Paralelo – Capítulo 32: Destino parte 1
Al bajar las escaleras de caracol hacia el panel de control de la máquina, Gregor se encontró con la diminuta figura que lo esperaba. González, con su cuerpo encorvado y aspecto decrépito, parecía un anciano malnutrido, sufriendo espasmos involuntarios en sus extremidades.
– ¡Mi querido Goyo! ¿Cómo estás? ¡Mira ese físico imponente que tienes! – exclamó González con lentitud, interrumpido por un ataque de tos.
–¡Amigo! ¿A ti qué te ha pasado? Cada vez te veo peor – comentó Gregor, mezclando humor y preocupación.
– Son los efectos secundarios – respondió triste.
– ¿Efectos secundarios? –.
– Sí, de trabajar aquí, en la máquina de poder – agregó, señalando hacia su obra.
La máquina había cambiado; su diámetro y algunos componentes eran ahora más grandes, y un enorme generador estaba conectado a ella. Gregor miró a González con lástima.
– No me mires así, amigo – dijo González. – Puede que parezca un desgraciado, pero yo no lo siento así. Todo lo contrario, me considero afortunado por haber trabajado en algo tan significativo. A veces, la vida te da una única oportunidad para la grandeza. En mi caso, se presentó de esta manera. Si no hubiera sido yo, hubiera sido otro, y yo probablemente estaría muerto. ¿Acaso es egoísta haber tomado esta oportunidad? –.
– Creo que tienes razón – admitió con cierta reluctancia, después de pensarlo unos momentos.
Podría haber cuestionado los argumentos de González, pero optó por no hacerlo, consciente de su propia situación paralela. González se rascó la cabeza pensativamente y luego se sentó en su silla frente al panel.
– Como te dije anteriormente, esta máquina es un arma, quizás la más poderosa jamás creada, equiparable a la energía nuclear – comenzó González. – La tecnología que hemos desarrollado, aunque ahora se use para destruir, también tiene el potencial de construir. Eso es suficiente para mí. Espero que algún día, alguien use mi diseño con fines más nobles, para reconstruir la sociedad. Pero eso ya se escapa de mis manos – explicó, justificando su trabajo en el proyecto. – Jamás pensé en formar parte de un proyecto así, y eso me hace muy feliz, amigo –.
– Te entiendo perfectamente. Pero dime, ¿cuáles son los efectos secundarios? – preguntó con una evidente tristeza.
– Nadie sabe con exactitud, pero son graves para la salud – respondió González con seriedad. – Varios colegas han sufrido, algunos incluso desarrollaron cáncer. Otros, como yo, hemos envejecido prematuramente. Y, además, hay quienes han tenido visiones aterradoras, visiones sobre la muerte. No soy alguien supersticioso, pero la similitud entre estas visiones es inquietante – agregó con una voz teñida de miedo.
Un breve silencio se asentó entre ellos por unos instantes.
– ¡Dos minutos! – resonó la voz de Pluma a la distancia.
– Pero no estás aquí para hablar de esto. Hay algo más que necesitas saber – dijo González con una sonrisa cargada de melancolía. – Fuiste elegido para ejecutar el plan maestro de la Matriarca por una razón específica. Desde que te conocí, vi esa cualidad en ti. Tienes una mirada que trasciende las apariencias, como si pudieras ver más allá de lo que los demás te muestran, incluso más que la propia Matriarca. Aunque no seas plenamente consciente de eso, y puedas dudar de tus propias percepciones, la verdad es que infundes temor. La gente teme hablar contigo porque sienten que les despojas de sus defensas con solo mirarlos, y no hay nada más aterrador que ser vulnerable ante alguien que puede juzgarnos –.
Gregor escuchaba atónito, sorprendido al descubrir que los demás lo percibían de esa manera.
– Esa es la razón por la que fuiste reclutado, amigo – continuó González. – Para observar y desarmar a los demás representantes con tu mirada, dominándolos. Eres un arma perfecta y discreta, en contraste con esta otra, el sustituto – agregó, señalando a la máquina de poder.
