Paralelo – Capítulo 23: Visitante
La gran avenida era un torrente vivo, donde tanto la muchedumbre como las cucarachas fluían en ambas direcciones, reminiscentes de cardúmenes aglomerados en un mar urbano. El acceso a esta arteria comercial, compartida entre los territorios Big Corp y Prosperion, se realizaba a través de un ancho puente de cemento que descendía suavemente hacia el corazón corporativo de la ciudad, dividido por un gigantesco muro que obligaba a los transeúntes cruzar por una aduana vigilada. Los altos edificios formaban un cañón de concreto y cristal que ocultaba el sol naciente, pero sus rayos rojizos se infiltraban entre las grandes estructuras, bañando la avenida con una luz cálida y reconfortante que contrastaba con el aire gélido de la mañana.
En el perfil urbano, las banderas de ambos territorios, dispuestas en un arreglo alternado en las cúspides de los edificios, se mecían con gracia bajo el cielo. La de Big Corp, con un fondo gris oscuro, remitía a la fortaleza del acero y la solidez de la infraestructura industrial del territorio. En su núcleo, se destacaba un majestuoso engrane blanco, circundado por una corona de laurel del mismo tono, simbolizando un compromiso con el progreso y la excelencia. Por otro lado, la enseña de Prosperion, con su vibrante fondo azul claro, emanaba una aura de libertad y tranquilidad. En su centro, un resplandeciente sol dorado desplegaba sus rayos hacia el exterior, sirviendo como un faro de esperanza, dinamismo y orientación. Cada bandera, a su manera, articulaba la visión y los valores fundamentales de su territorio, creando la narrativa de dos culturas distintas, pero igualmente aspiracionales. Gregor sabía que, para comprender verdaderamente a los representantes de cada territorio, debía sumergirse en el torrente de su gente, ser testigo de su cotidianidad.
Al descender el puente, cruzar la aduana, y pisar suelo firme, se encontró con una serie de exclusivos negocios enclavados en la base de los rascacielos. La multitud, una mezcla de individuos de todos los sectores, se movía en un caos aparentemente orquestado. A pesar de la diversidad, Gregor rápidamente distinguió dos arquetipos dominantes entre la masa. El primero, personas de vestimenta formal cuyos rostros lucían una dualidad similar a la de Sam, por un lado, emanaban un cansancio y un hartazgo que parecía haber consumido su voluntad para vivir, pero por otro, una ambición y un deseo desenfrenado por vender. El segundo grupo, en contraste, vestía harapos, pero sus rostros irradiaban un fulgor peculiar, el brillo de aquellos a punto de intercambiar su esfuerzo, su sudor, su sangre, por el placer fugaz que proporciona el consumo desmedido de trivialidades.
Mientras caminaba con pasos mesurados, su atención se posaba sobre cada negocio, aunque sin detenerse en alguno. Absorbía cada detalle con atención plena.
Si el mundo está por acabarse ¿Por qué no darte un gustito?
Proclamaba un cartel de un restaurante cuyos precios exorbitantes parecían destinados a un público exclusivo. A través de sus cristalinas ventanas, Gregor podía ver a los comensales absortos en un hedonismo desenfrenado, saboreando con deleite cada bocado con su brazo derecho mientras el izquierdo, conectado a intrincadas máquinas, donaba su sangre en un ritual casi ceremonial.
Abierto 24/7. No se acepta gente fea, pobre, prieta o malvestida
Así se anunciaba un club nocturno. En la entrada, una gigantesca fila se formaba; repleta de personas esperanzadas de ser admitidas a pesar de no cumplir estrictamente con los exigentes criterios del lugar.
¿No te gustaría verte hermosa en el apocalipsis?
Interrogaba el anuncio de otra tienda de belleza. Mujeres de todas las edades, con rostros tan variados como los colores de la tierra se agolpaban en un frenesí de desesperación. Se abrían paso entre empujones, ansiosas por ser atendidas por las vendedoras, en un acto que parecía más una carrera contra el tiempo que una simple compra.
Gregor continuó su recorrido entre la maraña de tiendas, cada una ofreciendo su propia versión de lujo y exceso. Una tienda de tecnología con gadgets futuristas, una joyería con relojes que más bien parecían pequeñas obras de arte, un concesionario de automóviles cuyos modelos relucían como estrellas distantes. Todos ellos, unidos en un coro comercial que cantaba a la inminencia del fin, ofreciendo indulgencias en un mundo que parecía haber aceptado su destino.
