Paralelo – Capítulo 38: El susurro de la muerte

Un silencio absoluto dominaba, dejándolo sin ningún estímulo sensorial, excepto por el incómodo zumbido en sus oídos y el olor a humedad. El destello lunar que una vez lo había iluminado había desaparecido. Colgado de la escalera metálica, se dio cuenta de su agotamiento extremo, producto del descenso y su estado físico deplorable. Además, el dolor de sus heridas había resurgido, como si la maraña de emociones negativas lo hubieran adormecido temporalmente.

Miró hacia arriba y luego hacia abajo, buscando desesperadamente algo que rompiera con la uniformidad de las tinieblas, pero no encontró nada. Y fue en ese momento de quietud, que una nueva emoción tomó las riendas de su cuerpo con una fuerza avasalladora. Una tristeza profundamente reprimida emergió, apaciguando instantáneamente todo lo demás. Era un dolor desgarrador, más intenso que cualquier sufrimiento físico o emocional que hubiera experimentado antes.

Lágrimas comenzaron a fluir incontrolablemente. Aunque intentó frenar su llanto y dominar la tristeza, fue inútil. Su cuerpo temblaba involuntariamente y pensamientos desesperados inundaban su mente.

< Nada tiene sentido… Ni mi trabajo, ni los descubrimientos arqueológicos… Todo es una basura sin sentido, justo como Tara lo había dicho… ¡Malditas seas! ¡Eres una egoísta! ¿Por qué te rendiste?  >.

Atrapado en su desesperación, contemplaba la idea de soltarse de la escalera metálica y caer en el abismo, anhelando el fin de su sufrimiento y del implacable castigo que la vida le había infligido.

< Por favor… que todo termine… por favor… ya no quiero más… no puedo soportarlo… la vida es demasiado difícil… lo único que deseo es descansar > se repetía una y otra vez, sumergido en su desolación.

De manera abrupta, tras varios minutos de llanto, la tristeza abrió paso al resentimiento, al odio, al asco y a la vergüenza, que se apoderaron frenéticamente de las riendas del carruaje, todas juntas simultáneamente. Su corazón latía con violencia sin igual, como si estuviera a punto de explotar. Su cabeza también parecía a punto de estallar, con un dolor intensificado por el zumbido ensordecedor.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

< ¡Solo suéltate! ¡Es la única salida al sufrimiento! ¡Solo hazlo! ¡Suéltate! ¡Sí! ¡No! ¡Sí! ¡Sí! ¡No! ¡Sí! ¡Un salto de fe y todo acabará! ¡Solo un salto de fe! ¡Hazlo! ¡Venga! ¿Qué esperas? ¡Solo hazlo! >.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Con su cuerpo temblando violentamente, solo su mano derecha, guiada por un miedo intenso, se aferraba al peldaño.

< ¿Qué esperas? ¿Acaso tienes miedo? ¡Incluso en eso eres un fracaso! ¡No vales nada! ¡Eres como todos los demás! ¡Una basura! >.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

En su interior, se libraba una batalla devastadora que definiría el curso de su vida. Una lucha por el control de los dedos de su mano.

< ¡No lo pienses más! ¡Solo suéltate! ¡Hazlo! ¡Todo acabará en pocos segundos! ¡Vamos, ya! ¡Lo voy a hacer! >.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Tras varios minutos, en un intento desesperado por encontrar alguna señal que lo guiara, su instinto miró a su alrededor.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Al mirar hacia el abismo, aún con la mano aferrada al peldaño, logró ver algo. Al principio, no logró discernir qué era, pero al enfocarse, vio una presencia sutil. Era la mitad de un rostro pálido e indiferente a tan solo un metro de distancia bajo sus pies, observándolo fijamente, su propio rostro. La aparición en aquel lugar sin luz lo dejó perplejo. Sabía que no era él mismo y que era imposible que fuera su propio reflejo. Sin embargo, rápidamente comprendió, como un chispazo, que se trataba de un ente aparte, un ente que lo había acompañado durante toda su vida. Era la muerte, su muerte, observándolo y analizando cada uno de sus movimientos de cerca, aguardando el momento para actuar y dar el toque final.

