Paralelo – Capítulo 13: Esclavo

Entraron en el mismo sombrío pasillo de la guarida que había recorrido en su primera visita. Sin embargo, esta vez en lugar de descender hacia el salón del espejo, entraron directamente por la puerta de dos hojas de la fachada. Al cruzar la puerta, se encontraron en otro estrecho pasillo ajedrezado y, siguiendo el único camino disponible, se escuchó el eco de un sonido familiar.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

El cuerpo de Gregor se estremeció al instante, convirtiendo su incertidumbre en un miedo profundo. Aunque su mente racional se resistía a aceptar la fuente del ruido, su subconsciente ya lo conocía demasiado bien.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Toparon con pared, giraron a la izquierda y se encontraron de frente con una entrada cerrada, en donde se detuvieron. Un guardia, quien los miró con indiferencia, vigilaba un pesado telón rojo que servía de acceso hacia un lugar desconocido, de cuyo interior emanaban los sonidos que había escuchado.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Mientras esperaban, recuerdos inundaron su mente: algunos fugaces y neutrales, otros tan arraigados que lo abrumaban, provocando una sensación de náuseas. Del otro lado del telón, risas y gritos se escucharon claramente. Eran, inequívocamente, las risas y gritos característicos del mismísimo Chef.

(¡Pum!… ¡Pum!…)

Al oír un silbido desde el interior, el guardia descorrió el telón, revelando un enorme salón iluminado por luces tenues que proyectaban sombras en las paredes, evocando el ambiente de un teatro grotesco. La escena que se desplegó ante ellos era inesperada: la Matriarca, en su imponente trono, azotaba sin cesar un látigo a un Chef arrodillado y desnudo. Los sonidos que habían escuchado en los pasillos eran una mezcla de sus gritos de dolor y su risa maníaca.

< ¿De qué se trata esto? ¿Un castigo, un ritual, un juego, una demostración de dominio? > pensó Gregor.

(¡Whipsh!)

Un grito largo y desgarrador resonó en el salón. La figura que en Astral había sido un monstruo despiadado ahora parecía más un pobre viejo en suplicio.

(¡Whipsh!)

La Matriarca pausó brevemente el castigo y dirigió su mirada hacia el telón abierto. Escrutó a Gregor de arriba abajo con una expresión de enfado y desdén. La brutalidad y aleatoriedad con la que movía sus ojos lo dejó paralizado. Sentía como si ella lo estuviera viendo todo: cada gesto, cada pensamiento, cada emoción, cada movimiento, como si estuviera desnudando su alma. Tras unos segundos, los ojos de ella se encontraron con los de Pluma. Ambos asintieron y, sin mediar palabra, ella reanudó el castigo del Chef arrepentido.

(¡Whipsh!)

Un nuevo grito agudo se elevó, aún más seco y desgarrador que el anterior.

– Debemos irnos – afirmó Pluma con urgencia.

Gregor, sorprendido por su tono, miró por última vez hacia el salón. Ahí, vio claramente el rostro del Chef bajo el castigo. No reflejaba sufrimiento, sino un éxtasis, un placer inesperado. Lloraba y reía simultáneamente, como si en su mente distorsionada, el dolor fuera un ingrediente más de su extraña existencia.

– ¡Todo valió la pena, cada gota de sangre! – gritó el Chef entre carcajadas intensas y prolongadas, dirigiéndose al recién llegado.

Pluma agarró con fuerza el hombro de Gregor.

– Vámonos. Nos estamos retrasando – insistió.

– ¿Retrasando para qué? –.

No hubo respuesta inmediata. Pluma lo miró con una mezcla de lástima y desafío, mientras la risa del Chef resonaba en el fondo.

– Te lo explicaré después, vamos – dijo, tirando de su brazo.

– ¿Escuchaste, Gregor? ¡Valió cada gota de sangre! – se escuchó el grito del Chef a todo pulmón mientras se alejaban por el mismo pasillo por el que llegaron. – ¡Cada una de ellas!  – agregó, soltando una risa larga y decrépita.

Regresaron a través de la puerta de dos hojas y se dirigieron hacia la puerta trasera. Sin embargo, en lugar de salir, Pluma se detuvo para destapar una coladera a un costado de la puerta, cuyas escaleras, penetraban la tierra hacia un túnel subterráneo.

– Baja. Yo te sigo – indicó él, con un gesto hacia el oscuro abismo.

– ¿A dónde vamos? –.

