor, aún desconfiado.

– Todavía no lo comprendes, ¿verdad? – expresó su desagrado y, viendo que su interlocutor negaba con la cabeza, llevó su palma a la frente. – A veces eres un poco estúpido, un poco lento, pero no importa. Quizá hoy podrías aprender algo nuevo, si estás dispuesto –.

– Antes de continuar, necesito saber algo y espero respondas honestamente – dijo algo intimidado por la presencia de Juan, quien fijaba la mirada de su ojo derecho en él. – ¿Cómo es que me encuentras en los lugares más inesperados? –.

– ¿Yo encontrarte? ¿De qué hablas? – preguntó el aliado, genuinamente confundido. – Yo simplemente estaba aquí, disfrutando de la vista, y de la nada apareces tú. ¿No serás tú quien me encontró? – replicó con un aire de reto.

– No, yo vine en busca de información en el piso veintidós – admitió Gregor.

– ¡Aha! Con que a eso viniste ¿eh? – exclamó sonriendo, como si hubiera desentrañado un misterio.

Gregor permaneció callado, avergonzado por su franqueza.

– No te preocupes, oh no. Tú sabes que yo no puedo hacerte nada – dijo Juan animadamente. – El mundo es un lugar lleno de misterios. A veces, simplemente ocurren cosas sin necesidad de una explicación lógica. Quizás estamos aquí porque así sucedió, y ya, así de simple. Algo nació en ti cuando despertaste el día de hoy que te hizo salir y venir aquí, y a mí me sucedió igual –.

– ¿Quieres decir que nuestro encuentro estaba predestinado? ¿Que no hay libre albedrío? – preguntó con un tono de duda.

– No, no exactamente, ya te estás confundiendo, esa es tu interpretación de mis palabras – contestó al interrogatorio con seriedad. – Veo que no has aprendido nada, pero para contestar tu pregunta, permíteme proseguir con la enseñanza. Eso que preguntas no es nada sencillo de contestar –.

Juan, sentado en su postura meditativa, cerró los ojos y se quedó callado por unos minutos.

– ¿Y bien? – preguntó Gregor, ocasionando que el viejo abriera sus ojos y se colocara sus anteojos sin cristal.

– Como ya te había mencionado antes, podemos entender la Danza del mundo como una dualidad entre complejidad y entropía. Pero hasta ahora solo te he hablado de la Danza como un fenómeno universal, externo del yo – agregó, señalando el paisaje que se apreciaba a través del agujero. – Pero ¿sabías que dentro de nosotros también se lleva a cabo una danza, reflejo de la Danza del mundo? Una danza personal, como la del obelisco humano, que cesó el día que nos conocimos –.

Gregor se quedó callado, ansioso por escuchar más.

– Eso quiere decir que dentro de nosotros existe, al igual que en la Danza del mundo, una complejidad y una entropía personal. Una fuerza constructora y otra disipadora, cuya Danza, crean todos los aspectos del ser humano. No nos damos cuenta, pero desde que nacemos, la complejidad individual trabaja incansablemente para darle un sentido al caos infinito que nos rodea. Selecciona solo lo que es relevante, ignorando la mayoría de lo que podríamos percibir, con el objetivo de construir y delimitar nuestra realidad, de hacerla comprensible. Es así como separamos una cosa de otra y asignamos nombres y significados a todo lo que vemos. Por ejemplo, aquellos pilares que ves ahí – señaló hacia el exterior rojizo. – Los identificamos, los separamos del resto del mundo, y los conceptualizamos, llamándolos edificios o rascacielos. Así, los seres humanos somos capaces de conceptualizar cualquier cosa, cualquier fenómeno como una roca, un humano, un perro perro pe pe pe pe pe perro, una mesa, ¡lo que sea! incluso dimensiones que existen solamente en el mundo de la complejidad, como el tiempo o la razón. Podrías decir que es el mapa que creamos para comprender el mundo – explicó, pausando para ver si Gregor tenía una pregunta.

– Espera… ¿Quieres decir que el tiempo es una construcción mental? – preguntó intrigado.

