Paralelo – Capítulo 37: Descenso

La sensación fría y metálica de la escalera corroída se fusionaba con la humedad del aire circundante, evocando la sensación de tocar hielo bajo sus dedos.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

El ritmo marcado por el golpe de sus botas contra los peldaños creaba un eco persistente.

< Treinta y seis… Treinta y siete… Treinta y ocho… > contaba mentalmente, intentando mantener a raya sus pensamientos oscuros.

La luz blanquecina que se colaba a través de la apertura del pozo, dibujando un halo que recordaba a una luna llena, vertía un resplandor suave sobre su sendero. No obstante, con cada avance, el círculo luminoso menguaba gradualmente, cediendo terreno a una oscuridad cada vez más profunda y absoluta.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

< Setenta y uno… Setenta y dos… Setenta y tres… >.

A pesar de su cuerpo herido, marcado por contusiones, cortes y posibles fracturas, no era el tormento físico lo que más lo afligía. Eran los pensamientos intrusivos y turbadores los que asediaban su mente, erosionando gradualmente su voluntad. Se enfrentaba con desesperación a estas sombras mentales, plenamente consciente de que sucumbir ante ellas podría sellar un destino fatal.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

< Ciento diez… Ciento once… Ciento doce…. >.

En el núcleo de su ser, una maraña de emociones complejas luchaba con tenacidad por dominar su cuerpo. El resentimiento, el odio, el asco y la vergüenza se enfrentaban en un duelo mortal, cada una aspirando ser la fuerza conductora de sus acciones. Era como si dentro de él habitara un consejo de voces discordantes, cada una tirando de él en direcciones opuestas, dejándolo en un estado de incertidumbre perpetua sobre qué emoción permitiría finalmente guiar sus pasos.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

< Doscientos diecisiete… Doscientos dieciocho… Doscientos diecinueve…. >.

A medida que descendía, la luna parecía encogerse en el cielo, con su luz diluyéndose gradualmente. Al mismo tiempo, un tenue zumbido empezaba a hacerse audible, acompañado por el olor característico de la humedad. A pesar de ello, él continuaba su descenso con determinación, procurando mantener a su mente ocupada en una tarea tan simple como contar los peldaños, una actividad interminable en este contexto.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

< Trescientos ochenta y dos… Trescientos ochenta y tres… Trescientos ochenta y cuatro >.

El acto de descender se simplificaba, convirtiéndose en una tarea casi mecánica; sus movimientos adquirían una naturaleza automática, liberando a su mente para concentrarse en la cadencia monótona del conteo. Sin embargo, notaba cómo su resolución comenzaba a tambalearse, con pensamientos no deseados invadiendo y dominando progresivamente su enfoque, luchando por sobrepasar la débil barrera de su determinación.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

< Quinientos… Quinientos uno… Quinientos dos… >.

De manera repentina, una intensa ola de resentimiento lo inundó por completo. Su mandíbula se crispaba y aflojaba en rápidas sucesiones, mientras una sutil arruga de descontento se formaba en su frente. Desde lo más profundo de su pecho, una oleada de calor impetuoso emergía, propagándose por todo su cuerpo.

< Todos son unos egoístas, unos hipócritas, unos inútiles que solo buscan su propio beneficio. ¡Todos! Los líderes, los empresarios, los trabajadores, los medios, los activistas, los banqueros, los narcotraficantes, mis conocidos, mis supuestos amigos, incluso mi familia. ¡Nadie se salva! ¡Son unos completos idiotas! ¡Una bola de narcisistas! ¡Todos! > rugieron sus pensamientos involuntariamente.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

< Quinientos… ¿Cuántos? >.

Gregor se encontraba ahora perdido, incapaz de seguir el ritmo de su propio conteo. Las defensas de su voluntad se habían venido abajo, dejando su mente expuesta y a merced de una vorágine de pensamientos invasivos que lo asaltaban sin clemencia.

El odio tomó el mando a continuación, apoderándose de él con una fuerza descomunal, incrementando la intensidad del zumbido, como si cada nueva emoción aumentara sus decibeles. Podía sentir cómo cada músculo de su cuerpo se contraía con intensidad, su ceño se marcaba aún más en una expresión de ira, y la energía que inicialmente brotaba desde su pecho ahora se expandía salvajemente hacia su cuello y cabeza, llenándolo de una fervorosa agitación.

<  ¡Que se mueran todos! ¡Y mientras lo hacen, que sufran! ¡Que la vida los castigue! ¡Que la vida los haga pagar! ¡Se lo merecen! ¡Merecen ser castigados sin misericordia! >.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Luego vino una oleada de asco, que relajó su mandíbula y ralentizó su descenso. La energía tumultuosa que había llenado su pecho se desplazó hacia su estómago, desencadenando una sensación de desagrado profundo.

