Paralelo – Capítulo 21: Él / Ella

La puerta se cerró detrás de ellos con un chirrido metálico que sonó en la desolación de Trinchera. Gregor siguió a Pluma por los pasillos de la guarida mientras su corazón latía al ritmo de la incertidumbre. Como había descubierto con Abraham, había sido convocado a una nueva reunión, un llamado imposible de ignorar. Avanzaron en silencio hasta alcanzar el telón rojo que ocultaba el salón del trono.

– Quédate aquí hasta que se te conceda la entrada. Tengo asuntos pendientes – dijo Pluma con urgencia. – Cuídamelo mucho. No vas a dejar que se escape, ¿verdad? – agregó observando al guardia del telón, antes de salir corriendo por el pasillo.

– Tan solo un momento más, la Matriarca no tardará en recibirte – aseguró el guardia con una sonrisa socarrona.

En su interior, Gregor sentía cómo sus entrañas se retorcían, atrapadas en una maraña emocional donde las náuseas y un temor abrumador tomaban la delantera. La sola idea de estar en la presencia de ella hacía que su cuerpo se estremeciera en un ataque de ansiedad incontrolable.

Tras unos minutos de una espera insufrible, las gruesas cortinas se apartaron y otro guardia apareció, intercambiando palabras en un susurro con su colega.

– Es tu momento, Gregor. Adelante – anunció, abriendo el camino hacia el corazón del salón. –.

Con pasos inseguros y la cabeza gacha, Gregor atravesó el umbral del telón. A lo lejos, la respiración pesada de la Matriarca era el único ruido que rompía con el silencio. Aunque todavía no podía verla, sentía su mirada inquisitiva, analizando cada uno de sus movimientos. Finalmente, llegó al punto del juicio en el centro del salón conformado por un símbolo del Yin-Yang incrustado en el piso de mármol, donde se detuvo. Luego, giró y levantó la vista.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Ella yacía sobre su trono, una figura inerte y dominante. Sus ojos, centelleantes con un poder tangible, escudriñaban cada gesto y movimiento, haciéndolo sentir incómodamente expuesto. Su mirada era un yugo invisible, imponiendo sobre él un peso que paralizaba cada uno de sus músculos.

– Relájate un poco, querido sustituto – dijo ella, rompiendo la tensión.

Con un carraspeo, una arcada le hizo regurgitar moronga de su último banquete. Al terminar de estremecerse, continuó hablando.

– Quiero decirte algo breve, pero de vital importancia – agregó, interrumpida por otro espasmo involuntario de su diafragma. – Tu misión es simple en concepto, pero infinita en profundidad: observar. Observar a los demás, cada gesto, cada palabra, cada emoción, cada movimiento, cada acción. Conoce a los líderes en su esencia más íntima. Aprende sus debilidades, sus fortalezas, lo que aman, lo que detestan, lo que temen, lo que los hace felices. Conoce su pasado, sus ambiciones y sus más oscuros secretos. Todo, querido sustituto, obsérvalo todo. Esa es tu misión – dictó con una voz que sonó con autoridad.

Gregor, petrificado sobre el símbolo taoísta en el suelo, se encontraba atrapado en sus pensamientos. La figura de la Matriarca, repulsiva y magnética a la vez, le retenía en su sitio.

– ¡Ahora fuera de mi vista! Que no tengo tiempo que perder contigo – bramó ella con una furia repentina.

Un guardia agarró a Gregor por el brazo, arrancándolo del trance y escoltándolo fuera del salón. Al salir, Pluma ya aguardaba, su figura erguida recortándose contra la penumbra del pasillo.

– ¡Vamos! – ordenó al ver a Gregor salir del salón.

Juntos, avanzaron por los oscuros pasillos de la guarida, descendiendo hacia los túneles subterráneos y cruzando por las vías del metro hasta la siguiente estación, donde, al igual que la ocasión pasada, subieron al exterior. Allí, bajo la niebla y el sol rojizo, un vehículo negro los aguardaba, flanqueado por dos hombres vestidos del mismo color.