– El tiempo existe porque nuestra complejidad individual está programada para construirlo basada en reglas biológicas que han evolucionado durante millones de años. Es útil para que nuestra mente simule escenarios o recuerde experiencias, permitiéndonos tomar mejores decisiones. Por lo tanto, sí, podría decirse que el tiempo es una creación de nuestra mente para entender la causalidad, pero nuestra mente emerge gracias a la complejidad del mundo, por lo que sigue siendo tan real como esos pilares de ahí – concluyó Juan, observando el rostro sorprendido de su interlocutor.

Gregor, curioso, preguntó.

– ¿Y qué relación tiene todo esto con el libre albedrío? –.

– ¡Qué impaciente eres, cabrón! – exclamó, soltando una carcajada. – Te va a dar algo, pareces un pinche Chihuahua – agregó, imitando el ataque de ansiedad de uno de esos perros, incluyendo ladridos agudos y meneos en todo el cuerpo.

Gregor prefirió no decir nada ante la vergonzosa, pero cómica interpretación, causando que Juan riera.

– La entropía individual, contrario a la complejidad, en lugar de construir límites, los disipa, desconociendo toda conceptualización – continuó el aliado con su discurso. – En ella, tú y yo somos uno, tú y ese edificio son uno, tú y el mundo son uno… ¡Todo es lo mismo! Además, no hay espacio para ninguna construcción, por lo que el tiempo tampoco existe ¿Y entonces qué hay? Te podrás preguntar, mi estimado viajero. Lo único que prevalece es el presente, el aquí y el ahora, reino de lo efímero y lo inexplicable, hogar de nuestra voluntad. – exclamó apasionadamente. – Este mundo de infinitos instantes puede parecer vacío y homogéneo, pero eso es porque estamos encerrados en nuestras propias construcciones mentales. La realidad es que ahí existen maravillas inimaginables, pues es el infinito mismo.

– ¿Maravillas como qué? – comentó, confundido.

– Verás, la entropía individual en todo momento está activa, procurando nuestra supervivencia, sin embargo, rara vez escuchamos lo que nos está diciendo, o porque ignoramos su mensaje, o porque ni siquiera somos capaces de decodificarlo –.

– ¿Mensaje? Espera, dijiste que en este mundo no hay espacio para conceptos, ¿cómo entonces hay un mensaje? – cuestionó, como si hubiera encontrado una falla en su discurso.

– Lo llamo mensaje por falta de una mejor palabra – aclaró Juan con un gesto de la mano. – No es un mensaje en el sentido tradicional. Es más bien la experiencia pura del presente, lo que eres capaz de percibir del caos infinito que te rodea, aquí y ahora –.

– ¿Como las emociones? – preguntó al instante, tratando de entender.

– No exactamente. Las emociones surgen como respuestas a nuestras percepciones, pero están mediadas por un proceso de interpretación. Por esta razón, alguien que sigue fielmente los principios estoicos puede modular mejor sus emociones y, por ende, su sufrimiento, independientemente de sus percepciones iniciales. Es crucial distinguir entre el dolor físico y el miedo o la ansiedad que pueden surgir a partir de ese dolor. Reflexiona sobre esto: el dolor es una sensación física, mientras que el sufrimiento es la narrativa emocional que construimos alrededor de esa experiencia. – comentó, guardando silencio antes de dar otra inhalación profunda de su respirador con una expresión que imitaba un sufrimiento genuino. – Lo que me refiero con “presente” implica los cinco sentidos básicos: la vista, el tacto, el olfato, el gusto, y el oído; y además, el sentido de nuestro cerebro, por llamarlo de alguna manera, aunque también podrías llamarlo el sentido del espíritu, presente en todos, pero reconocido por pocos – agregó, riendo y, al notar confusión en Gregor, prosiguió. –  Para conectarte con este sexto sentido, debes forzar a tu atención, usando tu voluntad, para que deje de construir la realidad. Uno debe detener su diálogo interno, cualquier pensamiento, o construcción, como el tiempo. Solo estar en el presente, en el aquí y el ahora –.

