Paralelo – Capítulo 25: Circo
Era una mujer de una belleza cautivadora, cuya presencia irradiaba una confianza sin precedentes. Su pelo castaño, que caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos, del mismo tono, escrutaban el entorno con una intensidad feroz. Aunque no hubo tiempo para analizar en detalle a esta nueva figura, claramente representante de un territorio aún no revelado, su entrada a la catedral no pasó desapercibida. Con pasos decididos, se dirigió a la mesa redonda y se ubicó en su lugar asignado, junto a Nikita, iniciando una conversación con una naturalidad que contrastaba con la tensión competitiva subyacente de su interacción.
Mientras Jesús se acomodaba en su asiento y organizaba sus documentos, su discurso de introducción no difería del de las ocasiones pasadas, excepto por un detalle: la mención del territorio “Marioneta”, al parecer especializado por la producción de marionetas en masa, y su líder, Leticia.
– ¿Alguna duda? – preguntó al concluir, pero antes de que el silencio habitual llenara la sala, la voz de la recién llegada sonó con autoridad.
– Yo tengo un comentario – interrumpió la señora.
Su intervención, inusual en este momento de la reunión, sobre todo tratándose de una novata, captó la atención inmediata de todos los presentes. Su vestimenta, un pantalón de vestir negro, una blusa color perla y tacones a juego, subrayaba su figura. La combinación de su aspecto, la seguridad de su voz y su postura, la perfilaban no solo como un personaje intrigante, sino como una figura de firme determinación, cuyas palabras prometían ser de gran relevancia.
– Permítanme presentarme – dijo la señora, elevándose de su asiento y mirando a los escuchas con ojos incisivos y calculadores. – Mi nombre es Leticia y, aunque soy nueva aquí, tengo claro nuestro cometido: desarrollar iniciativas para el bienestar del pueblo, el verdadero sustento de nuestra labor – agregó, marcando una breve pausa que llenó la sala de expectación y caminando alrededor de la mesa con autoridad.
Jesús, percibiendo el peso del silencio, asintió con un gesto sutil, animándola a continuar.
– Pero, les diré por qué estamos fallando en nuestra misión – prosiguió, cobrando un tono más enérgico y posando sus manos sobre la mesa. – La razón es simple: ¡porque todos aquí son una bola de corruptos! – lanzó la acusación con ímpetu.
Un murmullo de sorpresa y desconcierto se extendió entre los asistentes, incapaces de articular respuesta ante la osadía de la novata.
– ¡Así es! – insistió Leticia, erigiéndose aún más en su postura desafiante. – ¡No son más que parásitos, sanguijuelas que drenan la vida del pueblo para saciar su deseo descontrolado de poder y lujuria! ¡Son unas ratas malparidas! ¡Ratas que no vienen aquí a trabajar por el bien común, pero a disfrutar de los excesos que Kali les ofrece – su tono se tornó más acusatorio.
Jesús, intentando recuperar el control de la situación, empezó a hablar.
– Si me permite, Leticia…
– ¡No admito interrupciones! – interrumpió ella con una voz que no admitía réplica, señalándolo con un gesto imperativo. – ¡Guarde silencio y escuche! ¡Aún no he terminado! ¡Calladito se ve más bonito! –.
La sala quedó en un silencio sepulcral, todos los ojos fijos en Leticia, cuyas palabras sacudían los cimientos de la reunión.
– ¡No son más que ratas rastreras! – continuó con una voz cargada de desdén. – Solo buscan robar al pueblo, como las verdaderas ratas que son, aliándose con los más viles traficantes de la ciudad. Todo por enriquecerse a costa de dejar al pueblo en la miseria –.
Su ataque verbal dejó a los demás en un estado de shock, incapaces de responder. Se miraban entre sí, buscando alguna señal sobre cómo reaccionar. Incluso Jesús estaba desconcertado.
– ¡Rata de dos patas, te estoy hablando a ti! – irrumpió Tomás, interrumpiendo la tensión con una melodía burlona.
