Paralelo – Capítulo 39: El Verbo

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Ciento veinte… Ciento veintiuno… Ciento veintidós…

A pesar de las numerosas heridas y el cansancio de su cuerpo, Gregor ascendía con una velocidad y resolución inquebrantables, energizado por la ira que lo había rescatado del fondo. La sola memoria de los entes y de los espectros mofadores, especialmente Jerome, encendía su sangre con una fuerza explosiva y casi violenta. Se sentía impulsado por un deseo de superación ante cualquier adversidad, movido por un objetivo único y claro: la venganza.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Quinientos  tres… Quinientos cuatro… Quinientos cinco…

Carecía de un plan definido o un destino concreto. Sin embargo, de las profundidades de su mente emergían imágenes aleatorias, de naturaleza casi onírica, donde se veía a sí mismo ejerciendo como un juez implacable sobre los pecadores. La sola idea de ocasionar sufrimiento a todos aquellos quienes lo habían herido le otorgaba una extraña sensación de placer que, por ahora, parecía también dotarle un significado a su existencia, un significado para seguir subiendo.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Mil doscientos ochenta y tres… Mil doscientos ochenta y cuatro…

Al voltear hacia arriba, notó la oscuridad a su alrededor, ni siquiera un pequeño destello de luz que pudiera sugerir la salida del pozo. Y ahí, en aquel vacío, su ineludible compañera, la muerte, aún lo acechaba desde el abismo, observándolo con detenimiento a través del inquietante brillo de su único ojo, nunca dejando de vigilar cada uno de sus movimientos.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Mil seiscientos veintidós… Mil seiscientos veintitrés…

A pesar de la furia incandescente que lo impulsaba, poco a poco, el agotamiento y el dolor de sus heridas comenzaron a pasar factura. Apenas había recorrido una fracción mínima del trayecto, y cada tramo del ascenso se volvía una odisea cada vez más ardua. Aun así, con una tenacidad repleta de obstinación, continuó su escalada durante lo que parecieron horas interminables, concediéndose a breves pausas cuando el ardor lacerante en sus músculos amenazaba con doblegar su voluntad.

< ¿Acaso seré capaz de subir? > se preguntaba con incertidumbre.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Tres mil novecientos ochenta… Tres mil novecientos ochenta y uno…

Empapado de sudor y con los pulmones batallando por cada inhalación de aire, el recuerdo de las figuras burlonas encendía fugazmente su ira, devolviéndole su confianza y algo de energía para continuar subiendo. Pero, cada descanso comenzaba a tornarse en un momento de reflexión, un tiempo en el que los pensamientos oscuros emergían sin ser convocados, evocando la misma tristeza y el dolor que había experimentado en el fondo.

< Ya no puedo. Esto es muy difícil ¿Y si te rindes? No, no es cierto. Sí puedes. Tú puedes ¡Ánimo! ¡Eres un guerrero! Todo va a estar bien >.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Cuatro mil ciento cinco… Cuatro mil ciento seis…

El dolor intenso y el entumecimiento de sus músculos detuvieron nuevamente su ascenso. Se sentía derrotado, traicionado por su pasado inmediato, donde creyó que podría subir solo a base de ira. Quería llorar, pero su cuerpo parecía haber agotado todas sus lágrimas. Un calor abrasador recorrió su cuello y cabeza, mientras la desesperación y ansiedad lo invadían al pensar en lo que aún le faltaba por subir. Tras respirar hondo y reunir fuerzas, logró calmarse. Luego, con esfuerzo, ató su chamarra a la escalera y se dejó caer sobre ella, permitiendo que su cuerpo descansara completamente. En pocos instantes e involuntariamente, cayó en un profundo sueño.

Durante ese sueño, perdió toda noción del tiempo. Podrían haber pasado minutos, horas, días, meses, o incluso años. No obstante, en este tiempo, solo recordó destellos de un sueño en particular: estaba en el centro de una enorme sala de ladrillos rojos, con cientos de gigantescas tuberías desembocando en ella. Recorrió el lugar, observando los tubos, oyendo el estruendo del agua a presión que se acercaba, como si estuviera a punto de ser inundado por una fuerza titánica. El sonido crecía de intensidad, llenándolo de ansiedad ante la amenaza de una muerte inminente, aunque el agua nunca llegaba.

Al despertar, se encontró en la oscuridad aún suspendido por su chamarra, reviviendo las sensaciones febriles que su sueño le había provocado y observando sus alrededores. La única visión discernible en esa negrura era la mitad de su rostro pálido, que parecía haberse desplazado unos centímetros más cerca durante su descanso, intensificando el olor a humedad. Gregor, consciente de que la muerte lo acechaba, desató su chaqueta y retomó su ascenso por un tiempo indefinido.