– Sé prudente – advirtió Pluma con una seriedad acentuada. – Cumple con las órdenes al detalle. De lo contrario…

– ¿O de lo contrario qué? – interrumpió con una voz que tintineaba ansiedad y desafío.

Pluma le miró fijamente.

– Ya conoces las consecuencias – replicó con frialdad, antes de despedirse con un asentimiento casi imperceptible.

Con un suspiro cargado de inquietud, Gregor se deslizó en el asiento del auto. Al entrar y acomodarse, notó que no estaba solo. En esta ocasión, la presencia a su lado no era Sam, sino una sombra aún más enigmática.

– ¡Alo, cariño! Por fin tengo la oportunidad de conocerte – se escuchó una voz fornida y con un matiz varonil.

El aire estaba cargado con el típico aroma a piel sintética, creando una sensación de claustrofobia que se veía agravada por el calor. Sin embargo, lo que realmente hacía el ambiente sofocante era el penetrante y dulzón aroma del perfume barato de Greta, impregnando cada rincón del vehículo.

– Greta – respondió Gregor con un tono seco y distante.

– ¡Ay, qué groserito nos salió este! – exclamó él, Greta, lanzando una mirada cómplice a Nikita, que estaba sentada a su lado, en la ventana opuesta a Gregor.

En consonancia con su aparición inicial, Greta había optado por un vestido verde que se ajustaba vulgarmente a su figura, acentuando sus curvas plásticas. Además, su elección de maquillaje, abundante y llamativo, escondía, como una máscara, su tonalidad de piel morena a una tonalidad más clara.

El auto aceleró bruscamente, como si el chofer estuviera intentando compensar algún retraso.

– ¿Por qué tanta desconfianza, Greg? – inquirió ella, Nikita, juiciosamente.

Gregor no respondió.

Nikita, contrastando con Greta, encarnaba la elegancia con un traje rosado de corte impecable y una blusa blanca que se ajustaba a su figura esbelta.

– ¿Tan tímido eres, eh? – declaró él, Greta, inmiscuyendo el espacio personal de Gregor con una mano que primero rozó su pierna y luego se posó en su hombro.

Gregor, por su lado, permaneció en silencio, sintiéndose cada vez más incómodo al observar la extravagancia de Greta que contrastaba con la sobriedad calculada de Nikita.

– Relájate, con nosotras no tienes nada que temer – sugirió ella, Nikita, desabrochándose el botón superior de su blusa, en un gesto que parecía desafiar las convenciones y las expectativas.

– ¡Nadita! ¡Nadita! – exclamó Greta con una risa juguetona, llevando su otra mano al escote que acababa de ser revelado.

En el espacio confinado del auto, Nikita se movió provocativamente, montando el regazo de Greta. Se entregaron a un apasionado beso, explorando mutuamente sus lenguas mientras Nikita danzaba seductoramente con sus caderas, frotándose contra él. Greta, con una mano, desabotonó aún más la blusa de ella, dejando a la vista su sostén rosa y sus senos, y con la otra acariciaba las curvas del cuerpo de ella. Luego, entregado al deseo, hundió su rostro entre los pechos de Nikita, besándola y lamiéndola con fervor. Ella inclinó su cabeza hacia atrás, cerrando los ojos en un aparente deleite. Sin embargo, su expresión tenía algo de artificial, una desconcertante insinuación de que quizás solo simulaba el placer de aquel encuentro.

Gregor, incómodo y desubicado, continuaba desviando la mirada hacia la ventana, observando el paisaje urbano conformado por los mismos autos oxidados y las enormes edificaciones abandonadas que había visto en su viaje anterior.  El contraste entre el mundo exterior y la escena en el auto no podía ser más marcado. Nikita, al percibir su indiferencia, se acomodó de nuevo en su asiento, con una expresión de diversión teñida de desafío.

