Paralelo – Capítulo 6: Poder
– ¡Malditos privilegiados! – se escuchaba una cacofonía de voces y silbidos entre la multitud.
Gregor avanzaba junto a su escolta armada, y en lugar de atravesar el conglomerado hacia la puerta principal, tomaron un desvío, rodeando a la muchedumbre hacia Trinchera, calle bloqueada por derrumbes de cemento de edificios contiguos y cuyo único destino era la puerta trasera de la guarida. Las miradas de odio y resentimiento de la gente los seguían. Sus gritos e insultos iban dirigidos a la escolta, creyendo que Gregor recibía un trato preferencial. Aunque, en el fondo, sabían que podría significar todo lo contrario, pues con la Matriarca, uno nunca sabía qué esperar.
– ¡Qué has hecho, vecino! ¡Qué mierda has hecho! – la voz de Runa se perdía entre los gritos de la muchedumbre.
Los guardias avanzaban, impasibles ante la ira colectiva, pero conscientes de que una masa de odio solo requiere de una chispa, como pólvora, para detonarla y convertirla en una masa de violencia.
– ¡Que maten a los privilegiados! ¡Mátenlos! – seguían repitiendo al unísono.
Runa, desesperada y sola con el niño, gritaba al ver a su vecino arrastrado hacia lo desconocido. Gregor, hundido en sus pensamientos, apenas podía procesar lo que estaba sucediendo.
< ¿Qué quieren de mí? ¿Por qué está sucediendo todo esto? ¿Todo está ligado? ¿El obelisco humano? ¿La Matriarca? > pensaba, elucubrando diferentes teorías en su cabeza.
– ¡Muérete! – se escuchó un grito entre la muchedumbre.
En un instante de furia, un hombre encapuchado le lanzó un vaso de orina a Gregor, empapándolo por completo.
– ¡Qué sufra! – se escuchó un grito lleno de rabia de un niño de unos ocho años que imitaba el odio de la gente mayor a su alrededor.
Afortunadamente, a pesar de la tensión, no hubo quien osara detonar la bomba de ira, limitándose a insultos y basura.
Al doblar en Trinchera, el escenario cambió. Nunca antes Gregor había transitado por esta calle tan peculiar. El camino estaba repleto de escombros que parecían no yacer al azar, como si estuvieran estratégicamente dispuestos, formando un pasillo de obstáculos rocosos hacia una imponente puerta roja. Mientras avanzaban, sorteando los restos de escombros, notó que la magnitud de la guarida cúbica era mucho más grande e intimidante de cerca. Los grandes ventanales ofrecían una vista del interior, revelando un espacio lleno de luz y actividad constante. Los barrotes que cubrían la estructura cúbica se hallaban adornados con una capa de suciedad y grafitis. Y adicionalmente, un tenue zumbido eléctrico rompía el silencio circundante, insinuando la existencia de un sofisticado sistema de seguridad oculto.
Una vez llegaron al fondo de la calle, uno de los guardias escoltas emitió un ruido similar al graznido de un cuervo, y de inmediato, la puerta roja se abrió, produciendo un fuerte rechinido. Al entrar, se encontraron con una fachada de cemento, ostentando una puerta de dos hojas por la que dos de los tres guardias entraron. El tercero, el de menor tamaño y musculatura, pero el de mayor rango, evidenciado por una única estrella en su traje, le instó amablemente a seguirlo por un pasillo a su izquierda.
Era un camino estrecho, bañado en una luz de neón blanca, intensa y casi opresiva que, combinada con las paredes de concreto, erosionadas por la lluvia y manchadas de negro, creaba una atmósfera visceral y nauseabunda. En el suelo, dos jardineras de cemento limitaban un pasillo de cerámica ajedrezado blanco y negro.
Ante ellos se abrían dos posibles caminos. A lo lejos, una puerta de madera vieja y rústica, aunque de buen gusto, contrastaba con el ambiente nauseabundo, ofreciendo un respiro visual. El otro camino, situado a mitad del pasillo, consistía en un desvío que descendía por escaleras de cemento hacia lo que parecía ser el sótano de la guarida. Conforme caminaban, Gregor reflexionaba sobre las dos opciones. Por un lado, la puerta de madera, con su encanto, era un punto luminoso en la oscuridad opresiva; sin embargo, sabía que la belleza a veces es solo cebo para los incautos. Por otro, las escaleras descendían, un detalle que raramente presagiaba algo bueno.
