Paralelo – Capítulo 34: Señales
Jerome se movía de una manera que nunca había visto desde el día que lo conoció. El usualmente decadente anciano parecía haber recobrado su juventud, sus pasos hacia el metro eran largos y firmes. Aún sentado en el auto, Gregor lo observó con atención hasta que la figura se desvaneció a través de la entrada subterránea, dejando tras de sí un renovado peso de sufrimiento. Las palabras del viejo siempre lograban hacerlo reflexionar. Aunque desconocía sus verdaderas intenciones, la conversación había dejado una marca profunda.
Tras unos momentos, Gregor salió del auto y se dirigió hacia su destino, descendiendo las escaleras hacia Yo, donde sorteó drogadictos tumbados y escenas de caos cotidiano. El discurso que había preparado se había esfumado de su mente, pero eso ya no tenía importancia. El dolor que lo envolvía eclipsaba cualquier preocupación por los juegos de poder.
Cruzó los torniquetes, siendo escoltado por los guardias vestidos de negro hasta llegar a las carretas de propulsión humana. Allí se acomodó en su asiento, iniciando su viaje. Miró los alrededores con la indiferencia de alguien ya familiarizado con las peculiaridades de ese extraño mundo subterráneo. El camino los guio por pasillos distintivos, cuyas paredes, adornadas con grafiti, daban paso a una escena cada vez más densa de negocios sombríos y personajes exóticos. Entre ellos, destacaban dos hombres con los rostros cubiertos de tatuajes y ojos rojos que resplandecían en la penumbra de la esquina donde se encontraba su negocio de brujería.
Aunque la carreta avanzaba lentamente, la sensación era de moverse a gran velocidad, como si la causalidad empujara lo inevitable sin mostrar clemencia alguna. El trayecto los llevó primero a través de la zona comercial, luego por el mercado de alimentos. Gregor se resignaba a sus circunstancias, dispuesto a enfrentar las consecuencias de su ineludible destino, pero al adentrarse en la zona habitacional, una voz susurrante y etérea, lo arrancó de sus reflexiones internas.
– Ven… Ven hacia mí… Encuéntrame – resonó lentamente. – Sabes dónde encontrarme… No lo dudes… Ven ahora… Tienes que venir en este momento… – insistía la voz.
La multitud a su alrededor parecía ajena al susurro, pero para él, era tan clara como el agua cristalina. Estaba perplejo, sin saber dónde dirigirse ni cómo localizar al susurrador.
– Sigue las señales… No lo pienses más… Ven hacia mí –.
Miró a su alrededor, pero no vio nada inusual, solo a la gente sumergida en su día a día: unos tendidos en el suelo, otros en disputas ebrias, familias cocinando, y personas durmiendo amontonadas en colchones individuales. Era el escenario al que ya estaba acostumbrado. No había ninguna señal.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
De repente, otro sonido peculiar capturó su atención. A su derecha, el aleteo de un ave resonó, tan etéreo como el susurro que había oído antes. Gregor se giró rápidamente y, al localizar el origen del sonido, quedó maravillado: era un búho, idéntico al que había encontrado en su refugio, deslizándose con sus alas silenciosamente entre los pasillos subterráneos en dirección contraria. Su sorpresa no tenía límites, pues sabía que el vuelo de estos pájaros era inaudible y, sin embargo, había escuchado sus alas con una nitidez diáfana.
– No lo pienses más… O morirás… Ven ahora… ¡Ven!… – urgía la voz.
Gregor evaluó rápidamente su situación. El guardia que lo llevaba parecía concentrado en su trabajo, acarreando lentamente.
< ¿Qué señal? ¿El búho? > pensaba, incrédulo. < Podría saltar y seguir su vuelo, pero… ¿Cuáles serían las consecuencias? Podrían ser peores que quedarse y enfrentar mi destino >.
– ¡Deja de pensar!… ¡Es ahora o nunca!… ¡Debes encontrarme!… ¡O morirás! ¡Sigue las señales! –.
Una oleada de energía invadió su estómago, la misma energía que sintió cuando encontró a Octavio, esa energía impulsiva que surge cuando una decisión crucial debe tomarse en milisegundos, bajo la presión de circunstancias imposibles.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Sin pensarlo más, saltó y corrió con todas sus fuerzas hacia la dirección en la que había visto al búho, sin siquiera mirar atrás. Se adentró por pasillos laberínticos, ascendió y descendió escaleras, y pasó junto a decenas de negocios y personajes inusuales. Empujado por un pánico creciente, recorrió lo que parecieron kilómetros, sus ojos escudriñando cada rincón en busca de otra señal. No obstante, a pesar de su esfuerzo, el ave se había esfumado sin dejar rastro.