< Vamos. Ya llevas la mitad del camino. Tú puedes >.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Cuatro mil novecientos siete… Cuatro mil novecientos ocho…

Su travesía se había convertido en un ciclo repetitivo, en el cual canalizaba su atención hacia el recuerdo de las entidades burlonas para encender su ira. Lamentablemente, este impulso se desvanecía rápidamente, obligándolo a tomar pausas para desentumir sus manos, dejando paso a una corriente de pensamientos pesimistas los cuales tenía que vencer para continuar ascendiendo. Este patrón, marcaba el ritmo de su ascenso, un ritmo que perdía rapidez y determinación con el paso del tiempo.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Cinco mil cuatrocientos setenta… Cinco mil cuatrocientos setenta y uno…

De manera abrupta, en uno de sus descansos, una intensa ola de desesperación emergió, liberando un grito lacerante. Con la visión nublosa, sentía que en cualquier momento se desmayaría y caería al vacío. Ahora, a pesar de evocar su enojo, su cuerpo carecía de la energía necesaria para seguir subiendo, dejando una resignación que fue inmediatamente ocupada por la tentadora noción de soltarse, de rendirse a la desesperanza y poner fin a su agonía de una vez por todas.

< Esto es demasiado difícil. Tal vez rendirme es la única salida. Quizás así por fin pueda descansar. Quizás así termine todo el sufrimiento. No, no es cierto. Tú puedes. Ya llevas la mitad. Tú eres fuerte. Eres un guerrero. Vamos, sigue adelante. Todo va a estar bien > pensó, antes de retomar su camino con una pereza notable.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Cinco mil setecientos ochenta y ocho… Cinco mil setecientos ochenta y nueve…

Rápidamente, en un nuevo descanso, los pensamientos derrotistas regresaron.

< Ahora sí ya no puedo. Sería más fácil rendirme. Solo necesito soltarme y todo terminará. Es lo único que necesitas. El coraje para soltarte ¡Solo suéltate! ¡Sin miedo! ¡Solo hazlo! > reflexionaba mientras respiraba con dificultad.

En ese instante crítico, cuando su voluntad estaba a punto de rendirse, al levantar la vista, captó un fugaz destello luminoso, semejante a una estrella distante perdida en la inmensidad del cosmos, la salida del pozo, una señal que su progreso era visible. Motivado por esta revelación, persistió.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Seis mil ochocientos cinco… Seis mil ochocientos seis…

Avanzó, una vez más, por un periodo indefinido. A pesar de su condición física, conservaba un conteo preciso de los peldaños en su mente. Lo que inicialmente era una tenue luz, semejante a una estrella distante, empezaba a brillar con mayor intensidad de manera muy gradual. Este sutil incremento en la luminosidad marcaba, paso a paso, su lento pero incesante progreso hacia la cima.

Satisfecho por su esfuerzo, volvió a atar su chamarra a la escalera, y volvió a quedar dormido. Esta vez, experimentó un sueño que, en esencia y emociones, guardaba similitudes con el anterior, pero variaba en escenario. Se veía a sí mismo en las vastas profundidades del océano, nadando sin protección alguna en un entorno donde los corales más exuberantes y criaturas de tamaño monumental coexistían: tiburones, orcas, medusas, e incluso seres desconocidos de formas intimidantes. Todas ellas, deslizándose a su alrededor.

Al despertar, desamarró su chamarra, volteó hacia arriba, dispuesto a seguir subiendo, pero…

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Se dio cuenta que la estrella distante que había visto anteriormente se había esfumado, mientras que el ojo de la muerte se había aproximado unos cuantos centímetros más.

< ¿Será de noche? > se preguntó brevemente, antes de continuar su camino.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Ocho mil nueve… Ocho mil diez…

La cima del pozo permanecía oculta, pero Gregor no se detuvo. Ya no era el enojo lo que impulsaba sus pasos, sino la proximidad a los diez mil escalones, su ferviente deseo por llegar a su destino final.

< Ya casi llegas. Tú puedes. Falta poco. Falta muy poco. Vamos > se decía en su cabeza, más fatigado y harto que nunca.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Nueve mil ochocientos noventa y nueve… Nueve mil novecientos…

A tan solo cien escalones del final, una incertidumbre tortuosa lo asaltaba. A pesar de su cercanía, la cima del pozo seguía oculta. Una parte de su ser atribuía esta invisibilidad a la oscuridad de la noche; pero, una inquietud más profunda comenzó a germinar en su interior, dando lugar a teorías cada vez más siniestras. Impulsado por un resquicio de esperanza y agotando sus últimas reservas de energía, se lanzó en un esfuerzo final, ascendiendo los últimos cien escalones.

Nueve mil novecientos nueve… Diez mil…

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Al alcanzar el último peldaño, la cruda verdad de sus temores se reveló: no había llegado a ninguna parte. Aún se encontraba prisionero dentro de ese pozo, rodeado por la oscuridad total de un túnel tanto estrecho como interminable. Era una situación que desafiaba cualquier intento de explicación lógica, sumergiéndolo en una realidad desoladora: estaba perdido en un abismo sin fondo, un lugar que solo podría compararse con el infierno.

< ¿Será posible que me haya equivocado en el conteo? ¿Qué me haya saltado algún número? > se preguntaba desesperadamente, buscando una conclusión.

Ante la ausencia de respuestas, ascendió otros cien escalones, esperando vencer su incertidumbre, pero solo encontró la nada. Sin rendirse, continuó subiendo primero doscientos y luego trescientos escalones más, enfrentándose cada vez al mismo insondable vacío.

< ¿Cómo puede ser? Por favor díganme que esto no es posible. Que esto es tan solo un sueño. Por favor. Tan solo un mal sueño >.

