Paralelo – Capítulo 22: Equidad

Gregor se acomodó en una banca cerca de la entrada de la catedral, distanciándose deliberadamente de los demás, quienes, como en el encuentro anterior, se congregaron cerca del crucero. Desde su posición, los observaba con interés analítico, captando fragmentos de su lenguaje corporal y sus expresiones faciales, aunque las palabras se perdían en la distancia. Tomás y Greta, quienes conversaban en una banca, al percatarse de su mirada, redujeron sus voces a susurros cautelosos. Por su parte, Sam compartía un espacio con Nikita y Bartolo. Al sentirse observados, Sam respondió con una sonrisa radiante, mientras que Nikita, desafiante, sostuvo la mirada con Gregor. Abraham, en una actitud más aislada, vagaba por las inmediaciones del altar, perdido en la contemplación del arte que seguramente había examinado incontables veces.

El camino a la reunión replicó el mismo itinerario de la vez anterior. Se desplazaron por las carretas de propulsión humana, atravesando la lúgubre zona habitacional, seguida de la cadena preferencial, y cruzando Degenere hasta su zona más exclusiva. Luego, al salir por la robusta puerta metálica, ascendieron por las escaleras subterráneas hasta la superficie, para finalmente caminar la calle rodeada de edificios impecables, llegando a su destino en la catedral. En esta ocasión, no hubo incidentes tan impactantes como los niños de los gritos ahogados, pero no pasó por alto una escena perturbadora: dos juglares renombrados guiaban a una adolescente, de no más de doce años, hacia las habitaciones privadas de Degenere.

De repente, Gregor percibió un cambio en el ambiente. Bartolo, hasta ahora sentado, se levantaba con un esfuerzo visible. Aunque el enorme tumor deformaba su rostro, impidiendo discernir hacia dónde dirigía la mirada, sintió que él era el objeto de su atención.

< Por favor, que no venga hacia mí > rogó en su mente.

Sin embargo, como si sus pensamientos hubieran convocado al hombre, Bartolo inició su lento y dificultoso camino hacia él. Cada paso revelaba un esfuerzo notable, una clara manifestación de las batallas que enfrentaba debido a su condición física. Tras unos momentos, llegó a su lado, sentándose en la banca junto a él.

– No hemos tenido la oportunidad de presentarnos formalmente. Bartolo, mucho gusto – dijo, esbozando una sonrisa deformada y extendiendo su mano.

– Gregor – respondió con brevedad, respondiendo el saludo.

Era un hombre haraposo de estatura baja, tez morena y con una notable corpulencia, destacando aún más su tumor que, bajo el juego de luces del vitral, parecía adquirir tonalidades diversas.

– Sé que preferirías el silencio, carnal, pero es crucial que me escuches – prosiguió Bartolo con su característica dificultad por pronunciar la “r”.

Gregor quedó callado, observando directamente al único ojo reluciente en el rostro de su interlocutor.

– Míralos a todos – indicó Bartolo con un gesto hacia los otros representantes. – ¿Sabes qué tienen en común? –.

– ¿Qué? – preguntó un poco intrigado pese a su resistencia inicial.

– Ninguno de ellos comprende realmente qué significa ser pobre. No tienen idea de lo que es jugarse la vida día a día en este sistema corrupto, luchando por su pan diario y el de sus familias –.

Las palabras de Bartolo estaban impregnadas de una ira contenida. Sus manos se cerraban en puños, y su frente, deformada por le tumor, se fruncía en una expresión de frustración.

– Se llenan la boca hablando de proteger los intereses del pueblo, de los menos afortunados – prosiguió Bartolo con una voz teñida de una ira que crecía con cada palabra. – Pero ¿qué saben realmente? No tienen ni la más mínima idea lo que significa ser pobre. Desconocen las necesidades reales de los desfavorecidos, sus luchas y sus miedos. Viven en un mundo tan distante, que su realidad se asemeja más a la de una mascota mimada que a la de un ser humano real –.

Gregor, absorbido por el discurso, miraba alternativamente el rostro deforme de su interlocutor y simultáneamente a los demás representantes, tratando de asimilar la verdad en las palabras del hombre.

– Tú, en cambio, eres diferente. Eres como yo – continuó Bartolo, señalando con un dedo tembloroso a Gregor. – Conoces el hambre, pero, sobre todo, has sentido la opresión de ser ignorado, despreciado y mirado con asco. Comprendes esa amarga sensación de inferioridad que nos imponen. Lo sé porque, al igual que yo, eres un sobreviviente de la pobreza, con la capacidad de reconocer a otros en la misma situación – agregó con una voz que resonaba con un resentimiento profundo y sincero.

Súbitamente, un movimiento en la esquina donde Tomás y Greta conversaban captó la atención de Gregor. Observó a Greta pasando un portafolio a Tomás, seguido de un apretón de manos lleno de significado, como si sellaran un trato oculto.

– Voy a ser franco contigo, carnal. No me considero el más inteligente ni el más preparado para estar aquí. Pero entre todos, soy quien ha estado más hundido en la miseria, incluso más que tú – admitió con una mirada melancólica y arreciando el tono de su voz. – Eso me otorga un conocimiento que los demás desconocen. Me convierte en el verdadero representante de aquellos que nunca han tenido voz en este mundo –.