Universidad Apocalíptica
¿Quieres ser millonario? ¡Únete a nosotros! Te enseñamos a exprimir a tus clientes y a negociar tu pago de impuestos porque “El que no tranza, no avanza”
Decía otro letrero en la elegante entrada de una de las instituciones de enseñanza superior más prestigiosas.
Con el orgullo de ser “La Universidad con el Mejor Ranking de la Ciudad”, nos comprometemos a transformar a nuestros estudiantes en visionarios del mañana
Otro letrero se destacaba en la oficina de admisiones, presidiendo la escena donde un enjambre de jóvenes, ataviados en sus trajes más finos y con rostros iluminados por la inocente expectativa, formaban una serpentina de esperanza y ambición. Se extendían en una larga fila, cada uno cargando con sueños de grandeza aún intactos. Ah, si tan solo supieran lo que el futuro les tiene reservado.
Inesperadamente, a la distancia, una atracción inusual captó su atención. Era un teatro móvil de Comunicadia, con juglares que parecían arrancados de otra época.
Intrigado, Gregor se acercó para absorber el mensaje.
– ¡Atención, hermanas y hermanos! – proclamaba un juglar con voz potente. – ¡El temible virus ha invadido nuestra ciudad! –.
Al lado del juglar, una compañera yacía en una cama improvisada. Su palidez lunar y la tos desgarradora, que manchaba un pañuelo de inquietantes salpicaduras rojas, eran una representación vívida de la enfermedad.
– ¡Cuidado! ¡La muerte que provoca el virus T es lenta y dolorosa! – continuaba el juglar. – ¡Pero hay esperanza, hermanas y hermanos! La vacuna experimental, una promesa de salvación, pronto estará disponible. Y lo mejor de todo… ¡Se distribuirá gratuitamente, gracias a la generosidad de nuestros representantes, gracias a su arduo trabajo! ¡No permitan que el temor domine sus vidas, vacúnense! – decía con un fervor tan convincente que contagiaba con facilidad a la audiencia.
La multitud reunida aplaudía con entusiasmo, iluminados por alivio y gratitud.
– ¡Viva! – gritaban en un júbilo colectivo.
Después de presenciar la misma secuencia tres veces, Gregor sintió la urgencia de retirarse. Sin embargo, justo cuando se disponía a girar sobre sus talones, un giro inesperado de eventos lo enraizó al suelo. Contrario a todas las expectativas, la escena no se desplegó por cuarta vez de la misma manera. En un momento inesperado, Tomás emergió desde un edificio contiguo y avanzó hacia el escenario móvil con determinación. Con una presencia que capturaba la atención, se posicionó detrás de un podio, meticulosamente ajustado por uno de sus colaboradores, preparándose para lo que parecía ser una intervención crucial. Además, detrás de él, dos colaboradores adicionales emergieron, portando con orgullo carteles políticos que proclamaban la candidatura de Tomás. Los carteles vibraban con el lema: “¡Con Tomás, el pueblo tiene más!” junto una imagen sonriente del candidato haciendo un gesto de aprobación con su pulgar. Mientras tanto, Tomás se dirigía con impaciencia al colaborador que ajustaba el podio. Su exabrupto, “¡Quítate, pinche gato!” resonó inadvertidamente a través del micrófono ya activado. Al percatarse de su error, el silencio se apoderó del momento, roto solo por una risa forzada del candidato, que intentaba infructuosamente disipar la tensión que su propio comentario había generado.
Tan pronto como el podio quedó ajustado en su lugar, Tomás asumió su posición con una seguridad ensayada y comenzó a dirigirse a la multitud. Con una destreza calculada, ejecutó su discurso meticulosamente elaborado, tocando los temas candentes de la corrupción, la amenaza latente del virus T, y las promesas tentadoras de su campaña. Su rostro estaba adornado con una sonrisa perpetua, tan pulida como vacía, una máscara de sinceridad creada específicamente para ocultar sus verdaderas intenciones. A pesar de la claridad de sus palabras, era esa sonrisa, inquebrantable y artificial, lo que permanecía en primer plano, un velo que la mayoría de los presentes no lograba, o elegía no ver
– ¡Con Tomás, el pueblo tiene más! – gritaba la multitud.