En ese momento de desesperanza, a pesar del tenaz esfuerzo de su voluntad por aferrarse a la vida, su cuerpo se rindió. Sus manos, entumecidas por el exhaustivo esfuerzo, finalmente perdieron el agarre.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Inició su descenso hacia el vacío y, a pesar de la oscuridad que lo rodeaba, su caída se percibía como si se desarrollara en una cámara lenta inquietantemente clara, canalizando todas sus sensaciones hacia un único sentimiento abrumador: un intenso arrepentimiento por haberse rendido.

En ese momento, en un destello fugaz, su vida entera se desplegó ante sus ojos en una secuencia vertiginosa, como fotogramas de una película en acelerado. Cada momento, desde los más insignificantes hasta los más trascendentales. Desde el primer abrazo y beso de su madre al nacer, hasta las risas en familia, cada lágrima en soledad, los triunfos y fracasos, su captura por la Matriarca, su última conversación con Runa, su encuentro con el Chef, sus descubrimientos arqueológicos, el dulce aroma y la sonrisa de Tara, la misión de la que fue prisionero, su escape, sus encuentros con Shiva y su rápido descenso hacia el hoyo negro donde se hallaba. Todo convergió ahí, en ese instante, otorgándole no solo una visión panorámica de su existencia, sino una perspectiva distinta y más completa de su vida y de la de los demás.

Revivió recuerdos que habían quedado en el olvido, entre ellos una frase que su Padre le había enseñado y que había desvanecido con el tiempo: “Son los más miserables, aquellos que más sufren, quienes utilizan todo su poder para arrastrar a otros al mismo infierno que consideran su hogar”. Además, redescubrió dos verdades que, aunque conocidas, transformaron de inmediato su presente: por un lado, la innegable dureza de la vida, a menudo cruel, que se cierne sobre todos los seres humanos, dejando a nadie exento del sufrimiento sin importar su situación, incluso a aquellos a quienes envidiamos por lo que parecen tener. Y, por otro, que es ese mismo sufrimiento el que traza el destino de una persona, transformándola en un monstruo o impulsándola a superarse para alcanzar su mejor versión, por imposible que sea. Una versión que no solo abraza el sufrimiento, sino que lo utiliza como material para forjar una espada letal y un escudo protector indestructible.

Mientras caía, una certeza irrefutable lo invadió: no quería morir. Sin embargo, era demasiado tarde, ya que continuaba en caída libre, y simultáneamente, la muerte, emergiendo desde las profundidades del abismo, avanzaba hacia él con la precisión y velocidad de un depredador que ha seleccionado el instante exacto para asestar su golpe.

< NO QUIERO MORIR. POR FAVOR. AYUDA. DARÍA LO QUE SEA POR VIVIR. LO QUE SEA. TE LO JURO > suplicaba, mientras la velocidad de su caída incrementaba a una velocidad atemorizante.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Su brazo, moviéndose casi con voluntad propia, intentó desesperadamente aferrarse a los peldaños. Pero, la implacable fuerza de gravedad superaba el poder de su agarre. En ese momento, un terror visceral e indescriptible ante la incertidumbre de lo que le esperaba, se adueñó completamente de él.

< DIOS, POR FAVOR. AYÚDAME. AÚN TENGO MUCHO POR HACER. SI ES QUE ESTÁS AHÍ, SI ES QUE EXISTES. NO ME DEJES MORIR ASÍ. ES LO ÚNICO QUE TE PIDO >.

En aquel instante, su cuerpo se estrelló contra la fría pared de ladrillo y los duros escalones metálicos, en una caída sin control. Cada golpe resonaba dolorosamente en cada célula de su cuerpo, exhausto y sediento de reposo. La muerte, acechando a escasos milímetros de distancia, abrió su único ojo en un círculo perfecto y, extendiendo lentamente su brazo, señaló a Gregor con su índice, lista para tocarlo.

< DIOS, TE LO REPITO. POR FAVOR SÁLVAME. TE PROMETO QUE SI ME AYUDAS, SI ME SALVAS, TE PROMETO QUE…

(¡Pum!… ¡Pum!…)

En un desesperado esfuerzo por sobrevivir, su cuerpo se estiraba y contraía, golpeándose una y otra vez. Sin embargo, de forma casi milagrosa, sus esfuerzos dieron fruto. Se encontró aferrado a un peldaño, deteniendo su descenso abruptamente. Tal vez, en un acto de divina intervención, sus plegarias habían sido escuchadas, o quizás, gracias a su desesperación, había logrado salvarse a sí mismo.

Aferrado de la escalera metálica, se encontró contemplando seriamente los eventos recientes, esperando a que el dolor se apaciguara. Jamás había sentido una gratitud tan profunda por su existencia; agradecido por estar vivo en una realidad despiadada, por haber resistido a través de innumerables adversidades y vejaciones, e incluso agradecido por seguir en un pozo que parecía no tener fin. Había comprendido que la vida era su bien más preciado, irremplazable por cualquier cosa en el mundo. Además, también brotó en él una sensación de felicidad que, aunque no albergaba un amor genuino hacia todos, especialmente hacia aquellos que le habían causado dolor, sí albergaba un entendimiento sobre sus circunstancias, lo que disipaba su rencor y odio hacia ellos. Era una sensación cálida en el vientre, un deseo por el bienestar de los demás.