Juan sonrió al ver a Gregor tratando de asimilar sus palabras. Su boca se estiró de oreja a oreja.

– No te desesperes, mi estimado viajero, oh no. Para navegar en el mundo de la entropía individual, se requiere práctica, así que pon atención – dijo Juan nuevamente serio. – Como es imposible describir con palabras lo que hay ahí dado que los conceptos no existen, lo que sí se puede es hablar sobre los efectos que se experimentan. Por ejemplo, cuando conversas con alguien, a veces uno percibe algo más allá de sus palabras y gestos, algo inexplicable que nos da información adicional. Esa percepción puede revelar verdades ocultas, como mentiras, culpas, inseguridades, resentimientos, y muchas otras cosas más –.

– ¿Sería correcto decir entonces que ese mundo es como una forma de intuición? – preguntó Gregor, seguro de que su pregunta era atinada.

– La intuición con certidumbre fehaciente es una manera de describir una diminuta parte de este mundo, pero es mucho más amplio que eso –.

– Entonces, ¿si hay dudas, ya no es entropía? –.

– Exacto, la duda implica que estás intentando procesarlo con tu lógica, lo cual no es lo mismo que experimentar el presente. Deja te lo explico de esta manera. Imagina que sus efectos son sensaciones fugaces, que debes capturar rápidamente con tu atención antes de que escapen. A veces, se manifiestan corporalmente, como una corazonada o como una voz que ilumina tu camino. Otras, parecieran ser aleatorias, como si el cerebro percibiera imágenes ininteligibles que los ojos son incapaces de ver, o ruidos que nuestros oídos son incapaces de oír, y de la misma manera con nuestros cinco sentidos. También las experimentamos de manera involuntaria en nuestros sueños, en donde una narrativa espontánea surge, ocasionando sensaciones intensas. Pero las más extraordinarias son las percataciones. Aquí, lo que el cerebro percibe es una metáfora ¿Cómo una metáfora? Me preguntas, mi estimado viajero. Sí, una metáfora viviente que experimentas con cada célula de tu ser. La realidad como una Danza. La realidad como un flujo condicionado. La realidad como un vacío repleto. Lo que tú quieras. Uno se sumerge en una dimensión alterna, un mundo que puede observar, sentir, oler, escuchar y saborear a través del cerebro. En este espacio, uno se fusiona con la metáfora, convirtiéndose en parte de ella, y viceversa. Esta sensación, aunque efímera, puede ser tan intensa que se graba en la memoria, permaneciendo con nosotros toda la vida –.

El viento arreció su silbido, alternando entre graves y agudos, casi como si estuviera tratando de comunicarse.

– ¿Ahora piensas que estoy loco o que soy un drogadicto, cierto, mi estimado viajero? – preguntó Juan. – Lo cierto es que algunas drogas psicodélicas son una puerta a la entropía personal, sin embargo, no son necesarias para experimentarla –.

Gregor parecía perdido.

– Lo siento, Juan, pero no logro comprender –.

– ¡Eso es porque eres un necio y un pendejo! – exclamó, riendo ante la reacción sorprendida de Gregor. – Debes dejar de intentar entenderlo con tu mente y abrirte a experimentarlo –.

Gregor quedó sentado, callado, intentando vanamente detener su diálogo interno. Juan tomó de nuevo su respirador e inhaló profundamente tres veces.

– Pero no lo olvides – dijo Juan. – En este momento te he explicado la danza personal en términos duales, pero es importante recordar que esa dualidad, al igual que en la Danza del mundo, en realidad, no existe. Por eso, afirmar que la razón se origina únicamente en la complejidad personal y que la entropía personal es la verdadera cuna de la voluntad es, en cierto modo, una simplificación. Ambos aspectos son, de hecho, consecuencias de esta danza individual – explicó, rascándose la cabeza. – Así que, habiendo dicho lo anterior, contesta la siguiente pregunta, mi estimado viajero, a ver si has entendido, ¿existe o no el libre albedrío? –.

Gregor reflexionó en silencio, contemplando los pilares que parecían flotar por el vasto océano rojizo que se extendía ante él.