< ¡Qué has hecho! ¡Mierda! ¡Por qué lo hiciste! > se preguntaba con desesperación mientras seguía recorriendo el mundo de Yo.
Transcurrieron varios minutos en un silencio absoluto. Gregor se encontraba desorientado, vagando por pasillos desconocidos, sin tener la menor idea de cómo encontrar la salida. Además, la voz se había apagado y el búho había desaparecido.
< ¿Por qué diablos lo hiciste? ¿Por qué hiciste caso a una voz inexistente? > se reprochaba en medio del bullicio urbano.
Continuó su búsqueda durante unos minutos, esperando desesperadamente otra señal que se negaba a manifestarse. Finalmente, exhausto y perdido, se arrodilló, apoyando las manos en el frío y sucio suelo.
< ¿Por qué eres tan idiota? ¿Por qué lo hiciste? > pensaba, golpeando el suelo y estremeciéndose por el llanto.
Gregor era consciente de que era cuestión de tiempo antes de que alguien lo encontrara y tuviera que enfrentarse a las repercusiones de su acto impulsivo. A lo lejos, innumerables ojos de personajes extraños de todas las edades lo observaban, testigos mudos de la caída emocional de un extraño. Los dueños de los establecimientos cercanos se asomaban con curiosidad, murmuraban entre ellos y lo apuntaban disimuladamente. Sin embargo, entre la multitud, una presencia destacaba: un hombre con cuernos implantados, dientes falsos que evocaban a los de un demonio, el rostro tatuado en negro y repleto de piercings, fijaba en él una mirada intensa. Gregor no podía discernir sus intenciones, pero algo en su interior le instaba a desconfiar de esa figura casi demoniaca, como si estuviera siendo perseguido y observado por una presencia malévola. Sintiéndose abrumado, cerró los ojos, rindiéndose ante el caos envolvente de Yo. Y justo en ese momento…
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Sintió una mano firme en su hombro.
– Gregor – dijo una voz grave, pero juvenil.
Al abrir los ojos, se encontró cara a cara con una figura familiar.
– ¡Igor! ¡Estás vivo! – exclamó Gregor, reflejando el alivio de quien encuentra una luz en el abismo.
– Ven, sígueme – ordenó Igor, ayudándolo a levantarse y sin mostrar signos de sorpresa.
Navegaron juntos a través de la maraña subterránea. Gregor mantenía el ritmo, siguiendo de cerca a Igor, quien parecía conocer a la perfección el lugar. A pesar de no verse por meses, no dijeron una sola palabra a lo largo de su travesía. Después de varios minutos, el final de su recorrido se materializó en forma de las escaleras que conducían hacia la salida. Allí, Igor, con una sonrisa melancólica, extendió su mano señalando hacia la luz que se filtraba desde el exterior.
– Estás vivo, amigo – exclamó Gregor, aliviado y feliz de verlo, dándole un abrazo.
Igor no respondió, solo lo miró con ojos cargados de tristeza y culpa.
– ¿Qué haces aquí? – insistió Gregor.
– Eso no importa ahora. Debes irte de inmediato, te están siguiendo – respondió con una urgencia que se veía en sus ojos.
Gregor se quedó plantado, absorbido por el encuentro inesperado.
– Runa. Sabes lo que sucedió, ¿verdad? – preguntó.
Igor no respondió de nuevo, pero su mirada profundizó su tristeza.
– ¿Por qué no volviste? –.
– ¡Malditas seas, Gregor! ¡Basta de preguntas! ¡Debes irte ahora! – estalló con una desesperación evidente.
Igor escudriñaba Yo, como buscando algo. Gregor lo estudiaba a él, tratando de descifrar la historia del hombre desaparecido, pero…
Súbitamente, el rostro de Igor se transformó. La culpa y la impaciencia dieron paso a un miedo visceral. Gregor siguió su mirada y…
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Pluma, con una mirada intensa, corría hacia ellos.
– ¡Corre! ¡Lo más rápido que puedas! – gritó Igor.
Gregor dudó un instante.
– ¿Qué esperas? ¡Yo te cubro! ¡Apúrate! – insistió con desesperación.
Sin pensarlo más, echó a correr, dejando a su amigo a merced de Pluma.
Subió las escaleras a toda velocidad, activando su cronómetro justo antes de emerger a la superficie, donde fue recibido por un sol rojizo que lanzaba sus rayos inclementes sobre los drogadictos tumbados en el Deshuesadero de Pasarela.