Con ese sentimiento, amarró su chaqueta y pronto cayó en un tercer sueño. Esta vez, se encontró en un paisaje tanto surrealista como hermoso, como si se tratara de otro planeta. Estaba sobre un risco bajo un cielo rosado, mirando hacia un extenso mar cuyas gigantescas olas impactaban contra las rocas, rociando su rostro con pequeñas gotas de agua. A su alrededor, animales gigantescos deambulaban, pero a diferencia de sus sueños anteriores, no era el miedo lo que dominaba su sentir, sino un ferviente deseo de aventura.

Al despertar, suspendido aún en el aire, Gregor reflexionó por unos momentos y luego, levantó la vista hacia la cima. La sensación cálida en su vientre, que lo había acompañado antes de quedar dormido, se había atenuado, pero seguía presente, tan tangible como la oscuridad que lo rodeaba. Sin saber cuánta distancia lo separaba aún de su objetivo, retomó su ascenso con renovado vigor.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Su ritmo se había transformado. La velocidad y la impulsividad que lo caracterizaban cuando la ira controlaba sus acciones habían disminuido. Ahora, impulsado por una forma elemental de amor, su resistencia se había fortalecido, otorgándole una cadencia más uniforme y segura.

< Tú puedes. Ánimo. Eres un guerrero. Tú puedes >.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Así comenzó un nuevo ciclo, donde alternó entre etapas de ascenso y descanso, notando que las pausas, donde pensamientos oscuros aún se asomaban sin clemencia, se volvían cada vez menos necesarias, como si su cuerpo se estuviera fortaleciendo lentamente gracias al constante esfuerzo y trabajo. Y, además, le era más fácil someter a su mente y a sus emociones con mayor maestría, recordando constantemente el aprendizaje de su caída.

< No eres el único que sufre o que vive en un infierno. Sigue así. Tú puedes >.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

A pesar de su agotamiento, las heridas y la dificultad para respirar, experimentaba una vitalidad renovada que mitigaba la dureza del ascenso. No es que el sufrimiento hubiese cesado, seguía allí, tan real como antes. No obstante, ahora lo canalizaba para impulsarse hacia arriba, como una espada, transformando lo que parecía un sendero imposible en uno considerablemente más transitable.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Así, ascendió por innumerables escalones, quizá miles o quizá millones, durante un lapso incierto y duradero. La distancia restante hasta el final ya no ocupaba sus pensamientos; ni siquiera sabía si existía una cumbre que alcanzar. Se limitaba a avanzar, paso a paso, peldaño tras peldaño, dejando de lado cualquier atisbo de pereza o anhelo de descanso, perseverando con gran disciplina cada día.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

A pesar de los pronósticos adversos, perseveró y perseveró. Sin un destino claro, continuaba ascendiendo paulatinamente, alejándose de la muerte.

Con el tiempo, su comprensión de las circunstancias de las personas se profundizó, evolucionando hacia un amor genuino. Esta capacidad de amar a otros, incluyendo a individuos complicados como el Chef, Jerome, o cualquiera de los líderes de esta historia, se fortalecía a medida que percibía más claramente las experiencias que los habían moldeado. La sensación cálida y reconfortante en su vientre se intensificaba lentamente con cada paso, evocada únicamente por su voluntad. Y a medida que este sentimiento crecía, su camino se hacía cada vez más sencillo.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Desafiando el agotamiento y tras un esfuerzo sobrehumano, al elevar su mirada, una luz blanca y deslumbrante lo tomó por sorpresa, irradiando desde arriba. Curiosamente, no delineaba el final del pozo con una forma circular como esperaba, sino que emanaba un brillo dinámico, fluctuante, semejante al de un fuego vivo. Impulsado por su curiosidad, siguió ascendiendo. La luz creció hasta ser abrumadora, desplegando ante él un espectáculo asombroso dentro del pozo: una zarza ardiente en llamas que, curiosamente, no se consumía. Entonces, cautivado, se permitió un respiro a unos pocos centímetros, maravillándose ante el fenómeno, pero sin atreverse a tocarlo.

– ¡Mi estimado viajero! – resonó una voz enérgica.

– ¡Ernesto! – exclamó él, sorprendido y escaneando los alrededores en busca del peculiar personaje de ojos bizcos y nombres variados.

No había nadie a la vista, solo él, su muerte y la zarza ardiente.

– Veo que no has olvidado mis palabras y, aunque aún te queda un largo camino por recorrer, aún estás vivo, lo que me complace – dijo la voz, seguida de la risa pueril característica del viejo. – ¿Estás preparado para la última lección? –.

Gregor, absorto, no respondió. Solo observaba maravillado el baile aleatorio de las llamas alrededor de la zarza parlante, cuyas ramas crecían y se bifurcaban rápidamente.

– Sé que estás listo – agregó la voz.

Sintió una palmada en su hombro y la imagen de un Ernesto jubiloso se materializó en su mente. En ese mismo instante, las ramas crecientes de la zarza rodearon a Gregor en un abrazo sutil, iluminándolo con su fuego, pero sin quemarlo. Luego, desde el abismo, una ráfaga de aire avivó las llamas, cuyo brillo se intensificó tanto que se vio obligado a cerrar los ojos.