– ¿Existe y no existe? – concluyó finalmente, aunque su voz delataba cierta incertidumbre.

– ¡Correcto e incorrecto! – exclamó, girando sus ojos en círculos desincronizados, como si cada uno pudiera moverse de manera independiente. – La paradoja parece ser la esencia misma de la realidad cuando se le mira desde un punto de vista dual, sin embargo, cuando se le mira como una unidad, la paradoja desaparece – afirmó con seriedad. –  Mientras que nuestra complejidad personal crea límites, separándonos del mundo, creando un Yo independiente y, consecuentemente, otorgándonos un libre albedrío; nuestra entropía personal nos une con el mundo, condicionando cada una de nuestras acciones a la causalidad, o a la Danza del mundo. Por eso, al trascender la dualidad, uno descubre que ambas realidades coexisten –.

Gregor asintió, incapaz de hilar este conocimiento con su lógica.

– ¿Cómo coexisten? – preguntó.

– Abordar esa pregunta implica desentrañar una complejidad significativa. Pero, simplificando, podríamos decir que lo que a menudo consideramos como decisiones son, en realidad, más bien “reacciones condicionadas”. Por ejemplo, si alguien nos insulta y respondemos automáticamente, dejándonos llevar por la ira, estamos simplemente reaccionando bajo el influjo del momento. En contraste, las decisiones conscientes surgen no de estas reacciones impulsivas, sino de nuestra habilidad para pausar y reflexionar ante ellas. Tomando el mismo caso, si ante un insulto somos capaces de reconocer el impulso inicial de enfadarnos, pero decidimos no actuar según ese impulso, optando en cambio por calmarnos, estamos ejerciendo una “decisión libre”. Otro ejemplo se presenta cuando, deseando hacer ejercicio, sentimos la pesadez del cansancio en nuestro cuerpo y mente. La decisión libre se manifiesta cuando, a pesar de ese cansancio, elegimos superar la inercia de la pereza y nos movilizamos para ejercitarnos. En esencia, las decisiones libres se caracterizan por nuestra capacidad para resistir las reacciones automáticas y elegir un curso de acción alternativo, reflexionado y alineándonos con nuestros objetivos y valores más profundos. Además, es interesante notar que, al inicio de nuestras vidas, nuestro libre albedrío parece ser casi nulo. No obstante, a medida que maduramos, descubrimos que este puede ser cultivado y fortalecido, de un modo similar al entrenamiento físico de un músculo –.

– Pero… – interrumpió Gregor. – Incluso cuando logramos resistir ese impulso inicial y optamos por lo que tú defines como una “decisión libre”, ¿no cabría pensar que tal elección es, en realidad, una “reacción condicionada”? – inquirió, confundido, pero buscando genuinamente entender.

– Claro, visto desde la entropía individual, sí. Ahora, mirándolo desde el ángulo de la complejidad individual, también se podría argumentar que lo que considero una “reacción condicionada” también refleja una “decisión libre” del individuo. Es por eso que insisto en que la visión de la realidad como una dualidad genera innumerables paradojas. Sin embargo, al comprender la realidad como un todo unificado, estas paradojas se disuelven, porque en última instancia, la realidad simplemente es — sin divisiones, sin contradicciones –.

Hubo un silencio prolongado. Gregor, inmerso en sus reflexiones, observaba el cielo neblinoso; Juan, removiendo sus anteojos, reía esporádicamente para sí mismo, como teniendo un diálogo interno. Luego, tras varios minutos, sin previo aviso, Juan se levantó y comenzó a descender las escaleras del edificio.

– ¿Te vas, Juan? – preguntó Gregor, confuso.

El aliado se detuvo, volteó con una expresión de genuina confusión y preguntó:

– ¿Y tú… quién eres? –.

Después de una pausa donde intercambiaron miradas, Juan continuó su descenso. Gregor, aún confundido, revisó su reloj y se quedó sentado por unos momentos más antes de levantarse, resuelto a explorar el piso veintidós.

1:01:35… 1:01:34… 1:01:33…

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