– ¡Ay! Pero qué aburrido eres, mi amor – comentó Greta, tocando su propio pene erecto a través de su vestido.

– Deberías aprender a disfrutar la vida. Si cambias de opinión, aquí estaremos nosotras para enseñarte cómo divertirte – dijo Nikita, abrochándose la blusa y guiñándole un ojo.

Gregor permaneció en silencio. Las personalidades arrolladoras de sus acompañantes eran un rompecabezas que aún no sabía cómo descifrar.

– Pero regresando a lo verdaderamente importante, Greg. No tomes al pie de la letra todo lo que se dice sobre los territorios del sur – retomó Nikita, arreglándose el cabello con un gesto distraído. – Sam es hábil, intuyó los cambios de la Matriarca previo a la votación. Trató de manipularte durante el viaje, pero parece que no te dejaste convencer tan fácilmente y votaste en contra – agregó, pausando por unos momentos en espera de una respuesta.

– ¿Cómo saben lo que voté? El voto es secreto, bien podría haber votado a favor – inquirió Gregor, mostrando una curiosidad calculada.

– ¡Oh, por favor! Todos saben cómo votaron los demás. No es complicado deducirlo, basta con observar un poco. Aunque tú… tú aún eres un enigma para nosotras – replicó ella, Nikita.

– Pero no te preocupes, amor, pronto te conoceremos mejor, en todos los sentidos, y quizás tendremos la oportunidad de ver qué se esconde ahí abajo – agregó él, Greta, con un tono sugestivo, lanzándole una mirada velada.

– Bien, voté en contra, si es lo que quieren escuchar – replicó Gregor, intentando inyectar una semilla de duda.

– Vamos, no nos subestimes. No somos tontas. Todos saben cómo votaste – insistió ella, aunque su voz traicionó un atisbo de incertidumbre.

El silencio se adueñó del auto por un momento, mientras este se desplazaba a gran velocidad, tomando curvas abruptas que ocasionaba que los pasajeros se encimaran por la fuerza centrífuga. Nikita y Greta intercambiaron miradas y susurros, como trazando una estrategia.

– Como te decía – dijo ella, Nikita. – No des crédito a todo lo que Sam diga, o cualquiera de ellos, de los del norte. Les encanta etiquetar a la gente, reduciéndolos a simples categorías: borregos o lobos, los que pueden y los que no quieren, los buenos y los malos, como si las personas pudieran ser tan fácilmente categorizadas –.

– ¡Esos hombres blancos son unos elitistas y unos racistas! – exclamó él, Greta, con desdén, refiriéndose a los hombres como algo ajeno a sí mismo, y simultáneamente aún acariciando su erección.

– Por otro lado, en las tierras de nuestro sur, comprendemos que la complejidad humana supera esas simplificaciones tan superficiales. No nos definimos únicamente como borregos o lobos; más bien, nos consideramos seres individuales, cada uno distinguido por una plétora de diferencias respecto a los demás – expuso Nikita, observando con una mirada firme a Greta.

– Y son esas diferencias lo que hace que el mundo sea tan diverso, y consecuentemente, tan interesante y entretenido – agregó él, mirando sus genitales y sonriendo con depravación.

– Pero, Greg, no nos malentiendas – dijo ella, con un tono soberbio y un tanto burlón. – Nuestra defensa de la diversidad no aboga por un comportamiento sin restricciones ni por el caos de una anarquía como se cree en los territorios del norte. Esa es una interpretación equivocada, digna de la ignorancia típica de quienes no comprenden lo que significa ser humano: la empatía y el amor – agregó, cambiando su mirada hacia Greta.

– Y es que, combinando la individualidad con nuestra naturaleza empática y amorosa, se logra una sociedad perfecta – agregó él. – Una comunidad en la que cada persona es libre de perseguir sus deseos, pero lo hace con un sentido profundo de altruismo y respeto por la singularidad de los demás –.

