Paralelo – Capítulo 41: Epílogo

González, erguido junto a la imponente figura de la Matriarca y de una versión móvil y mejorada de la máquina de poder, contemplaba fascinado cómo se desplegaban ante él dos vastos ejércitos en ese escenario despejado, circundados por edificaciones monumentales bajo un cielo teñido de rojo. Los guerreros, en una espera tensa, se mantenían listos, atentos a cualquier señal de sus líderes, preparados para enfrentarse en el campo de batalla. La magnitud de ambos contingentes era impresionante, miles de almas unidas por un propósito común.

La voz de Pluma, líder enérgico al frente del ejército de Anigma, resonaba con autoridad a través del flujo del viento. – ¡Observen a su alrededor, compañeros de guerra! – exclamó pasionalmente. – ¡No hay gloria mayor que combatir al lado de quienes consideras hermanos, ni honor más grande que entregar la vida junto a quienes comparten tu lucha! –.

Sin decir una sola palabra, la Matriarca asintió, dirigiendo la mirada hacia González, un gesto que no necesitaba palabras para comunicar su intención. El enano, con una expresión de preocupación y resignación, regresó el gesto, asintiendo. Luego, con movimientos medidos, extrajo de su bolsillo un control remoto, cuyo único botón rojo ardía con un ominoso presagio de poder. Al presionarlo, una descarga masiva de electricidad comenzó a surcar la máquina, iluminando el campo con un espectáculo de energía que anunciaba el inicio de algo trascendente y ocasionando desconcierto en el ejército contrario de Yo.

– Es probable que el miedo se haya infiltrado en los corazones de algunos entre nosotros – seguía diciendo Pluma, mientras el espectáculo de luces acontecía. – Abracen ese miedo, permitan que se convierta en su aliado, pues es prueba de la gloria y la grandeza que nos espera, en esta vida o en la otra. Luchemos, hermanos. Luchemos por un mejor mañana y por la gente que amamos. ¡Juntos venceremos! ¡Por nuestra gente y por nuestra tierra! ¡Avancemos sin temor! ¡Avancemos hacia nuestra victoria! – clamaba con fervor, resonando en cada corazón.

Al concluir sus palabras, señaló hacia Yo, y el ejército, comenzó su marcha con renovado brío.

En ese instante, el sonido emanado de la máquina escaló a un rugido ensordecedor, eclipsando temporalmente los cantos bélicos de las tropas enfrentadas. Luego, de su seno, emergió un vasto contenedor que aprisionaba una plétora de especies de criaturas talladas en madera, preparando su ataque mortal. La corriente eléctrica se multiplicó en intensidad y la luz se transformó en un resplandor deslumbrante, equiparable al fulgor del sol, provocando que el ejército enemigo se viera obligado a retroceder ante su presencia.

(¡BOOM!…)

De repente, el estruendo convergió en una explosión gigantesca, desencadenando un rayo de luz blanca de intensidad cegadora. Sin embargo, la dirección de la energía no fue la esperada, abalanzándose directamente en la creadora de la máquina y en su ejército, asesinando a miles de personas inocentes en el acto. La figura de la Matriarca, sentada en su trono de guerra, había quedado completamente carbonizada, un testimonio de su insaciable sed de poder y de su poco poder personal, ahora extinguida en un abrir y cerrar de ojos.

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