Tras presenciar el discurso, Gregor decidió seguir con su camino. A medida que avanzaba, el panorama seguía siendo el mismo: vendedores hábilmente manipulando los temores de la gente para impulsar las ventas. Cada paso que daba lo llevaba más profundamente en esta coreografía calculada de persuasión y deseo.
La experiencia en Big Corp y Prosperia había sido suficiente para saturarlo. Cargado de desilusión, se dirigió hacia su refugio. Con cinco días restantes hasta su próxima reunión, y habiendo visitado con anterioridad La Tierra Prometida, contempló la posibilidad de explorar los territorios sureños, quizás en busca de algo distinto, un contrapunto a la cacofonía de la manipulación que había testificado.
Amaneció un nuevo día, caluroso y neblinoso, tal como era habitual. Después de un largo recorrido hacia el este por Carnaval, Gregor finalmente alcanzó su segundo destino, la frontera de Epicurea y Comunicadia. Las estrechas calles del lugar contrastaban con las del norte: sucias, llenas de deshechos, y una multitud incesante que caminaba fuera y dentro del territorio libremente, sin un muro o una aduana que les impidiera el paso. Las imponentes estructuras del norte daban paso aquí a estructuras más humildes y desgastadas, con una atmósfera de descuido. El calor era asfixiante.
Mientras caminaba, Gregor observaba la peculiar escena urbana. Algunos locales, con ventanas empañadas por el tiempo, exhibían danzas de hombres y mujeres en un estado de desnudez, atrayendo miradas lascivas de transeúntes de todos los territorios que no ocultaban su excitación, masturbándose en plena calle. La música de variados géneros emanaba de cada establecimiento, creando un collage sonoro que acompañaba su caminata. Además, los numerosos postes de cemento se encontraban abarrotados de banderas LGBTIQ+ y carteles políticos que proclamaban la candidatura de una Greta sonriente, aunque la mayoría lucía desgastado por el tiempo o alterado creativamente por las manos de la comunidad, algunos incluso con añadidos de bigotes Nazi y dientes faltantes, en un acto de sátira política.
Rápidamente la calle se convirtió en un laberinto de vicios y libertades extremas, con personajes de todo tipo deambulando por allí. Entre ellos, dos mujeres robustas desfilaban con confianza, su cabello teñido de azul y rosa resaltando tanto como su vestimenta mínima. Bajo sus senos descubiertos, llevaban un mensaje escrito que desafiaba las normas sociales: “Tenemos derecho a vestirnos así, sin ser objetos de deseo. Basta de machismo. Pinches puercos”. Sin embargo, esta aparente contradicción revelaba una compleja ironía: a pesar de su mensaje de no ser sexualizadas, parecían buscar, intencionalmente, la atención sexual de los demás.
En el margen izquierdo de la calle, cerca de un establecimiento de drogas, se destacaba la figura de un hombre en sus setentas, de aspecto demacrado y vestido solo con una tanga y una máscara de látex. Sujetaba con su mano derecha la de un niño, no mayor de diez años, cuya indumentaria era idéntica a la suya.
¿No eres quien quieres ser? ¡No te preocupes! ¡Nosotros nos encargamos de que seas quien quieres ser!
Decía un cartel llamativo que adornaba la fachada de una clínica de cirugía plástica. Dentro, dos mujeres con curvas exageradas conversaban animadamente con un asesor, mientras un niño, de cabello largo y delicadas facciones, aguardaba en una silla de ruedas. A pesar de la aparente felicidad que mostraban, una sombra de melancolía se cernía sobre sus rostros, una sombra de desamor y falta de aceptación sobre su persona.
Universidad Hedonista
¿Quieres conseguir un empleo y ganar dinero sin mover un dedo? ¡Inscríbete y sé el parásito que siempre has querido ser!
Este era el llamativo mensaje de bienvenida que se podía leer en un cartel situado en la entrada de esta peculiar institución educativa. Dentro, un ambiente de desenfado absoluto invadía el aire. Estudiantes y visitantes de diversas edades, algunos ataviados en atuendos casuales hasta el punto de rozar lo descuidado, compartían risas y conversaciones animadas, envueltos en una atmósfera relajada, apenas visible a través de una ligera neblina de marihuana en la oficina de inscripciones.