Un silencio se extendió por el auto. Gregor, reflexivo, se perdía en el acto meditativo de acariciar su barba mientras sus ojos escrutaban a los presentes. Su mirada estaba impregnada del mismo escepticismo crítico que reservaba para Sam, Tomás y Abraham.

– Si la empatía y el amor es nuestra naturaleza, ¿por qué hay tanta maldad en el mundo? – preguntó al fin Gregor, con un tono retador.

Ambos, Greta y Nikita, soltaron una carcajada larga, burlándose de él con soberbia.

– ¡Eres todo un tontito ignorante! – exclamó Greta y luego miró a Nikita, quien procedió a responder la pregunta.

– La maldad existe porque el sistema permite que exista, no el individuo. Nada más observa aquellos hombres blancos del norte capitalista y religioso. Dicen ver por la gente, pero lo único que hacen es enriquecerse ellos mismos. Como Sam y Tomás, cuya iniciativa “Enseñando a pescar” buscaba acaparar indiscriminadamente recursos. Traicionan al pueblo, y luego, tienen la osadía de decir que los culpables de que la sociedad no prospere, es el individuo y no el sistema que abusa de ellos. Afortunadamente tú te diste cuenta de eso – dijo con tintes de furia y de resentimiento.

– Y entonces, ¿cuál es la solución? – preguntó Gregor intrigado.

– Ya no tan callado después de todo, ¿eh? Ignorante, pero al menos preguntón – agregó él, Greta.

– No seas desesperado, Greg, para allá vamos – agregó ella poniendo sus ojos en blanco. – Ellos, los hombres blancos, inventan la metáfora de la granja porque se consideran los amos de la misma. Alardean la libertad que el sistema provee a los borregos para emprender, para crear, o para salir de la granja. Sin embargo, simultáneamente se aseguran de mantener a la gente confinada dentro del corral ilusorio llamado religión, al que ellos llaman verdad absoluta: el corral de las masas – agregó con un despecho amargo. – Y dentro de esos límites, dictan cómo es que los individuos, dueños de corazones benevolentes, deben actuar y expresarse, mientras que ellos, los hombres blancos, desde su pedestal dorado, drenan la vitalidad del pueblo para saciar sus caprichos degenerados, unos hipócritas profesionales –.

Tras un breve intercambio de miradas con Greta, que parecía corroborar su punto, guardó silencio.

– Esa es la gran diferencia. Conscientes de que el corazón humano es la fuente del amor y la empatía, no imponemos dogmas de comportamientos arcaicos. En su lugar, promovemos una auténtica libertad, creando un entorno en el que cada persona ejerce plena soberanía sobre sí misma. Esto permite que, naturalmente y con el tiempo, su intrínseca bondad y amor se desarrollen y florezcan plenamente – intervino él, Greta, deslizando sus manos sobre las mejillas de su compañera con un toque de ternura. – Libre de vivir su vida como quiera, abarcando desde la expresión de su sexualidad hasta tomar decisiones sobre su propio cuerpo y creencias religiosas: incluyendo el consumo de drogas a elección, cambiarse de género independientemente de su edad, recurrir al aborto tantas veces como sean necesarias, o incluso optar por el suicidio, si así lo desea uno – agregó con un tono melancólico y con una mirada que pareció perderse en sus pensamientos por unos momentos.

– Nos gusta pensar en ello como la libertad del amor – agregó ella, subrayando con su tono de voz el último término. – Es un concepto bellísimo. En lugar de un sistema opresivo, donde las reglas son impuestas por sus dueños, o como diría el anciano artrítico, donde Dios tiene la última palabra, nuestra visión es mucho más liberadora pues lo que realmente importa, es la relatividad de las verdades individuales, no aquellas dictadas por un Dios. Una visión infinitamente más completa –.

Un silencio contemplativo se cernió sobre el vehículo por unos minutos, mientras Greta y Nikita intercambiaban susurros. El vehículo continuó su marcha veloz, sorteando vehículos abandonados.