Avanzaron hasta la mitad del pasillo, donde el guardia se detuvo. Luego, giró, dio dos pasos hacia atrás, y señaló las escaleras.
– Baja, te están esperando – dijo el guardia, con sequedad.
< Demonios, yo quería la puerta > pensó.
– ¡Pero como vas, perro! ¿Qué esperas? – exclamó, colocando su mano en uno de los finos cuchillos que colgaba de su cinturón de látex.
Pese a su baja estatura y su complexión ectomorfa, desprendía la energía y la confianza de un extraordinario guerrero.
Gregor comenzó a descender lentamente. La oscuridad era completa, obligándolo a confiar en el tacto de sus manos. La pared era fría y húmeda, una sensación agradable al tacto, pero el aire tenía un olor agrio y bochornoso. Al toparse con un muro, giró a la izquierda, siguiendo el único camino disponible, hacia donde una luz tenue iluminaba el pasaje. Se encontró nuevamente con pared y giró a la derecha. Una luz entraba desde una apertura rectangular, deslumbrando su vista. No podía ver qué había más allá, sin embargo, justo antes de la entrada, había un letrero de madera junto a una cubeta vacía.
Desnúdate
Decía el letrero, pintado con brochazos gruesos y firmes.
Consciente de que no tenía alternativa, Gregor acató las órdenes, quitándose las pesadas botas, su chamarra y unos pantalones verdes rasgados. Luego, ligero como una pluma, y vulnerable como un niño, se sumergió en el rectángulo de luz.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Entró en un salón rectangular, iluminado por potentes focos de luz blanca que eliminaban cualquier sombra. Vacío, sin muebles ni personas, el aroma a copal era lo único que habitaba el tétrico lugar. Además, las paredes estaban cubiertas en su totalidad por enormes espejos, reflejando los cuadros de cerámica del suelo ajedrezado, y atestando la visión de sus dos colores alternados, uno azul rey y uno blanco. Lo único resaltante, era otro rectángulo negro al otro extremo del salón, un acceso oscuro que prometía más misterios.
Caminando, se vio obligado a confrontar su reflejo en los espejos. La imagen era tan nítida que parecía irreal, mostrando cada imperfección y cada huella de sufrimiento. A pesar de sus esfuerzos por desviar la mirada, el espejo lo atraía irresistiblemente. Observó sus arrugas, su piel rojiza, sus costillas estirando su piel, su cabelló largo y escaso, y su semblante que alternaba entre lo joven y lo viejo. Un temblor involuntario recorrió su cuerpo, no por frío, sino por un miedo inefable que se apoderó de él.
Lentamente, se acercó al espejo, tocando su superficie fría y reflectante con sus dedos. Se quedó allí, cautivado por su propio reflejo, hundiéndose en la imagen durante largos minutos hasta que su conciencia de tiempo y espacio comenzó a desvanecerse, dejándolo en un mar de formas y colores que se unían en un baile repulsivo y nauseabundo. Aquello que veía era el núcleo del caos, un presente monstruoso.
Tras unos momentos, su mente se ancló nuevamente en la realidad estructurada. Delante de él, el hombre seguía ahí, pero ahora se sentía desconectado, casi extranjero a su propio reflejo. A pesar de que su memoria albergaba los recuerdos de aquella persona, sentía como si no le pertenecieran, como si se trataran de alguien más. En el intento de apaciguar sus sentimientos, se dirigió a la oscura puerta, sin apartar la vista del espejo. El reflejo lo acompañaba, replicando cada uno de sus movimientos con una precisión perturbadora, cada paso, cada inclinación, cada parpadeo. Era un reflejo de sí mismo, y al mismo tiempo, no lo era, como si se tratara de un impostor.