Las palabras pasionales de Bartolo retumbaron en los arcos de la catedral por lo que se tomó un momento para contener sus emociones antes de proseguir.

– Los del norte predican una falsa igualdad de oportunidades, creyendo ciegamente en la máxima de que “querer es poder”. Para ellos, parece sencillo: fija un objetivo, trabaja arduamente y lo alcanzarás – agregó con amargura. – Pero funciona así para ellos porque nacieron en cunas de oro, con cada necesidad satisfecha desde el momento de su nacimiento. En su privilegio, no solo recibieron el alimento diario, sino también la mejor educación, los servicios más lujosos de la ciudad, y préstamos millonarios. Para ellos, “querer es poder” es un mantra fácil, una realidad moldeada por su privilegio de extender la mano y recibir cuanto deseen. Pero ese no es el mundo en el que vivimos nosotros, los desheredados. Para nosotros la vida es completamente distinta, ya que cuando extendemos nuestras manos, solo encontramos desprecio, junto con el trillado consejo de que para escapar de la miseria y conseguir unas cuantas migajas de pan, hay que trabajar hasta desfallecer. Dos realidades, cada una un universo aparte, radicalmente opuestas. Entonces… ¿Cómo se atreven a hablar de justicia, cuando su “justicia” es injusta? –.

Observando atentamente mientras escuchaba a Bartolo, Gregor percibió el complejo lenguaje no verbal entre Sam y Nikita. Su interacción destilaba una mezcla de camaradería y rivalidad. Nikita jugaba con su cabello de manera coqueta, intercalando risas con miradas intensas y calculadoras. Sam, por su parte, rozaba ocasionalmente el brazo de ella, una osadía que parecía intensificar una sutil tensión en su expresión.

– Es por esto que la verdadera justicia, es la justicia social que se logra a través de la igualdad de resultados o, dicho en otras palabras, la equidad – dijo Bartolo con convicción. – Esto significa redistribuir la riqueza de los privilegiados con el objetivo de proveer a los más desfavorecidos de las oportunidades que el sistema actual les prohíbe gozar. Y para lograrlo, lo primero que debemos hacer es equilibrar la representación en todas las esferas, integrando diversidad de experiencias y capacidades. Es esencial incrementar la presencia de aquellos que históricamente han sido marginados en posiciones de influencia y poder. Esto incluye a las mujeres, o indígenas, o pobres, o personas LGBTIQ+, o gente con discapacidades en campos dominados por hombres blancos ¿Comprendes mi punto? – agregó, enfatizando cada palabra. – Eso es poder, carnal. Poder construir la sociedad más equitativa que jamás haya existido en este mundo –.

Justo entonces, la puerta lateral de la catedral se abrió, anunciando la llegada de Jesús, el subordinado de Kali. La tensión presagiaba el inicio de la reunión.

– No te dejes seducir por las palabras de los representantes del norte – advirtió, señalando a Tomás, Sam y Abraham. – Aquí, en el sur, tenemos la clave para combatir la desigualdad endémica de nuestra sociedad –.

Dicho esto, se dirigió hacia su asiento. Gregor permaneció unos momentos más en su lugar, procesando la conversación, antes de levantarse y caminar hacia la mesa redonda. Pero antes de que pudiera llegar, Sam se cruzó en su camino, interceptándolo con una mirada que prometía una conversación crucial.

– ¿Qué te dijo esa pinche aberración, paps? – inquirió con un aire burlón.

– Nada relevante – replicó Gregor, evitando entrar en detalles y apresurándose a ocupar su sitio.

– No pierdas tu tiempo con ese deforme. Es el más corrupto de todos. Nada más pregúntate, ¿cómo alguien así habría alcanzado esa posición tan privilegiada? – comentó con desdén y tomando su asiento a la derecha en la mesa redonda.

Jesús, por su parte, organizó su portafolio y papeles antes de iniciar. Al constatar que todos los representantes estaban presentes, excepto Kali, dio comienzo la sesión.

– Señoras y señores, primero que todo, lamento la convocatoria tan repentina. Sin embargo, los recientes sucesos en la ciudad requieren nuestra inmediata atención – comentó, denotando preocupación.

Mientras Jesús hablaba, Gregor sintió una mirada penetrante fijada en él. Eran los ojos grises y profundos de Abraham, que brillaban en la sombra creada por su capucha. Su mirada era intensa, casi inquisitiva.

– Como bien saben, nuestra ciudad enfrenta una invasión inesperada. Cucarachas, criaturas que creíamos extinguidas, ahora se esparcen por toda la metrópoli. Este fenómeno se ha extendido desde el sur hasta el norte, y del este al oeste, por lo que asumo que todos están al tanto de la situación – explicó, acentuando su preocupación.

Reinó un silencio espeso, cada representante sopesaba cautelosamente al otro, buscando indicios en sus gestos y miradas. Solo Abraham se mantenía inmutable, su mirada fija en Gregor.