De inmediato, una voz etérea, similar al susurro de un viento sepulcral, resonó.

– ¿Estás listo? – susurró la muerte sin mostrar emoción alguna.

Gregor no respondió.

– Dime… ¿Estás listo? – repitió, lentamente.

Al terminar de hablar, el único ojo visible de la muerte se abrió por completo, brillando como una estrella en la oscuridad.

En ese instante, Gregor experimentó una sensación extraordinaria, como si hubiera sido transportado a una dimensión alterna en cuestión de segundos. Ya no estaba en el pozo, sino flotando en el espacio, frente a una gigantesca nebulosa colorida, más tangible y real que la de su sueño. La majestuosidad del cosmos se encontraba ante sus ojos en una danza cósmica de belleza abrumadora. Un espectáculo de colores que iban desde el azul eléctrico hasta el rosa suave, pasando por el verde esmeralda y el naranja ardiente. Sus formas, lejos de ser redondas, mostraban contornos puntiagudos que se extendían como dedos de luz, alcanzando hacia lo desconocido. Una obra perfecta y longeva. Además, el zumbido y el olor a humedad habían desaparecido por completo.

Congelado por el tiempo, contempló la escena con asombro y miedo hasta que, sin previo aviso, una fuerza comenzó a absorberlo, un hoyo negro. Luchó contra el tirón implacable, agitando su cuerpo en el vacío y lanzando gritos al inmenso cosmos, en un esfuerzo por resistir la fuerza gravitatoria. La nebulosa, antes basta y colorida, comenzó a encogerse, mientras la oscuridad crecía, cubriendo la totalidad de su campo visual.

Al borde del agotamiento y sin un punto de referencia en el inmenso vacío, finalmente cesó su lucha, resignándose a aceptar lo que parecía ser un destino inevitable, entregándose al abismo. Para su asombro, a pesar de la capitulación ante la poderosa fuerza del hoyo negro, su cuerpo y su consciencia se mantuvieron intactos. En lugar de ser desintegrado o aniquilado, como temía, se encontró flotando en una oscuridad total y absoluta similar a la del pozo, pero aún mayor, inmerso en un silencio que contrastaba con la tumultuosa batalla que acababa de acontecer.

Miró hacia el vasto vacío, reflexionando sobre si había cruzado el umbral de la muerte. A pesar de la incertidumbre, una certeza interna le susurraba que no estaba solo en esa inmensidad. Presencias indescifrables se desplazaban por el espacio, plenamente conscientes del nuevo visitante que había cruzado hacia su dominio.

No tardó mucho en que la primera presencia apareciera. Un ser de un mundo donde la fantasía se combina con la realidad.  Un amalgama de distintos animales en uno. Su cuerpo, reminiscente al de un lobo, era elegante y se movía con una gracia feral. Sus gigantescas alas, similares a las de un murciélago, se desplegaban y aleteaban lentamente. Su cola, puntiaguda como la de un escorpión, se alzaba amenazantemente, lista para atacar a cualquiera que se acercara demasiado. No obstante, lo más tenebroso y desconcertante, era su cabeza. Teñida de un rojo ardiente, presentaba rasgos diabólicos, acentuados por una barba enmarañada que caía sobre su pecho peludo; unos ojos grandes, perfectamente redondos, y del mismo color que su piel, que escudriñaban sus alrededores con una intensidad que trascendía cualquier comprensión mortal. Era un alebrije. Un guardián de mundos paralelos.

Al poco tiempo, una segunda presencia se manifestó. Una silueta se deslizaba sigilosamente. Una figura vagamente humana. Su cuerpo, pálido y esquelético, poseía extremidades grotescamente alargadas que se movían de maneras antihumanas desconcertantes, como si sus huesos estuvieran rotos. La piel, áspera y gruesa, cubría su cuerpo, al igual que su rostro ausente de ojos y nariz, como un lienzo desgastado. Sin embargo, en medio de esta faz desprovista de rasgos, una sonrisa distorsionada se extendía de lado a lado, revelando una hilera de dientes afilados y siniestros. Una sonrisa que parecía burlarse de todo aquel que la observara, proveyendo al ente de un aura de maldad pura.