< ¡Son una bola de mierda, una inmundicia! ¡Seres que no piensan, que se dejan llevar por sus instintos más bajos, por lo superficial! ¡Como malditos animales! ¡Puercos enfocados solo en coger, comer, dormir y acaparar dinero! >.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Gregor descendía con una velocidad vertiginosa. Había perdido la cuenta de los escalones y el sentido del tiempo, absorbido completamente por sus pensamientos.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Después, una intensa oleada de vergüenza lo inundó. Su cuerpo se encogió, su rostro se coloreó de un profundo tono rojizo y su boca se sintió extrañamente seca. A pesar de sus desesperados intentos por bloquear los recuerdos de las últimas semanas, las imágenes lo asediaban sin piedad. Examinó meticulosamente cada detalle, cada acción, cada decisión, deseando fervientemente poder desvanecerse en la nada.

< ¡Y tú tampoco te salvas! ¡Tú también eres un completo idiota! ¿Cómo permitiste que te manipularan así? ¿Qué te usaran de esa manera? ¡Podrías haber cambiado todo! ¡Si tan solo hubieras actuado diferente! No son ellos los culpables… ¡Tú eres el culpable! ¡Eres el responsable de que te trataran como un inútil! >.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

De nuevo, una oleada de resentimiento inundó su ser, arrastrando consigo no solo los cambios físicos de la vez anterior sino también una nueva maraña de pensamientos amargos.

< ¡Es imposible confiar en alguien! Son unos traidores que solo murmuran veneno a tus espaldas. Aprovechadores despiadados en busca de su propio interés, ciegos a todo lo demás. Después de todo el esfuerzo y dedicación que les brindé, ¿es que acaso no lo valoran? ¿Son realmente tan insensibles? >.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Acto seguido, se desató una nueva ola de odio.

< ¡Tienen que pagar por sus actos! La justicia, de alguna forma debe prevalecer. Y si la vida misma no se encarga de ello, entonces seré yo quien tome las riendas. Haré que paguen, que experimenten el dolor que me han causado. ¡Me encargaré de que sufran como yo he sufrido! Pero no, no será suficiente. ¡Me aseguraré de que su sufrimiento supere incluso al mío! >.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Luego, siguió nuevamente el asco.

< No les importa lo verdaderamente importante ¡Malditos animales! Son como un virus, infectando a los demás indiscriminadamente. Un virus que merece ser erradicado. Definitivamente el planeta estaría mejor sin humanos, sin tanta mierda >.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Inmediatamente después, como formado en una fila, una nueva ola de vergüenza emergió. El zumbido, inicialmente incómodo, se había intensificado tanto que ahora lastimaba su oído.

< ¡Pero tú eres el culpable de todo! ¡El que debería sufrir eres tú! ¡El que debe ser erradicado eres tú! ¡Qué más da! ¡A nadie le importa! ¡No mereces estar vivo! ¡Mereces morir! >.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

Prosiguió su descenso, navegando a través de un mar turbulento. Con cada paso, sus emociones se intensificaban, superando en fuerza a las anteriores. El dolor físico de sus heridas se había desvanecido, ahora completamente ofuscado por la tempestad emocional.

(¡Tac!… ¡Tac!… ¡Tac!…)

De manera repentina, su enfoque se desplazó de la tormenta interna a un elemento externo, inesperado en el vacío que lo rodeaba. No se trataba de una mera fluctuación emocional, sino de un destello en la distancia: una luz intermitente y claramente artificial.

Impulsado por una mezcla de curiosidad y ansiedad, Gregor intensificó su descenso hacia ese faro en la penumbra, que pronto se reveló como un foco giratorio de luz blanca, imitando el ritmo hipnótico de un pulsar. A su lado, descubrió otra placa dorada que evocaba la del brocal del pozo que decía:

 

Has descendido diez mil escalones. Bienvenido al infierno. Siéntete libre de seguir todo lo que quieras. O lo que necesites.

 

Gregor permanecía suspendido junto al foco giratorio, contemplando con una indiferencia cargada de resignación el abismo que se extendía infinitamente bajo él. Era sorprendente la rapidez con la que había atravesado esos diez mil escalones, distrayendo su mente con resentimiento, odio, asco y vergüenza. A pesar de su descenso vertiginoso, no había alcanzado ningún destino concreto, ningún final esperado. No había nada, solo un vacío oscuro y profundo, un pozo sin fondo.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Y de repente, como si el destino se burlara de él, la luz artificial se extinguió, dejándolo solo en la oscuridad absoluta. El silencio que siguió solo intensificó el zumbido, atrapándolo en su propio infierno personal.

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