Al llegar al otro extremo, junto al rectángulo oscuro, algo atrajo su atención de manera abrupta. El hombre del espejo había sufrido una transformación que había pasado desapercibida pese a no quitarle la vista de encima. La imagen ya no mostraba a un ser frágil y triste, sino a un individuo rebosante de energía, con un contorno marcado por sus músculos robustos, una barba y cabello castaño que irradiaban vitalidad, un semblante de nobleza, y una presencia imponente, potenciada por el tono azul real del suelo. El cambio fue tan sorprendente que no podía creer no haberlo notado antes. La figura reflejada ahora parecía provenir de un mundo completamente distinto, un ser que evocaba la imagen de un dios.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Inesperadamente, los focos se apagaron, sumiendo al salón en oscuridad y en un silencio absoluto, pero antes de que su mente pudiera procesar lo que acontecía…
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Las luces volvieron a encenderse abruptamente. Sin embargo, algo había cambiado. El reflejo del espejo ya no mostraba al ser poderoso, sino al ser desgastado y ojeroso que le era tan familiar. Tomó una respiración profunda, y tras unos momentos, entró al rectángulo de oscuridad.
En la penumbra absoluta del nuevo túnel, Gregor se dejó guiar por el tacto nuevamente. El aroma a copal se hacía más intenso, mezclándose con la humedad cálida del ambiente en una combinación casi asfixiante. Notó que el suelo bajo sus pies era suave, similar a una alfombra, y al extender las manos, descubrió que las paredes del estrecho túnel estaban revestidas con el mismo material.
Su mente se nublaba bajo la presión del ambiente opresivo, como si estuviera en un estado de consciencia alterada, sintiendo que en cualquier momento podría desmayarse.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
En la oscuridad del túnel, a lo lejos, Gregor escuchó un bullicio alarmante, demasiado ambiguo como para discernir su naturaleza.
< ¿Qué es eso? ¿Susurros? ¿Conversaciones?…
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Antes de que pudiera concluir sus teorías, el suelo bajo sus pies desapareció repentinamente. Por instinto, extendió las manos esperando el impacto, que ocurrió más pronto de lo esperado: era solo un escalón. Al caer, sus manos se hundieron en un líquido viscoso y abundante. Se levantó rápidamente, movido por el instinto, tratando de palpar las paredes para orientarse, pero habían desaparecido. Al parecer, ahora se encontraba en un nuevo salón, rodeado de oscuridad.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
De repente, un sonido cercano, diferente al bullicio distante, hizo acto de presencia, causando un escalofrío que recorrió su columna vertebral. Algo se arrastraba sobre la alfombra. Los ojos de Gregor, poseídos por el terror, recorrieron frenéticamente sus alrededores, detectando solo la negrura espesa del ambiente. Dio dos pasos hacia atrás, pero…
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Al dar el segundo paso, su pie izquierdo tropezó con algo que se zafó inmediatamente, emitiendo un chillido agudo. Gregor cayó de nuevo al suelo. Mientras intentaba levantarse, escuchó un nuevo ruido, esta vez detrás de él, que parecía acercarse a él rápidamente. Consumido por el miedo, comenzó a correr. Sin embargo, al dar unas cuantas zancadas, su cuerpo se paralizó, deteniéndose en seco. El bullicio, anteriormente distante, se esclareció: parecía un coro de gemidos y balbuceos.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
En medio de un pánico momentáneo, reanudó su carrera en la oscuridad, pero antes de poder distanciarse del ruido, su rodilla chocó contra algo duro, lo que desencadenó otro agudo chillido de aquello contra lo que colisionó y su caída, por tercera vez. En esta ocasión, no cayó al suelo, sino sobre algo suave, cálido y que parecía estar vivo. Aunque la claridad de sus pensamientos se esfumaba, una aterradora certeza lo invadió: algo, o alguien, estaba acechándolo, y parecía estar en todas partes.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Antes de que pudiera ponerse de pie, sintió una fuerza que jalaba su cuerpo hacia el suelo, bloqueando cualquier intento de escape. Manos sudadas, manos frías, manos gruesas, manos pequeñas, manos de todo tipo se aferraban a él. Envolvían su cuerpo, apropiándose de él a la fuerza, pero sin lastimarlo. A su alrededor, el bullicio se esclareció, permitiendo escuchar claramente gemidos en distintas tonalidades, gente besándose y tocándose, gente follando salvajemente, todos contra todos. Hombres, mujeres, viejos, jóvenes, y niños, todos siendo parte de una orgía a ciegas.