– Te lo diré de camino, perro. Por ahora, sé paciente –.

No existía vía de escape; su única opción era aceptar el destino que se le había impuesto. Gregor, con un suspiro pesado, descendió, seguido por Pluma, por las escaleras, entre cinco a diez metros, invadidos por el olor a tierra mojada.

(¡Tlick!… ¡Tlack!… ¡Tlick!… ¡Tlack!…)

El ritmo constante de gotas de agua impactando contra el suelo resonaba.

Al llegar abajo, Pluma reveló su luz, una antorcha que iluminaba un túnel que se extendía hacia lo insondable.

– La jefa de jefas te ha escogido para una misión; aunque, más que una misión, yo lo llamaría una orden – explicó Pluma, liderando el paso. – Supongo que sabes cómo son las cosas con ella, pero en caso de que no, te lo recordaré. Una vez que ella te elige, no hay escapatoria. Si rechazas sus órdenes, lo más probable es que decida torturarte y luego matarte de la manera más cruel que se le ocurra. Ella te conoce a detalle, así que te recomiendo no intentar una tontería. En resumen, se podría decir que, con tu libre albedrío, tienes dos opciones: cederle a ella tu voluntad o ir directo al infierno, así de simple. Pero mira el lado positivo, perro, aunque solo seas un peón en su juego, eres un peón con privilegios. Considera eso una ventaja por el momento y haz lo posible por no perder ese estatus – concluyó, con una voz impregnada de gravedad, sin dejar de escudriñar la oscuridad que los rodeaban.

(¡Tlick!… ¡Tlack!… ¡Tlick!… ¡Tlack!…)

Mientras Gregor reflexionaba, el sonido de las gotas de agua aún sonaba en el fondo.

– ¿Cuál es mi misión? – preguntó Gregor, masticando las duras verdades de su realidad.

– Los designios de la jefa son un enigma, incluso para sus más cercanos. No confía en nadie y nunca lo hará. Yo, por ejemplo, solo estoy cumpliendo mis órdenes: trasladarte a un sitio. Eso es todo lo que sé. Pero te daré un último consejo: no malgastes energías tratando de descifrar sus intenciones. Es un laberinto sin salida – compartió Pluma, con la sabiduría de quien ha servido toda su vida.

– ¿Qué se espera de mí entonces? – preguntó angustiado.

– Eso no es mi problema, perro, está fuera de mi jurisdicción – contestó bruscamente y acelerando su paso. – Ahora cállate y camina más rápido –.

Un nuevo velo de silencio cayó sobre ellos. Gregor se perdía en sus pensamientos, incapaz de encontrar claridad, como si la vida lo estuviera martilleando incesantemente.

La caminata continuó hasta que el túnel los condujo a otro espacio oscuro y desconocido, las vías del metro arcaico de la ciudad. Era conocido que ciertas estaciones de metro aún conservaban una ventilación funcional. Un caso notable era el reino subterráneo de Yo, cuya característica principal era su vasta red de túneles subterráneos. Pero, además circulaban rumores acerca de otros territorios que poseían pasajes secretos, usados exclusivamente por la gente de poder.

– El enfrentamiento contra el pueblo, donde casi morimos, ¿fue premeditado? – preguntó Gregor.

– ¿Casi morimos? ¿Eso para ti es “casi morir”? – se burló Pluma. – Como ya te dije, es imposible saber si fue intencionado. Quizá no abrió la puerta para darle una lección a la gente o quizá fue por seguridad ¿Qué más da? Pero una cosa te advierto, si vuelves a preguntar tonterías, te vas a arrepentir de la madriza que te voy a poner. Dudo que le preocupe si “te accidentas” en el proceso – agregó con un tono amenazante.

(¡Tlick!… ¡Tlack!… ¡Tlick!… ¡Tlack!…)

El viaje restante fue un silencio sepulcral. Caminaron a lo largo de las vías hasta que llegaron a la siguiente estación, donde subieron el andén y comenzaron su ascenso. Cruzaron los molinetes, la taquilla, y finalmente, salieron al aire libre.

El exterior, rodeado por enormes edificaciones, esculturas prehispánicas y repleto de basura, presentaba una visaje similar a las Ruinas del Sur. En la calle, un hombre de negro se encontraba de pie junto a un auto clásico del mismo color, reluciente como si fuera nuevo. Los estaban esperando.

– Entra – dijo el hombre de negro al encontrarse con Gregor, abriéndole la puerta.

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