– En Yo, hemos considerado imperativo abordar esta situación inusitada, dada la naturaleza desconocida de estas criaturas – retomó Jesús. – Hemos convocado a expertos para investigar, pero aún estamos lejos de comprender si estamos ante un arma biológica o un fenómeno natural. Pero como miembros del programa “Representación Democrática por el Bien de los Ciudadanos”, nuestra responsabilidad es colaborar, compartir conocimientos y crear un consenso acerca del verdadero riesgo que estas criaturas pueden representar –.

Jesús hizo una pausa, ajustó sus lentes y repartió documentos y plumas entre los presentes. Las perlas grises de Abraham seguían ancladas en Gregor, cuya comprensión del escrutinio al que estaba siendo sometido empezaba a clarificarse.

– Con esto concluyo mi intervención. Ahora invito a cualquiera que quiera compartir descubrimientos o perspectivas sobre este tema – concluyó, recorriendo con sus ojos el círculo de rostros pensativos.

Nadie habló. La sala fue ocupada solo por el sonido esporádico de una tos húmeda de Bartolo y la respiración pesada de Tomás. La expectación circundaba el aire, todos aguardaban, como si estuvieran a la espera de una revelación. La mirada de Abraham seguía inquebrantable sobre Gregor, quien, consciente del peso de sus propias experiencias, optó por el silencio. Jesús, apoyando su cabeza en su mano, exhibió una expresión de ligera decepción.

– Agradezco su asistencia y su disposición a colaborar. Por favor, no duden en contactarme si surge alguna novedad sobre este asunto – dijo Jesús, ofreciendo una última oportunidad para añadir comentarios.

Tomás, con una elevación súbita de su mano, capturó inmediatamente la atención de la sala. Se puso de pie y se persignó, irradiando una confianza que no dejaba lugar a dudas sobre su preparación para hablar.

– Permítanme compartir algo crucial con ustedes, compañeros – comenzó, con una voz que emanaba convicción, apartándose deliberadamente del tema central de la reunión. – Nuestro equipo ha estado trabajando incansablemente en una iniciativa. Como bien saben, el virus T, de origen desconocido, representa una amenaza mortal para nuestra ciudad – explicó con el mismo tono de un vendedor experimentado, similar al de Sam.

Durante varios minutos, Tomás expuso sobre la iniciativa “Vacunación para Todos”. Habló con detalle sobre la letalidad del virus T y el tortuoso camino hacia la muerte que deja a su paso. Presentó un plan de vacunación exhaustivo para la población y concluyó con un análisis de los recursos necesarios para implementar el proyecto. Mientras hablaba, los presentes escucharon atentamente, capturados por su discurso. Al finalizar su presentación, Tomás agradeció a los representantes por su atención y solicitó a Jesús organizar una votación para la próxima sesión. Al retomar su asiento, fue recibido con hostilidades; Greta y Bartolo le lanzaron insultos, tachándolo de corrupto y abusador. Tomás respondió con igual agresividad, denigrando a Greta con términos vulgares y a Bartolo con desprecios de su apariencia física. La discusión degeneró rápidamente en un intercambio de insultos vacíos y superficiales, sin ninguna sustancia argumentativa.

– Eres solo un explotador obsesionado con el dinero, dedicado a expandir la industria farmacéutica de tus jefes – acusó Greta.

– No eres más que una simple puta – replicó Tomás.

– ¡El virus es una invención, maldito corrupto! – gritó Bartolo.

– Mira quién lo dice, monstruo deforme – respondió Tomás.

Finalmente, tras unos minutos de calor, la cascada de insultos de disipó en un incómodo silencio.

– Muy bien – anunció Jesús, con un tono de finalidad que marcaba el cese de los intercambios hostiles. – Con esto concluimos la sesión de “Representación Democrático por el Bien de los Ciudadanos”. Quiero informarles que, a partir de hoy, reduciremos el intervalo entre nuestras reuniones a una semana – anunció, enfatizando la importancia de mantenerse bien informado sobre la invasión animal y de compartir el conocimiento adquirido con los demás por el bien de los ciudadanos. – Como muestra de agradecimiento por su ardua labor – prosiguió Jesús. – Kali los invita a disfrutar de nuestra más distinguida mesa de Degenere, donde se les concederá lo que deseen. Que Dios los bendiga – concluyó, retirándose rápidamente de la catedral.

Gregor, sintiendo la tensión del encuentro disiparse, se levantó para abandonar el lugar. Estaba a punto de cruzar el umbral de la salida cuando la voz de Nikita lo detuvo.

– ¿Ya te vas tan pronto? – inquirió ella con un tono meloso que contrastaba con su gesto provocativo al lamer una paleta de caramelo que acababa de remover de su empaque plástico. – Quédate un poco más. Te prometo que las cosas pueden calentarse bastante –.

Gregor negó con la cabeza, visiblemente incómodo por la insinuación. La expresión de Nikita se tornó en un velo de molestia. Sin articular palabra alguna, Gregor se dirigió a la salida, dejando atrás el bullicio de los representantes, cuyas voces llenas de anticipación infantil resonaban con la promesa de su estancia en la mesa exclusiva de Degenere.

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