Algunas manos se transformaron en uñas, y otras, en lenguas y genitales. Estaba paralizado, pero experimentando todas las sensaciones con lucidez. Fluidos salpicaron en todas direcciones, mientras que los gemidos crecían de intensidad, transformándose en gritos de placer. No podía respirar. Pelos y pedazos de carne invadieron su boca y todas las cavidades de su cuerpo. Él permaneció inmóvil, cediendo ante esa fuerza imparable hasta que una neblina, aún más oscura que la totalidad del lugar, comenzó a cegar su percepción. Toda sensación cedió y se disipó, siendo la última en registrar, un rasguño húmedo a la altura del ombligo.
Al recobrar la consciencia tras un lapso indefinido, Gregor abrió los ojos y se encontró de nuevo en la misma oscuridad, ahora desierta. La claridad mental aún no le había regresado completamente. Se sentía como si estuviera bajo los efectos del alcohol, como si hubiera consumido una botella entera de aguardiente. Se puso de pie, utilizando como apoyo los charcos de líquidos viscosos sobre la alfombra, y comenzó a andar a tientas en la penumbra por un período igualmente incierto, impactando una y otra vez con la pared forrada de alfombra. ¿Cuánto tiempo pasó golpeándose contra el muro? Su memoria jamás lo retendría con claridad, pudieron ser minutos, horas o incluso días.
Su memoria perdió su agarre con la realidad nuevamente. Sin embargo, al regresar, se encontró en un salón con paredes de tonos rojizos, frente al trono de la Matriarca. Ella, sentada con las piernas cruzadas, lucía una sonrisa malévola que evidenciaba una enorme verruga encima de sus labios arrugados, una imagen que contrastaba con las fotografías de los escenarios móviles. Además, sobre su obeso y mórbido cuerpo, yacían restos de moronga vieja y caduca. A pesar de su distancia, el olfato de Gregor detectaba el hedor moribundo que emanaba aquella figura. “Poder es moldear la voluntad de los demás a tu antojo” decía ella masticando comida. “Para lograrlo, lo único que se necesita es poseer la información adecuada: saber dónde radica el poder de los demás” agregaba en repetidas ocasiones dentro de un largo discurso que él no lograría recordar.
Despertó nuevamente, todavía en un estado de embriaguez. Ahora se encontraba en un pequeño cuarto, sentado en una pequeña silla de madera. Sentía un fuerte dolor en la cara y en sus costillas. “¿Cuáles son tus planes, perro?” preguntaba uno de los guardias. “¡Este pendejo es un debilucho! ¡Míralo! ¡No puede ni hablar!” se burlaba otro guardia, soltando una carcajada. La boca de Gregor estaba inundada de un líquido viscoso con sabor a metal. Lo estaban interrogando. “Te conviene estar de nuestro lado” dijo el mismo guardia que preguntó por sus planes. Gregor no podía moverse; todo lo que podía hacer era observar el pequeño cuarto y a sus captores. “Tú no eres como los demás, tú eres especial. Estamos siendo buenos contigo, deberías estar agradecido” insistía el guardia.
Al recobrar su consciencia nuevamente, se encontró atrapado en un laberinto de corredores sin salida. Exhausto y al borde del desvanecimiento, vislumbró un haz de luz solar entrando por una puerta distante. Con un esfuerzo supremo, se arrastró hacia la luz. Aunque había guardias rondando, parecían indiferentes a su presencia, así que continuó su camino.
Inesperadamente, se encontró fuera de la guarida, en la explanada desierta bajo el sol del mediodía. La luz nunca había sido tan abrasadora y reconfortante simultáneamente. Recobrando poco a poco su consciencia, notó que su mano izquierda sostenía una bolsa pesada de provisiones, y su derecha, un libro de cubierta gruesa. “Animales” decía el título encima de una extraña creatura emplumada de ojos saltones en la portada.
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