Paralelo – Capítulo 27: Paralelo
Era una mañana sabatina como cualquier otra, marcada por el rugido del viento que zarandeaba las cortinas, las cuales se movían armoniosamente, ejecutando un delicado ballet aleatorio. Un rayo de luz ámbar se colaba por la brecha de la ventana, iluminando el polvo acumulado en su departamento durante la noche.
(¡Fiiuuuuuu!) (¡Slam!)
El estruendo de la ventana metálica al cerrarse abruptamente despertó a Gregor, quien con un ánimo que luchaba contra su propia apatía, se levantó y se acercó a la ventana. El polvo lo cubría todo: el suelo, su escritorio y sus preciados libros. A través del vidrio, la vista a la ciudad le robó el aliento. No era una escena particularmente extraordinaria, era la misma de cada mañana, pero en ese momento de atención plena al presente, el panorama cotidiano le resultó inesperadamente cautivador. Las calles grises, los edificios descoloridos y las casas se fusionaban bajo un cielo anaranjado, una vista simple, pero de una belleza sutil.
< Tal vez era esto lo que Tara trataba de enseñarme con vivir el presente > reflexionó Gregor.
Cerró la ventana y las cortinas, alejando su atención del presente. Sabía que Pluma llegaría pronto. Con un gesto mecánico, se rascó la cabeza y abrió una lata de chícharos. Sentado frente a su escritorio, su mente vagaba en la repulsión que le causaba enfrentar las obligaciones del día. Quería volver a la cama, pero era consciente de que eso era imposible.
Justo cuando terminaba su última bocanada, su mirada se posó sobre el libro de “Animales” en su pequeño librero. Lo tomó entre sus manos, volvió a sentarse, y con una mezcla de curiosidad, lo abrió. Contempló el árbol evolutivo impreso en el libro, sus ojos recorriendo una vez más cada bifurcación, deteniéndose en las ilustraciones de los animales que recientemente habían irrumpido la ciudad. La invasión inicial de cucarachas había dado paso a una diversidad asombrosa de insectos, pequeños mamíferos, anfibios y reptiles, todos compartiendo una superficie similar a la madera con un resplandor turquesa en su interior. Moscas, escarabajos, gusanos, caracoles, lagartijas, ranas y ratas eran solo algunos de los que había observado. Con cada nueva ola de invasión, parecía aumentar el tamaño y la complejidad de las criaturas. Absorto en el estudio del libro, esperaba la llegada de Pluma, cuando un sonido lo interrumpió.
(¡Toc!) (¡Toc!)
Un golpeteo suave contra el cristal de la ventana atrajo su atención. Las cortinas cerradas ocultaban la vista exterior. Suponiendo que se trataba del viento, decidió ignorarlo y regresó a su lectura.
(¡Toc!) (¡Toc!) (¡Toc!)
El sonido se repitió, esta vez más insistente. Molesto por la interrupción a su concentración, Gregor se levantó y abrió las cortinas.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Lo que vio lo dejó sin aliento. Posado fuera de su ventana, había una criatura que parecía haber saltado directamente de las páginas del libro. Los enormes ojos del animal, color turquesa, observaban su entorno; sus intimidantes garras se movían con una precisión escalofriante; y su silueta elegante y aerodinámica le confería un aire de majestuosidad. Era una visión impresionante, un búho, el mismo animal de la portada del libro.
(¡Toc!) (¡Toc!) (¡Toc!)
Era la primera vez que Gregor veía un búho en carne y hueso o, mejor dicho, en madera, y la coincidencia con la portada del libro avivó su interés en este animal enigmático. Recordaba haber leído sobre su naturaleza nocturna y agudos sentidos de visión y audición que los caracterizaban. También sabía que eran criaturas solitarias, lo que hacía más raro su encuentro diurno.
Con cautela, abrió la ventana y, para su sorpresa, el búho no huyó; en cambio, dio un pequeño salto ágil y se posó en el escritorio debajo de la ventana. La presencia imponente del humano parecía no intimidar al animal en lo más mínimo. El búho inspeccionaba los objetos alrededor con curiosidad, girando su cabeza en movimientos que parecían desafiar la anatomía común.
– ¡Gregor! – se oyó la voz de Pluma desde abajo.
Gregor asomó la cabeza por la ventana y con un gesto le indicó que bajaría en breve. Pero cuando volvió su mirada al búho…
(¡Pum… Pum…!)
El ave ya no estaba en el escritorio. Silenciosamente, se había trasladado al respaldo de la silla. Allí permanecía, inmóvil, fijando su mirada en un punto en el suelo. A primera vista, no había nada allí, solo un piso cubierto de polvo y suciedad.
– ¡Apúrate, perro! ¡Que tenemos prisa! – gritó Pluma con urgencia.
Gregor, en contra de su voluntad, tomó su chamarra. Quería quedarse para observar al misterioso visitante. Con un último vistazo hacia el búho, que seguía concentrado en el suelo, Gregor abrió la puerta y salió de su departamento, pero…
(¡Pum… Pum…!)
De repente, el búho, en un movimiento fluido y elegante, desplegó sus alas, duplicando su envergadura. Despegó en un vuelo silencioso, abriendo y cerrando sus poderosas garras en el aire. Aterrizó en el suelo, donde parecía atrapar y devorar una presa invisible. Con cada movimiento de su pico, el brillo turquesa de su cuerpo incrementaba de intensidad, bañando la habitación con la luz etérea.
Intrigado, Gregor dio unos pasos hacia adelante para observar mejor. Sin embargo, en un instante, el búho giró su cabeza, fijando en él sus ojos luminosos. A pesar de la atención directa del animal, no mostraba signos de amenaza o miedo.
– ¡Ya vámonos, cabrón! ¿Quieres que suba a partirte tu madre? – irrumpió la voz de Pluma.
Gregor, ignorando el grito, se acercó un par de pasos más, cautivado por la criatura. El búho, aparentemente consciente de su presencia, dio un último bocado imaginario y, con un movimiento ágil, extendió sus alas y emprendió vuelo hacia la ventana, desapareciendo en el resplandor naranja del amanecer y dejando tras de sí una estela de luz turquesa. Gregor sintió cómo su corazón, que había estado latiendo con fuerza, comenzaba a calmarse. Un silencio absoluto lo rodeaba, llenándolo de una extraña sensación de soledad.
Recogiendo sus pertenencias, se preparó para enfrentar otro día de responsabilidades impuestas por sus superiores. Cerró la puerta de su departamento y se unió a Pluma, llevando consigo la imagen del búho y la estela que había dejado atrás.
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