– Pero déjame advertirte, mi estimado viajero. Solo una fracción diminuta de seres, casi inexistente, tienen el poder suficiente para asimilar este conocimiento sin sufrir daño. Únicamente aquellos dotados de una voluntad inquebrantable pueden soportarlo. Este conocimiento es tan peligroso que, si se comprende en su totalidad, podría aniquilar al instante, reduciendo a cenizas al que lo posee. Todo depende del poder personal del individuo. Por esto, debes prometerme que, si decides continuar, debes seguir subiendo, fortaleciendo tu voluntad en el camino; debes afrontar tus miedos con coraje, empuñando una espada justa y un escudo indestructible; debes amar a todos los seres, deseando que desarrollen su propio poder personal; debes cultivar tu sabiduría, a través de un aprendizaje racional y experiencial; debes levantarte una y otra vez a pesar que sea lo último que deseas; y debes armonizar tu danza individual, procurando fortalecer tu propio poder personal –.

El fuego lentamente disminuyó de intensidad, permitiéndole a Gregor abrir nuevamente los ojos.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

De pronto, sintió que su cuerpo se disolvió rápidamente, dejando solo su consciencia, que se concentraba en un punto adimensional. Era como si se hubiera transportado a un mundo distinto, a un salón de dimensiones infinitas sostenido por innumerables columnas. Estas columnas, lejos de ser sólidas, eran cascadas fluidas de colores inimaginables que fluían, formando un baile armonioso y místico.

– Hasta este momento, te he descrito la realidad como una danza de dos fuerzas opuestas, en la que es la Danza misma la que crea la dicotomía, y no al revés – prosiguió la voz de Ernesto. – Pero existe una perspectiva que va más allá de esta dualidad, tan refinada y sencilla que muchos la rechazan por considerarla absurda. Tus ancestros estaban al tanto de este secreto, pues yo se los revelé a miles a lo largo de los años, de la misma manera que ahora lo hago contigo. Ellos lo registraron en los textos sagrados de diversas religiones, a pesar de que estas enseñanzas pronto fueron malinterpretadas u olvidadas. Resulta paradójico cómo los seres humanos se esfuerzan sin descanso por entender la realidad y, aun así, a menudo pasan por alto las verdades más evidentes, optando por respuestas que, aunque mundanas y superficiales, encajan cómodamente en sus paradigmas existentes. Así, terminan creyendo que las filosofías de las distintas religiones son divergentes, cuando en realidad son complementarias –.

En el corazón de este salón, surgió una nueva entidad. Su forma, reminiscente de un alfil de ajedrez, se alzaba del suelo compuesto por la misma sustancia multicolor que cubría todo el salón. Dos extremidades sin forma definida brotaban cerca de su cima, curvándose en círculos gráciles, como un abrazo perpetuo alrededor del ente. Sin rostro ni rasgos faciales, el ente irradiaba una energía divina, inundando a Gregor con una ola infinita de emociones y sensaciones. Era a la vez lo más atemorizante y lo más hermoso que cualquier cosa que él hubiera experimentado. Era una entidad divina, poseedora de los conocimientos más profundos de la realidad.

A pesar de que esta figura parecía ser la única en ocupar el salón, una intuición inexplicable le decía a Gregor que no estaban solos. Invisible a sus ojos mortales, una infinidad de entidades similares, cada una poseedora de una fuerza y sabiduría igualmente insondables, llenaban el vasto espacio, creando entre sí una red de existencia más allá de la comprensión humana.

La consciencia de Gregor, al presenciar aquel nuevo mundo, se paralizó ante el asombro, sintiendo una intensidad abrumadora que amenazaba con hacerle estallar en un clímax de emoción mucho más potente que cualquier éxtasis conocido, similar a un orgasmo, pero a través de todo el cuerpo e infinitamente más potente.

< Tú puedes. Eres fuerte. Supera tu miedo. Concéntrate. Eres un guerrero. > pensaba, intentando mantenerse centrado.

De repente, la tormenta emocional se calmó, dejando un silencio desconcertante que carecía de cualquier zumbido. El ente y la consciencia adimensional de Gregor se “observaron” durante varios minutos. A pesar de la ausencia de los rasgos faciales de ambos había una clara consciencia de la presencia del otro.

– Esta es mi enseñanza final, así que presta mucha atención – resonó la voz con solemnidad. – En el infinito, en aquel sitio en donde fenómenos de diferentes complejidades emergen y cesan en una cadena interminable, similar a un hermoso fractal de complejidad, existe una única esencia que lo permea todo, la esencia primordial. Este elemento, el “Verbo”, está presente en cada fenómeno imaginable, trascendiendo incluso al tiempo y al espacio –.

Gregor, aunque desprovisto de forma física, percibió una inclinación de confusión en su propia cabeza. Ante esto, Ernesto soltó una risa que se dispersó de manera etérea a través del amplio salón policromático.

– Para comprender a qué me refiero con “Verbo”, primero debemos indagar en su significado – continuó, esbozando una sonrisa amplia y haciendo una pausa, como si esperara una respuesta.

– ¿Una Palabra que describe una Acción? – preguntó Gregor con un tono dubitativo, intentando descifrar el enigma.