– ¿El sustituto? Pero ¿no soy yo acaso el sustituto? – preguntó, intrigado y confundido dado que, hasta ahora, la Matriarca siempre lo había identificado de esa manera.
– No, mi Goyo. Lo has entendido todo al revés. Tú eres el arma y la máquina es tu sustituto en caso de que fracases en la votación – explicó González con un tono dramático y premeditado. – Los planes de la Matriarca se llevarán a cabo de una forma u otra. Si tienes éxito, el control de Pasarela se logrará pacíficamente. Pero si no, la guerra será inevitable. Así que, sin querer presionarte… pero no puedes fallar, o las consecuencias serán mortales para miles, o quizá, millones de personas –.
Gregor estaba sin palabras, sintiendo el peso abrumador de la responsabilidad sobre sus hombros.
– ¡Es hora de irnos! – resonó nuevamente la voz de Pluma.
Ambos se quedaron mirando por unos momentos, reflexionando en silencio.
– Bueno, siempre es bueno hablar contigo, González. Pero debo irme – dijo Gregor, aún absorto en sus pensamientos.
– Cuídate mucho, Goyo. Te deseo suerte mañana. Ojalá no sea necesario recurrir a la máquina de poder. Yo seguiré trabajando aquí, aunque no sé cuánto más resistirá mi cuerpo. Quizás esta sea nuestra última conversación – replicó, con un tono de tristeza.
Compartieron un abrazo de camaradería antes de que Gregor subiera las escaleras.
– Hoy terminas temprano – comentó Pluma, sentado en una de las sillas del comedor del laboratorio. – La Matriarca asistirá personalmente a la votación. Prepárate –.
Un escalofrío recorrió a Gregor al escuchar eso; la Jefa nunca había asistido a una reunión. Con cada nueva información, la carga de responsabilidad se hacía más pesada. No le quedaba más que descansar y repasar su discurso para la votación. Subieron en el ascensor y caminaron hasta la salida trasera de la guarida, donde Pluma, permitió que Gregor se alejara solo, diciéndole “Confiamos en ti”.
Acto seguido, Gregor caminó hacia su refugio, sintiendo el frío del amanecer en sus mejillas y el silencio del lugar desolado, solo interrumpido por el viento, el crujir de sus pasos, el rechinar de sus dientes (¡Shiiik!… ¡Shiiik!…) y la maraña de pensamientos que emergía de su subconsciente. Sin embargo, a la mitad del camino, algo inesperado lo detuvo.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Otro escalofrío helado recorrió su espina dorsal, erizando cada vello de su cuerpo. Imágenes perturbadoras, invadieron su mente: una oscuridad abrumadora, sufrimiento, sangre derramada y muerte. Era una vivencia escalofriante, exactamente como González había advertido cuando mencionó los efectos secundarios.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Algo dentro de él sabía que algo trágico había sucedido, algo inevitable.
Corrió hacia su refugio con una urgencia que nunca antes había experimentado. Su corazón latía frenéticamente, no por el esfuerzo físico, sino impulsado por un miedo abrumador que parecía tomar la forma de una bestia malévola. Atravesó la puerta, cruzó el vestíbulo y subió a toda velocidad las escaleras hacia el tercer piso, abriendo la puerta del departamento de manera brusca.
(¡Pum!… ¡Pum!…) (¡Pum!… ¡Pum!…) (¡Pum!… ¡Pum!…)
Allí, sobre la cama, yacía Tara. Estaba acostada boca arriba, vestida con el collar de fuego y un vestido negro. Su rostro, bellamente maquillado, transmitía una serenidad perturbadora, solo rota por las lágrimas de rímel que manchaban sus mejillas. En ese instante, el miedo que había sentido Gregor dio paso a una emoción tan intensa y abrumadora que desafiaba toda descripción.
Tara estaba muerta. Se había quitado la vida.
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