Su intervención pareció romper el hechizo de sorpresa silenciosa en los presentes, desencadenando una oleada de reacciones inmediatas.
– ¡Qué audacia la tuya! ¡Atreverte a insultarnos así! – estalló Nikita, observando a Leticia con un rostro lleno de furia.
– ¡Qué vulgaridad! ¡Eres una insolente! – se unió Greta.
– ¡Respeta a la gente mayor! – intervino Bartolo, apuntando a Abraham, el más veterano entre ellos.
Cada palabra añadía más leña al fuego del conflicto recién encendido. Leticia, al escuchar las respuestas, sonrió ligeramente.
– ¡Orden! ¡Por favor, orden! – suplicaba Jesús, alzando la voz en un intento vano de controlar la situación.
– ¡Lo que le hace falta a ésta, es un tremendo cogidón! – exclamó Tomás con malicia, provocando una carcajada en Sam.
En un instante, la reunión se sumergió en caos absoluto. Gritos e insultos se entrecruzaban, creando una cacofonía de ira y descontrol. Gregor, en silencio, observaba atónito el espectáculo. ¿Cómo era posible que una reunión de tal magnitud se haya degradado en un mal chiste? ¿En un verdadero circo? ¿En algo más surreal que el mismo mundo que habitaba? No lo sabía, sin embargo, las palabras de Juan resonaban en su mente, viendo en los presentes no más que marionetas enredadas en sus propias cuerdas de ambición y vanidad: prisioneros del poder.
Finalmente, tras una hora de furiosa disputa, el agotamiento sofocó las llamas del enfado. Todos, exhaustos y aún hirviendo en su interior, optaron por el silencio. Leticia parecía satisfecha con el caos que había desencadenado.
– Muy bien – suspiró Jesús, apoyando la frente en sus manos, visiblemente agotado. – Continuemos con la agenda –.
La votación sobre la propuesta de vacunación de Tomás fue lo primero en la lista. Gregor observó, incrédulo, cómo la propuesta era aprobada casi unánimemente, con siete votos a favor y solo el suyo en contra. Los rostros de los demás líderes reflejaban una mezcla de triunfo y una inquietante culpa oculta.
Luego se abordó el tema de la invasión animal. Jesús, con un tono de voz que denotaba esperanza, invitó a compartir información. Una pesada cortina de silencio cayó en la sala. Gregor se sumió en sus propias reflexiones, optando por el silencio junto a los demás, quienes actuaban en una ignorancia fingida o desinteresada.
Finalmente, con una frustración disimulada, Jesús anunció el cierre de la reunión. Informó, con voz cansada, que la mesa exclusiva de Degenere ya se encontraba preparada, cortesía de Kali. Luego se levantó y se marchó con una rapidez sorprendente, deseando escapar de la sala.
Y los asistentes de Degenere, ¿quiénes fueron? Todos, incluso la recién llegada Leticia. Todos excepto Gregor, quien regresó a Anigma, reflexionando en silencio sobre el grotesco espectáculo que acababa de presenciar, un verdadero circo en todos los sentidos de la palabra.
En su regreso, mientras subía por las escaleras subterráneas de Yo hacia Pasarela, de camino a Anigma, los gritos estridentes de la muchedumbre golpearon a Gregor. Sus ojos se abrieron de par en par al encontrarse con la escena del exterior. La gente corría en todas direcciones, impulsada por un pánico frenético.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
La avenida, normalmente ocupada solo por vagabundos y drogadictos, se había transformado en un zoológico. Ratas y lagartijas se movían con una vida inesperada, invadiendo cada rincón a la vista. Las criaturas, al igual que las cucarachas, talladas en madera con un detalle sorprendente, se desplazaban de manera extrañamente orgánica y viva.
Gregor se detuvo ante el caos del exterior. La realidad se había torcido una vez más, presentando un nuevo rompecabezas. ¿Qué significaba esto? ¿Era otro capítulo en la serie de eventos extraños que asolaban la ciudad? Con un suspiro, se preparó mentalmente para enfrentar este nuevo desafío, mientras los gritos y el caos continuaban a su alrededor.
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