– ¡Exactamente! – contestó Ernesto, irradiando satisfacción. – Considera que una Palabra se compone de una serie de elementos, o letras, que cuando se organizan de una manera específica, cobran un significado que trasciende la suma de sus partes. Tomemos, por ejemplo, las letras “s”, “c”, “a” y “a”. Ordenadas de cierta forma, nos dan “casa”, un concepto con un significado específico. Pero alterando este orden a “saca”, el significado se transforma por completo. De forma análoga, en el mundo, cada fenómeno puede ser visto como una “Palabra”, compuesta por elementos básicos cuya unión genera algo mayor. Tomemos el diamante y el grafito: ambos son meramente arreglos de carbono, o nuestras “letras”. Sin embargo, es la estructura específica de estos átomos la que dicta si se manifiesta como un diamante o como grafito, cambiando drásticamente sus propiedades. Así, cada fenómeno, no importa si se trata de un átomo o de una galaxia, es una “Palabra” compuesta cuyo significado es definido por la disposición única de sus elementos constituyentes –.

Ambos quedaron en silencio por unos momentos. Gregor reflexionaba la Palabra de Ernesto, observando directamente hacia el ente infinito frente a él.

– Y así como las letras se combinan para formar palabras – continuó Ernesto. – estas palabras se enlazan entre sí, dando origen a oraciones. Estas, a su vez, construyen párrafos, que estructuran capítulos, que conforman libros y van aún más allá, hasta alcanzar creaciones como las inteligencias artificiales, cada capa añadiendo una dimensión adicional de significado e información. Ahora, siguiendo este paralelismo, mientras que los enlaces moleculares del carbono pueden resultar en estructuras relativamente simples como el grafito o el diamante, existen otras configuraciones que permiten una riqueza informativa mucho mayor. Por ejemplo, en la química orgánica, la notable flexibilidad del carbono que le permite combinarse con diferentes átomos, dando lugar a una amplia diversidad de moléculas complejas. Entre estas se encuentran las proteínas y, finalmente, estructuras tan ricas en información como el ADN humano, el verdadero ‘libro’ de la vida –.

Gregor, carente de un cuerpo físico, levantó la mano, a punto de hacer una pregunta, callando el discurso de Ernesto.

– Y… ¿Cuáles son los límites de acumulación de información? ¿Es esa la respuesta a la pregunta de qué es lo que hace un fenómeno más complejo que otro? – preguntó tras unos momentos.

El ente, también carente de cuerpo y rostro, sonrió, feliz por la pregunta.

– No, esa no es la conclusión correcta, mi estimado viajero. Aunque es cierto que existe una vaga correlación entre la cantidad de información y la complejidad de un fenómeno, es crucial recordar que correlación no es lo mismo que causalidad – explicó, con un guiño comprensivo.  – De la misma forma en que algunas historias breves pueden transmitir significados profundos, mientras que novelas extensas pueden resultar superficiales, los fenómenos también pueden variar en complejidad más allá de la simple cantidad de información que contienen. Por ejemplo, hay especies con genomas más largos que el humano, pero eso no las convierte necesariamente en seres de mayor complejidad. Así que, para explicarlo, aquí me adentraré en la segunda parte de nuestra discusión sobre el Verbo: la clave no reside en la cantidad de información, sino en el significado que se deriva de la Palabra, o más precisamente, en la Acción de la Palabra, o aún más exacto, en el Poder de la Palabra –.

– ¿Poder? – preguntó Gregor, confundido.

– Sí, me refiero a aquello que conecta la Palabra, u orden de un fenómeno, con el resto del mundo a través de la compleja maraña de interacciones que denominamos causalidad. Opto por utilizar el término Poder en lugar de Acción, dado que este último implica la existencia de una intención deliberada; y son únicamente las manifestaciones de la Palabra más poderosas, como la vida, las que han alcanzado tal propósito. Y en el universo, no todos los fenómenos se manifiestan mediante una intención clara. Sin embargo, si consideramos el Poder como un Verbo más que como un sustantivo, como ya te lo he dicho, entonces podríamos argumentar que cada Palabra, o cada fenómeno, posee un Poder, o una capacidad específica dentro de su contexto. Por ejemplo, la Palabra de una semilla tiene el Poder de, al estar en las condiciones y en el contexto adecuado, de modificar y desarrollar su propia Palabra para que se convierta en un arbusto o un árbol. De igual manera, si situamos la Palabra de un libro y lo situamos en la luna, o en un rincón donde nadie pueda hallarlo, aunque contenga el texto más valioso, su Poder es nulo, reduciendo su Palabra a material orgánico en un mundo inhóspito. Pero si ese mismo libro, lo colocas en una biblioteca, accesible a las personas, su Poder se transforma, hasta el punto en que la Palabra del libro podría considerársele casi divino, como la Biblia –.

Hubo un silencio momentáneo de reflexión. Como era costumbre, Gregor necesitaba tiempo para digerir las palabras del viejo, y Shiva, aguardaba pacientemente.

– Esta es la razón por la que los humanos seamos fenómenos más complejos que otros animales, por el Poder de nuestra Palabra en un contexto específico. Imagina a un humano indefenso dentro de una jaula con un león hambriento. En aquel lugar confinado, el león posee más Poder, pues solo bastaría un zarpazo para asesinar al humano. Pero ahora colócalos en la naturaleza, donde el humano tenga el tiempo y se encuentre en el contexto adecuado para desarrollar el Poder de su Palabra, creando un arma, por ejemplo. Entonces, el Poder del humano se transforma, superando por mucho el del león. Ahora, imagina a alguien viviendo en una sociedad donde tiene acceso a todo el acervo de información acumulada por la humanidad, y donde, con solo unos cuantos billetes, puede comprar una amplia variedad de armas. Lo que me lleva al siguiente punto: la complejidad de un fenómeno no radica en la cantidad de información de su Palabra, ni en su significado, pero en el Poder de su Palabra dentro del contexto donde se encuentra o, dicho de otra manera, en su Verbo –.