Frente a Gregor, los dos entes lo observaron, acercándose hasta casi poder tocarlo con sus extremidades. En comparación, él parecía insignificante, un mero grano de arena frente a dos gigantes planetarios. Los entes se voltearon a ver, y de inmediato, estallaron en estruendosas carcajadas, burlándose cruelmente del recién llegado. quien comenzó a llorar como un niño.

Al ver la reacción de Gregor, los entes redoblaron su burla. La figura humana sonriente se retorcía de la risa, señalándolo y meciéndose de adelante hacia atrás. El alebrije con cabeza de demonio, patas arriba, se estremecía en el suelo, cerrando los ojos por la hilaridad. Gregor, ahogado en lágrimas, se encontraba atrapado, luchando infructuosamente por escapar de su confinamiento. Pero, cuanto más se esforzaba por liberarse, más se deleitaban sus captores en su cruel entretenimiento, intercambiando burlas en un idioma que le era completamente ajeno.

Entonces, con una cualidad fantasmagórica, figuras adicionales se materializaron junto a los entes, cada una más inquietante que la anterior. Al principio se presentó la Matriarca, imponente en su trono, acompañada por el Chef, quien ostentaba su distintivo atuendo de cocina y un hacha. Ambos compartían una risa estruendosa, uniéndose al escarnio contra Gregor con una intensidad equiparable a la de los entes originales. Detrás de ellos, emergieron más figuras burlonas: Sam, ataviado con su uniforme de estilista y sosteniendo un cigarrillo entre sus dedos, seguido de Nikita y Greta, quienes compartían un beso grotesco, añadiendo mofa a la escena. Tomás irrumpió después, balanceando sus caderas en un gesto provocador, y tras él, Bartolo y Abraham, que, a pesar de su avanzada edad, vibraban con una risa juvenil y energética. De manera inesperada, se unieron más personajes al cuadro macabro: Runa, Tara, González e Igor, todos portando expresiones diabólicas y riendo sin reservas. Y, como colofón de este desfile de mofadores, finalmente apareció Jerome, Kali, quien, distinguiéndose del resto, no se entregaba a carcajadas bulliciosas, sino que exhibía una sonrisa de superioridad sutilmente despreciativa.

La escena se prolongó, con Gregor acurrucado en posición fetal, dirigiendo su mirada hacia cada uno de los personajes, reviviendo las memorias asociadas a ellos. Sus intensos intentos de liberarse, moviendo frenéticamente su cuerpo, solo aumentaron su desesperación al comprobar que no se movía ni un milímetro. No obstante, tras un tiempo incierto, al centrar su atención en Jerome, quien aún ostentaba su sonrisa de desdén, algo dentro de Gregor experimentó un giro radical.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Una energía ardiente brotó desde lo más profundo de Gregor. Aún con lágrimas en los ojos, miró fijamente a los entes y a los personajes burlones con un enojo intenso, puro, que ardía en su sangre, llenándolo de una fuerza sobrenatural. Todos le devolvieron la mirada desafiante, pero su burla, ahora en lugar de desalentarlo, solo alimentó más su ira, como aire al fuego.

< Ya verán todos. No conocen mi verdadera fuerza. No saben de lo que soy capaz. Se los demostraré ¡A todos! ¡Se van a arrepentir! > pensaba sin apartar la vista de ellos y frunciendo su ceño.

Los entes empezaron a menguar, y él a crecer, hasta que sus tamaños se invirtieron. Ahora, él era gigante, y ellos no eran más que granos de arena. Cerró los ojos, concentrando toda su voluntad en su ira, y al abrirlos de nuevo, se encontró en el fondo del pozo. Los entes y el vacío habían desaparecido, y su mano, se sostenía firmemente al escalón metálico. Sin embargo, desde el abismo, la muerte lo seguía observando con indiferencia, trayendo consigo el olor a humedad y el incómodo zumbido.

Gregor miró hacia arriba y, con una determinación renovada, empezó a ascender, escalón tras escalón.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

< Uno… Dos… Tres… >

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