2:00:00… 1:59:59… 1:59:58…
Sin un destino claro ni un plan, descartó la idea de regresar a su refugio sabiendo que sería una trampa mortal. Consideró dirigirse al norte, pero descartó también esa opción, consciente de que los espías de la Matriarca tarde o temprano lo encontrarían. Entonces, sin alternativas viables y sin tiempo que perder, eligió la única dirección posible: Las Ruinas del Sur.
Corrió por un largo tiempo bajo los intensos rayos del sol, deteniéndose brevemente para recuperar el aliento. En su camino, vio exiliados moribundos y pequeñas criaturas de madera vagando entre autos oxidados. Aunque podría refugiarse en alguna zona de baja toxicidad, no quería pasar el resto de sus días en la soledad de aquel lugar infame, así que hizo lo único que recorrió su mente. Siguió corriendo hacia el sur, más hacia el sur de lo que jamás alguien haya llegado. Pasó por el cruce donde había visto a Shiva por primera vez, por el edificio donde había encontrado la hoja de periódico sobre el cambio climático, incluso más allá de los límites conocidos en sus búsquedas de información. Le daba igual si moría por la toxicidad. Al menos se libraría de la tortura que le esperaba si Pluma lo encontraba.
15:23… 15:22… 15:21…
Al mirar su reloj, se percató de su profunda soledad, en un rincón olvidado del mundo, un lugar donde ser hallado era una mera fantasía. Así, su apresurada carrera se transformó en un andar reflexivo. Se encontró rodeado por un paisaje de inusitada belleza: imponentes edificaciones, esculturas desbordantes de lujo y parques que mostraban historias de tiempos antiguos. Era un universo en sí mismo, un santuario de soledad envuelto en una belleza surreal, casi onírica.
Su exploración unidireccional lo llevó hasta el borde de un inmenso barranco, una grieta colosal que se extendía de este a oeste, más allá de lo que alcanzaba la vista. La magnitud de esta barrera natural imponía un límite abrupto a su camino, desplegando un vasto abismo que parecía engullir el suelo. Exhausto, se sentó en el borde, balanceando sus pies en el vacío, mirando su cronómetro y hacia las profundidades insondables.
00:03… 00:02… 00:01…
Su tiempo se había agotado. Sin embargo, para su sorpresa, a pesar de la toxicidad del lugar, se sentía físicamente agotado pero libre de síntomas dañinos.
Se quedó allí, suspendido por el tiempo, su mente despejada y absorto en el paisaje. Por primera vez en mucho tiempo, experimentó una calma profunda. El viento soplaba su melodía, y sus notas musicales, rosaban suavemente contra la piel de su rostro. No era una melodía alegre ni triste, simplemente existía, produciendo una sensación de un vacío rebosante, por decirlo de una manera. Luego, cerró los ojos y dirigió su rostro hacia el cielo rojizo, disfrutando el momento.
(¡Pluck!…)
– ¡Agh! – chilló Gregor, sintiendo una aguda mordedura en su espalda baja.
Calor y humedad se esparcieron por su piel mientras su sangre se escurría hacia el suelo. Giró hacia atrás, pero antes de poder ver lo que sucedía…
(¡Pluck!…)
Sintió otra mordedura, esta vez en su brazo derecho, justo debajo del hombro.
A unos veinte metros, Pluma avanzaba, sosteniendo un conjunto de shuriken que brillaban entre sus dedos. Se movía con la gracia de un depredador, inalterado por la fatiga, y reflejando una ferocidad animal.
– ¡Por fin te encontré, perro! – vociferó, acercándose. – ¡No tienes escapatoria! –.
Gregor se levantó, removiendo los shuriken incrustados en su piel y sintiendo una oleada de energía renovada, preparándose para dar su última batalla.
– Antes de matarte, debes saber que tu amigo murió por tu culpa – se burló Pluma con una risa siniestra. – Igor… fue tan fácil acabar con él… como un niño indefenso –.
Gregor permaneció callado, adoptando una postura defensiva, listo para el enfrentamiento.
– Y contigo será aún más fácil – amenazó Pluma.
– Estoy listo para morir. Pero si te queda algo de honor, enfrentémonos en una pelea justa, mano a mano, nada de armas – desafió Gregor.
A solo cinco metros de distancia, Pluma se estremeció con una risa burlona que resonó por el sitio desolado.
– ¿Crees que eso cambiará algo? – se mofó, tocándose la frente y el estómago. – Eso solo extenderá el sufrimiento de tu muerte. Pero si así lo quieres, perro, tus deseos son órdenes –.