– Pero a ver, espera, ya me estoy confundiendo. ¿Cómo se relaciona todo esto con el poder personal? ¿Con eso que tú llamas verdadero poder? –.

– Oh no, aún no has captado lo que estoy tratando de decirte, mi estimado viajero. Cuando hablo del “Poder de la Palabra”, me refiero a su papel como esencia primordial que impregna la existencia, o lo que es lo mismo, el Verbo en su estado puro. En contraste, el poder personal alude específicamente al Poder de tu propia Palabra, la de Gregor. Esta distinción es crucial, ya que el poder personal representa la única esfera de influencia sobre la cual un individuo ejerce control total. Y, aunque el Verbo nos otorga la capacidad de influir en algunos aspectos de la realidad, su influencia sobre nosotros es enormemente más significativa. Esta dinámica explica por qué tantos aspectos de nuestra vida escapan a nuestra elección. Desde el seno familiar en el cual nacemos, pasando por la configuración única de nuestro ADN, hasta el país que nos ve crecer y las condiciones socioeconómicas que enmarcan nuestro desarrollo; todos estos factores y muchos más nos son asignados sin consulta previa. Es por esto que te haya mencionado que el verdadero poder es el poder personal; porque es lo único que podemos controlar. Y querer controlar algo incontrolable solo nos lleva al sufrimiento, convirtiéndonos en prisioneros de poder –.

Gregor asintió, antes de volver a quedarse callado, atento al ente policromático.

– Así que, llegamos a la respuesta de tu última interrogante: ¿Cuáles son los límites del Verbo? – dijo Ernesto. – Al ser la esencia primordial, el Verbo trasciende toda concepción de límites, es el fractal de fractales, por decirlo de alguna manera. Impregna desde los fenómenos más simples de la mecánica cuántica y los fenómenos más complejos del universo. Incluso, todo esto que te estoy describiendo es solamente la superficie de su totalidad, una forma de describirlo. El Verbo es la esencia que lo cubre todo, el creador de todo lo que existe y el conocedor de todo lo concebible, sin contradicción alguna –.

En ese momento, un silencio total cubrió el salón de columnas infinitas donde Gregor y la entidad se hallaban sumidos en una observación mutua intensa. Aunque no se pronunció ni una sola palabra, un entendimiento tácito flotaba en el aire: habían llegado al término de su encuentro. Justo entonces, el fuego que previamente lo había envuelto resurgió, bañándolo de nuevo en su brillantez. La luz aumentó en intensidad hasta que Gregor, sobrepasado, se vio forzado a cerrar su percepción, sumergiéndose en la misma sensación de éxtasis que había experimentado al ser transportado a esta dimensión.

Al abrir los ojos, se encontró en un mundo transformado. Ya no estaba ante la presencia del enigmático ente, sino que volvía a agarrarse a la escalera, rodeado por la oscuridad del pozo, el olor a humedad e incómodo zumbido. La zarza ardiente había desaparecido, dejándolo en compañía del eco de las enseñanzas recibidas.

– Con esta explicación, finalizo mis enseñanzas, mi estimado viajero. Pero antes de irme, permíteme decirte lo siguiente. ¿Recuerdas lo que te dije sobre cómo cada individuo debe encontrar armonía en su propia danza, buscando el equilibrio entre lo que visionamos y lo que realizamos? – preguntó con una voz suave y reflexiva.

Gregor asintió con seguridad, pendiente de cada palabra.

– Lo que quiero decirte es que, por más que nos esforcemos, lograr una armonía perfecta entre nuestra propia entropía y complejidad individual es una tarea imposible, comparable a perseguir una asíntota. Uno puede acercarse todo lo posible a ese equilibrio ideal, pero nunca alcanzarlo plenamente. Esa búsqueda infinita es una de las trágicas bellezas de la condición humana. Pero, esto no significa que la danza perfecta y purificada no exista –.

Tras un breve silencio, Gregor contestó, interrumpiendo el discurso de Ernesto: – ¿La Danza del mundo? –.

Ante la interrupción, Ernesto no pudo contener llenarse de un profundo orgullo.

– ¡Exactamente, compadre! La Danza del mundo, o el Verbo, es armonía y perfección. Es el equilibrio supremo entre entropía y complejidad, el fundamento que sostiene la existencia de todo cuanto nos rodea. Y cuanto más se alinee nuestra propia danza con la Danza del mundo, mayor será el poder personal que logremos cultivar. Imagínalo como una invitación a bailar al unísono con la realidad, siguiendo su ritmo, abrazando cada oportunidad para fortalecer nuestro espíritu y expandir nuestra voluntad – explicó con una voz que vibraba con pasión.

En ese momento, Ernesto dirigió una mirada intensa hacia Gregor con sus ojos alineados.

– ¿Te interesa conocer la palabra que encapsula la esencia de bailar al son del mundo? – preguntó, levantando sus cejas. – Es un término sencillo, sorprendentemente común, pero frecuentemente ignorado. Sin embargo, encierra la máxima manifestación del poder personal: el amor –.

Era evidente que este concepto, aunque simple en su superficie, contenía un significado profundo.