Arte contemporáneo
Decía afuera de un local, conocido por sus obras de arte escatológicas y desprovistas de belleza. Su público intrigado, y en apariencia expertos en arte, admiraba y comentaba con fascinación cada una de las obras.
¿Deseas desaparecer las consecuencias de tu lujuria? ¡Ven con nosotros! ¡Nos deshacemos de tu futuro hijo! Pregunta por la oferta especial para clientas frecuentes
La voz de un hombre resonaba a través de unas bocinas situadas fuera de un centro de abortos, emitiendo un mensaje claro al ritmo de un reggaetón con las letras más explícitas y sexuales que jamás haya escuchado.
Quiero un encuentro caliente, no un planeta caliente
Salvemos nuestro hogar
En el centro de la calle, un grupo de activistas bloqueaba el paso mientras sostenía carteles con distintos mensajes, exigiendo acciones para detener el cambio climático. Paradójicamente, a pesar de sus demandas, el grupo utilizaba una plétora de materiales contaminantes para difundir su mensaje. Además, utilizaban un viejo auto encendido como altavoz, reproduciendo canciones sobre el heroísmo y la congruencia de nuestras acciones a través de su sistema de sonido.
Gregor continuó su andar, cruzando la frontera y adentrándose más en el corazón de Comunicadia, atravesando varias calles en su camino. El paisaje urbano no ofrecía mucha variedad, una repetición monótona dominaba el panorama: decenas de cines públicos emergían, ofreciendo distracciones superficiales a una población sedienta de entretenimiento genuino. Las telenovelas, con actuaciones que rozaban lo caricaturesco, películas cuyas tramas parecían diseñadas para moldear opiniones más que para contar historias, reality shows que raramente profundizaban más allá de la superficie, noticieros cuyas narrativas estaban manipuladas con agendas políticas evidentes, y programas “educativos” que, más que informar, parecían tener como objetivo el adoctrinamiento.
Al regresar a la frontera entre Epicurea y Comunicadia, Gregor se detuvo, capturado por el contraste dramático de su entorno. La convergencia de estos mundos, uno dedicado al hedonismo desenfrenado y el otro a la manipulación mediática, creaba un espectáculo surrealista de libertades y cadenas invisibles, de placer superficial combinado con el descontento más marcado que haya visto en su vida. Esta yuxtaposición de extremos le golpeó con la fuerza de una revelación, exponiendo la complejidad de la condición humana en su búsqueda de felicidad. Con un suspiro reflexivo, retomó su camino hacia su refugio, meditando sobre el verdadero costo de aquellas libertades. Aún le quedaban tres días antes de la siguiente reunión, tiempo suficiente para seguir desentrañando los misterios de Equalis, el último territorio restante.
El eco del clamor se magnificaba en el túnel de cemento por el que avanzaba, indicando que el espectáculo ya estaba en marcha. Al llegar al final del túnel, una luz intensa lo bañó, revelando el fervor del momento en el gigantesco estadio. El público, compuesto por hombres, mujeres y niños, rugía con emoción, estallando en gritos y aplausos con cada acción destacada en la arena. La bandera de Equalis, ondeante en el borde del estadio, capturaba la esencia de su lucha por la equidad con una elocuencia visual poderosa. Un profundo manto rojo, simbolizando la pasión y el valor en la búsqueda de justicia, servía de fondo a tres puños cerrado en su centro, una representación imponente de la unidad y la fuerza colectiva en el esfuerzo por la igualdad de los grupos minoritarios. Estos puños, cada uno en diferentes tonalidades, simbolizaban no solo la pureza de sus intenciones y la paz deseada, sino que representaban más que un simple símbolo; eran una declaración de resistencia, una manifestación de lucha continua y de esperanza.
Gregor escaneó rápidamente el entorno en busca de su asiento.
– ¡Que mueran esos malditos hombres blancos! – bramó un espectador, escupiendo palabras rencorosas, incitando a otros a unirse a su celebración mientras ondeaba la bandera del territorio.
Vendedores ambulantes se abrían paso entre las butacas, ofreciendo comida y drogas con gritos estridentes.