De inmediato, Pluma se lanzó hacia él. Gregor respondió lanzando una combinación de golpes rápidos, pero Pluma los esquivó con agilidad, sonriendo con un aire de superioridad.
– No entiendes, ¿verdad? Soy infinitamente más fuerte que tú. Nací para ser un guerrero impecable, para ser capaz de asesinar a quien sea. Para eso he entrenado toda mi vida –.
Gregor atacó de nuevo: dos jabs izquierdos seguidos de un gancho derecho. Pluma los esquivó nuevamente y, aprovechando un descuido, golpeó con fuerza el hígado de su contrincante, quien, dolorido, cayó de rodillas. Pluma se rio y esperó, permitiendo que su contrincante se recuperara.
– ¡Vamos! ¡Inténtalo otra vez! ¡Dame todo lo que tienes! – desafió Pluma, adoptando ahora una postura de muay thai.
Gregor se puso de pie y se lanzó de nuevo hacia adelante, lanzando un jab derecho, un gancho izquierdo y un uppercut derecho, pero Pluma, esquivando todos los golpes, respondió con un golpe certero en la cara y una patada al estómago que le robó el aliento. Cayendo de nuevo al suelo, se apoyó en sus manos. Sudor recorría su frente, goteando contra el pavimento.
– ¡Qué entretenido! – exclamó Pluma. – ¡Esto es como una película! Lamentablemente para ti, aquí no hay final feliz. ¡Levántate, perro! ¿O acaso ya quieres que acabe contigo? ¿Acaso ya quieres morir? –.
Gregor se puso de pie una vez más, tambaleante y desorientado por los golpes recibidos. Su visión estaba borrosa, y su respiración, entrecortada. Al enfocar su visión, vio a Pluma acercarse. Instintivamente, retrocedió hacia el borde del barranco, lanzando una mirada al abismo.
– Ni lo pienses – advirtió Pluma con firmeza. – La única muerte honorable para un guerrero es luchando hasta el final, dándolo todo de sí mismo, no huyendo como un cobarde. ¿Acaso eso es lo que quieres? ¿Morir como un maldito y mísero cobarde? –.
Sin rendirse, y con una nueva sensación de enojo, Gregor se lanzó nuevamente hacia Pluma, pero antes de que pudiera lanzar un solo golpe, fue derribado por una combinación mortal de ataques, cada uno más fuerte que el otro. Cayó de espaldas, con sangre tiñendo su rostro y boca. Su visión se oscurecía gradualmente, al borde del desmayo.
– Parece que ahora sí estás listo para morir – dijo Pluma con una voz calmada y grave. – Pero como todo buen guerrero de película, te concederé unos últimos instantes para que digas tus últimas palabras. ¿Tienes algo que decir? – inquirió, caminando alrededor de Gregor, quien yacía en el suelo, respirando con dificultad y escupiendo sangre. – Todos tienen algo que decir. ¿Seguro que deseas mantenerte callado? – insistió. – Un deseo, un insulto, cualquier cosa –.
– Sí… quiero decir… algo – balbuceó Gregor, luchando por respirar. – Pero permíteme… levantarme… –.
Con un esfuerzo sobrehumano y dolor en cada músculo, se puso de pie, apoyándose en sus rodillas.
– ¿Y bien? – cuestionó Pluma, impaciente.
Gregor se giró hacia él, alistándose para hablar. Sin embargo, justo cuando abrió la boca, algo detuvo sus palabras.
(¡Pum!… ¡Pum!…)
Entonces, como surgida de un sueño, una mariposa de madera apareció, revoloteando en un vuelo caótico y fascinante a su alrededor. Sus alas, aparentemente talladas en madera con una maestría artesanal, batían al ritmo de un ballet aéreo, pintando el aire con destellos turquesa. Aunque el vuelo de la mariposa duró apenas unos segundos, para Gregor se sintió eterno, como si el tiempo se hubiera dilatado, capturando ese instante en un momento de belleza. Y, cuando el instante mágico tocó su fin, la mariposa ascendió grácilmente, disolviéndose en el aire como si fuera parte de un sueño, dejando a Gregor con la sensación de haber presenciado algo trascendental y fugaz, un secreto revelado solo a sus ojos, una señal.
– Lo que… quiero decir… – dijo, siguiendo con la mirada la trayectoria de la mariposa. – Lo que quiero decir es que…
En un movimiento repentino, giró ciento ochenta grados, cerró los ojos y se lanzó al vacío del barranco.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!