– Amar significa más que un simple afecto; es sincronizar tu danza individual con la vibración del mundo, es nuestra Palabra más Poderosa, nuestro Verbo. Por esta razón, aquellos que aman con profundidad irradian un coraje inquebrantable, capaces de alcanzar lo que para otros sería inconcebible, incluso milagros. Así de simple – dijo, observando con sus ojos invisibles y etéreos a Gregor con un cariño indescriptible. – Guarda este conocimiento cerca de tu corazón, especialmente ahora, frente al desafío más grande que jamás hayas enfrentado. Ama con pasión: a tus allegados, a aquellos con quienes tus caminos se han cruzado brevemente, a ti mismo en toda tu esencia, a los animales, y sí, incluso a quienes te han causado dolor. Pero, sobre todo, y más importante, ama a la Danza del mundo, al Verbo, pues sin él, nada de lo que existe, existiría – concluyó Ernesto, su voz vibrante de pasión y convicción.

Hubo otros momentos de silencio reflexivo donde Gregor se rascó su cabeza, digiriendo la Palabra de Ernesto.

– ¿Te puedo hacer una última pregunta? – preguntó tímidamente Gregor.

– Por supuesto. Dime – contestó la voz con serenidad.

– ¿Por qué este conocimiento es considerado un peligro a quien lo posee? –.

La risa distintiva de Ernesto llenó el lugar.

– Pronto lo descubrirás, mi estimado viajero. Pronto lo verás – dijo, y en ese momento su presencia se esfumó, dejando a Gregor envuelto en intriga y expectativa.

Con un suspiro reflexivo y dejando atrás cualquier duda, levantó la vista hacia lo alto y continuó su ascenso. Aunque cada paso seguía siendo una lucha, una batalla interna contra su propio sufrimiento, había experimentado un cambio. Su ser ahora se sentía fortalecido, endurecido, casi como si su piel se hubiera transformado en una coraza impenetrable, defendiéndolo no solo del dolor físico sino también de sus inevitables pensamientos oscuros, incluso de la muerte misma. Además, con esta nueva fortaleza, descubrió que no solo podía enfrentar su sufrimiento, sino también acogerlo y transformarlo en amor. Pero no un amor ciego, al contrario: un amor justo y lleno de sabiduría, un amor que reconoce la necesidad de la entropía para impulsarnos a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.

Gregor continuó su ascenso a través de lo que sintió como décadas, avanzando en un lapso indefinido y levantándose cada que su cuerpo deseaba lo contrario. La noción de que el pozo pudiera tener un final se había esfumado por completo de su conciencia. Ahora, su único propósito era subir, impulsado por una férrea disciplina y por la inexorable necesidad de avanzar, paso tras paso, en una travesía sinfín hacia el infinito. Así, con el transcurrir del tiempo, comenzó a aflorar en él una sensación distinta, un atisbo de un presagio de que su viaje perpetuo podría estarse aproximando a un desenlace inesperado.

Y entonces, cuando menos lo esperaba, la pequeña luna que señalaba la cima del pozo irrumpió en su campo de visión. Un destello de felicidad iluminó sus ojos cansados, mientras una lágrima solitaria, emergiendo de su ojo izquierdo, capturaba el resplandor de la luz, como el último reflejo de un largo viaje lleno de emociones. Pero la felicidad no era la única emoción que dominaba su cuerpo; un miedo paralizante lo detuvo por unos momentos, un temor profundo ante lo desconocido que le esperaba afuera.

Mirando hacia la luz blanquecina, una serie de imágenes comenzaron a manifestarse en su mente. Eran recuerdos de la larga odisea que había vivido, una mezcla de buenos y malos momentos, de personas con las que había compartido su camino y los numerosos lugares que había explorado. Cada recuerdo llevaba consigo una calidez y un cariño que lo dejaban perplejo. Comprendía que cada uno de estos momentos, incluyendo los peores, había contribuido a forjarlo en la persona que era ahora: alguien fuerte y con el poder suficiente para superar retos que antes le parecían insuperables. Fue entonces que sintió una sensación de fortuna y gratitud, reconociendo el valor incalculable de su viaje y del contexto, por más surreal, en el que había nacido.

Consciente de que la impermanencia de la vida pronto transformaría ese momento en un recuerdo lejano, se detuvo por última vez, deseando detener el tiempo eternamente en ese estado de alborozo, similar, pero de mayor intensidad, al que experimentaba al regresar de sus viajes arqueológicos. No obstante, con su espíritu revitalizado por este momento de calma y con un coraje audaz, Gregor subió el último tramo embargado por una nostalgia misteriosa, hasta que, como si se tratara de un sueño, emergió hacia el exterior, deslumbrando su visión por completo.

Tras unos momentos de asombro ante la inmensidad del exterior, Gregor se desplomó en el suelo, consumido por el agotamiento, como si la vitalidad que lo había impulsado durante su escalada lo hubiese abandonado al final de su travesía. Su mirada se perdió en el bosque que se extendía a su alrededor, un mar de árboles que, a pesar de su inmovilidad, vibraban con vida bajo una luz blanca, misteriosa y sin fuente aparente. Inhaló profundamente, permitiendo que el aire puro y rejuvenecedor del bosque llenara sus pulmones, infundiéndole una sensación de paz y renovación. Luego, cerró los ojos, y casi de inmediato, quedó dormido.

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