– Así que, la pregunta para ti, amor, es esta – interpuso Greta, acariciando la pierna de Gregor con una mano – ¿De qué lado de posicionas? ¿Con aquellas que forman parte de la cúpula de poder, que buscan controlar y restringir? ¿O con aquellos que reconocen la capacidad del pueblo para tomar sus propias decisiones? ¿Con aquellos que abogan por la verdadera libertad y emancipación del pueblo? – concluyó, dejando que sus palabras resonaran en el espacio confinado, acercando su rostro y acariciando la mano de Gregor, quien se desplazó discretamente hacia la puerta, buscando un espacio personal más respetado.

– ¿Qué sucede, amor? ¿Hay algo mal? ¿Acaso no te gusto?  – preguntó Greta, preocupado.

– Lo siento, pero no me siento cómodo. No soy homosexual – respondió con un tono tranquilo.

Un silencio tenso se apoderó el vehículo. Ella, Nikita, y él, Greta, adoptaron una expresión seria. Se veían ofendidos. El rostro de Greta reflejaba una ira explosiva y física, característica de los hombres. Nikita, en cambio, lo miraba fijamente con desprecio, la misma mirada que había dirigido a Samuel durante la votación.

El auto giró en U y se detuvo en su destino. Habían llegado.

– Y tú, ¿quién chingados te crees? – dijo Greta agresivamente. – Eres un ignorante. Se nota que tu cerebrito no es capaz de comprender nada sobre la compasión y el amor, ¿verdad? –.

Enfadado, Greta cruzó el asiento de Gregor, le lanzó un codazo intencional a su mentón, y salió del vehículo, azotando la puerta.

– Aún tienes mucho que aprender, Greg – dijo Nikita con un tono desilusionado. – No te preocupes por Greta. Puede ser apasionada, pero su corazón está en el lugar correcto – agregó, acercándose hacia él. – Ahora que estamos solos, quizás podamos hablar más abiertamente – propuso, guiñándole un ojo y con un tono seductor.

Gregor, aún procesando la interacción, asintió ligeramente y se preparó para abrir la puerta, listo para enfrentar el siguiente desafío del día, pero…

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Nikita extendió su brazo con determinación, colocando su mano sobre los genitales de Gregor, de manera audaz. Él, sorprendido y reaccionando instintivamente, apartó la mano con rapidez. Pero Nikita, astuta y calculadora, aprovechó la oportunidad para capturar la muñeca de Gregor, dirigiendo su mano hacia sus senos mientras sus ojos se enlazaban en un intenso juego de miradas.

– Sé que me deseas – susurró ella suavemente, traspasándole su aliento mentolado y montando su regazo como lo había hecho con Greta.

Gregor se encontraba hundido en emociones y deseos enfrentados. La tentación era palpable, pero la conciencia de la manipulación subyacente lo mantenía en un estado de indecisión. Retiró su mano, resistiendo el magnetismo del súcubo.

– La fuerza física de un hombre es una cosa, pero el poder de seducción y la influencia de las palabras de una mujer, son armas que no debes subestimar – dijo Nikita, cambiando su tono a uno más amenazante. – La palabra de una mujer suele tener más peso que la de un hombre en estas épocas. Imagina, por ejemplo, si yo dijera que acabas de intentar abusar de mí. Todos me creerían sin dudarlo. Y después, como representante de Comunicadia, tendría la capacidad de difundir ese rumor por todos los medios de comunicación bajo nuestro control. Eso es verdadero poder, Greg –.

Tras estas palabras, Nikita abrió la puerta del auto, y antes de salir, se acercó al rostro de Gregor, depositando un beso fugaz en su mejilla.

– Piensa en lo que podemos lograr juntos – murmuró con una mezcla de desafío y seducción en su voz. – Y en lo que podemos hacer juntos – agregó, guiñándole el ojo una vez más.

Luego, ella salió del auto, y dejó solo a Gregor.

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