– ¡Aguardiente! ¡Sueño Negro! ¡Incienso! –.
Gregor encontró su asiento, y al sentarse, extrajo de su chamarra un folleto que le dio el revendedor con quien compró su boleto de entrada.
Muerte a los hombres privilegiados
Se leía el título del evento.
La arena se convertía en escenario de una lucha desigual: diez gladiadores provenientes de grupos marginados, incluyendo hombres de piel morena, sureños, mujeres, personas trans, pobres y discapacitados, todos completamente armados, enfrentándose a tres cautivos blancos, desnudos y desarmados, encadenados entre sí.
Gregor hizo una señal al vendedor ambulante y adquirió un vaso de aguardiente. Mientras intercambiaba dinero, un estruendo ensordecedor llenó el estadio: acababan de decapitar al primero de los tres hombres considerados privilegiados. Solo quedaban dos.
– ¡Aguardiente! ¡Sueño Negro! ¡Incienso! – resonó nuevamente la voz del vendedor, alejándose tras completar la transacción.
A penas había probado su bebida cuando los diez combatientes se abalanzaron sobre los dos hombres restantes. El espectáculo era brutal: uno fue aniquilado de un golpe con un escudo que aplastó su cráneo, mientras que el otro sufrió una tortura despiadada, siendo desmembrado lentamente hasta la muerte. Los gritos del público eran una mezcla turbulenta de furia y regocijo.
Poco después, el silencio se apoderó del lugar de nuevo mientras los trabajadores limpiaban la arena para el próximo acto.
Mientras esperaba, Gregor revisó nuevamente el itinerario.
Masacre a la verdad
< ¿Qué será eso? > pensó, dando otro sorbo a su bebida.
– Ese va a estar bien chingón, bro – comentó un joven a su lado, al percatarse de su interés en el próximo evento.
– ¿De qué se trata? – preguntó Gregor con amabilidad.
– Básicamente se trata de torturar a gente honesta para hacerles responder preguntas. Les dicen que deben decir la verdad, pero lo irónico es que la tortura solo cesa si comienzan a mentir. ¡Ja! Si tan solo supieran. Deberías verlo, es sumamente entretenido –.
Gregor asintió y suspiró de nuevo, sintiendo el aguardiente quemar en su garganta mientras observaba y escuchaba lo que sucedía a su alrededor.
– ¡Ay de nosotros, lo marginados! ¡Ay de los olvidados por la sociedad! ¡Víctimas desde el nacimiento! – resonó una voz femenina apasionada a través de las bocinas del estadio. – Nuestra vida está llena de sufrimiento, desatendida por aquellos en posiciones de poder. Ninguna mano se extiende para ayudarnos, ninguno escucha nuestras súplicas. La agonía de vivir en la periferia, ignorados y explotados, es una carga que solo las minorías comprenden. Pero no estamos condenados a la resignación. Hay un camino, el de la resistencia, el de la lucha contra las injusticias del mundo. Contra aquellos que, desde sus altas torres, ignoran a los más desfavorecidos. Contra los ricos. Contra los blancos. Contra los hombres. Contra los judíos y los cristianos. Todos aquellos que abusan de nosotros, las víctimas. ¡Es hora de alzar la voz contra la explotación! ¡Es el momento de reclamar justicia y equidad! ¡Que viva Equalis! –.
– ¡Viva! – respondió la muchedumbre enérgicamente.
– ¡Que vivan los grupos minoritarios! – volvió a gritar la voz femenina.
– ¡Viva! –.
– ¡Que viva la corrupción! – agregó la voz, antes de sumirse en un silencio repentino, como capturada por la súbita conciencia de su desliz. El público, antes extasiado, ahora guardaba silencio. Tras una pausa de desconcierto, la voz se corrigió con firmeza. – ¡Que viva la equidad y justicia! –.
La multitud en el estadio, lejos de detenerse en el tropiezo verbal, respondió con un estruendoso «¡Viva!», celebrando las palabras corregidas con entusiasmo. La locutora, aunque brevemente traicionada por un lapsus, había logrado reconducir la energía de la audiencia hacia los ideales de justicia y equidad.
Con el ruido final de las palabras aún resonando, las primeras notas de la distintiva melodía de Comunicadia llenaron el espacio, marcando el inicio del siguiente acto en el estadio.
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