Paralelo – Capítulo 7: Plan B
A pesar de su cansancio, Gregor no lograba dormir profundamente. Solo conseguía dormitar brevemente, cada vez despertando de sueños febriles y perturbadores. Yacía en su colchón, inundado por imágenes fugaces que le impedían concentrarse en otra cosa. Intentaba hacer sentido de los eventos recientes, desde el obelisco humano, pero no lograba conectar los puntos, como si cada suceso fuera aislado del resto.
(¡Shiiik!…. ¡Shiiiik!…)
Permaneció tumbado casi veinte horas, hasta que una necesidad imperiosa lo obligó a levantarse y comer algo. No tenía hambre, pero sabía que su cuerpo necesitaba nutrientes.
(¡Shiiik!…. ¡Shiiiik!…)
Al abrir una lata de verduras y sentarse en su escritorio, intentó comer, pero su cuerpo rechazó el alimento. Se sentía débil, desconectado de sí mismo, y vacío, como si sus objetivos arqueológicos y el sentido de su vida se hubieran desvanecido. Como escape, intentó concentrarse en el fragmento visual del mundo exterior que su ventana le ofrecía, pero el silencio insoportable desviaba su atención, regresándolo inevitablemente a la maraña de su pensamiento.
(¡Shiiik!…. ¡Shiiiik!…)
Imágenes aterradoras lo asediaban: ella en su trono, el piso ajedrezado, los guardias, el dolor, los olores, los sabores, y las sensaciones. Además, pensamientos sobre Runa y el niño lo atormentaban. Quería saber cómo se encontraban, pero tan solo la idea de dar explicaciones sobre lo sucedido en la guarida, le impedía encontrarse con alguno de ellos, o de alguno de sus conocidos.
(¡Shiiik!…. ¡Shiiiik!…)
Necesitaba escapar de su propia mente, salir al exterior y vagar sin rumbo, pero su cuerpo, extremadamente agotado, no respondía. Volvió a recostarse, atrapado en un ciclo de recuerdos y preguntas sin respuesta, una espiral de confusión y desesperación.
(¡Shiiik!…. ¡Shiiiik!…)
Después de horas de mantenerse acostado, con un impulso sobrenatural, se encontró observando el libro que tanto había evitado mirar. No quería reavivar sus recuerdos, pero tal vez sería una fuente de distracción. Luego, se levantó, tomó el libro, y se sentó en la silla frente a su escritorio.
La portada mostraba un animal. Ojos saltones y penetrantes que destellaban una mirada amenazante, patas con grandes garras afiliadas como dagas, y un cuerpo cubierto de plumas suaves y relucientes. Lentamente lo abrió y, para su sorpresa, una carta escrita a mano se deslizó hacia el escritorio. La tinta, aún fresca, había emborronado ligeramente las palabras. Se esforzó en desviar su atención en descifrar la caligrafía, encontrando cierto alivio en el desafío.
Animales y humanos. Una línea que para muchos no existe, y que para otros está hecha de un material indestructible ¿Quién tiene la razón? Ambos. El Homo-sapiens es consecuencia de la dirección evolutiva de la vida, razón por la cual es considerado un animal. Pero a diferencia de los demás seres vivos, el humano ha desarrollado una habilidad que ningún otro posee. Nuestra capacidad de crear historias y creer en ellas. En historias que nos permiten describir y explicar la realidad, o en historias que nos engañan con intenciones de manipular nuestra forma de pensar. Historias escritas por héroes a los que su gente conoció como villanos. Historias escritas por villanos a los que su gente conoció como héroes.
¿Y tú? ¿Cuál es tu historia? ¿Cuál quieres que sea tu historia? ¿Héroe o villano?
Un contraste de emociones bulló en su interior. Era evidente que el autor del mensaje sabía cómo resonar con sus sensibilidades más profundas. Por un lado, se sentía incapaz de identificarse plenamente ni como héroe ni como villano. Su inacción y su falta de valentía lo excluían de ambas categorías, enviando así un mensaje aún más impactante. Por otro lado, el contenido de la carta contrastaba drásticamente con sus recientes vivencias bajo un régimen autoritario, lo cual provocaba en él un fuerte rechazo hacia un mensaje que, en otras circunstancias, podría haberle sido beneficioso.
Tras una pausa, aún con el mensaje resonando en su mente, Gregor hojeó el libro con rapidez, maravillándose ante las diversas formas y colores de todos los animales extintos que aparecieron en el árbol evolutivo y que alguna vez poblaron la Tierra. Su atención se capturó tanto por criaturas tan diminutas que desafiaban la percepción a simple vista, como por seres de tal magnificencia que sus siluetas parecían provenir de las páginas de un libro de fantasía.
Al cabo de una hora de grata distracción y embargado por el anhelo de respirar aire fresco, decidió salir al exterior. Se equipó con su chamarra y sus cuchillos caseros, preparándose para zambullirse en el surrealismo de las calles urbanas, armado y alerta, pero antes de salir de su departamento, una voz en la calle sonó con fuerza.
– ¡No! ¡Es una pésima idea! – se escuchó un grito agudo. – ¡Runa ven acá! –.
O tal vez su pequeño paseo tendría que esperar. Bajó apresuradamente las escaleras, atravesó el vestíbulo y se detuvo en el umbral, encontrándose con una discusión en plena calle.
– ¿Qué haces? ¡No seas tan impulsiva! ¡No vale la pena! – gritó Tara aferrándose a Runa con el peso de su cuerpo.
– ¡Suéltame! ¿No ves que no hay alternativa? – contestó Runa, empujándola desesperadamente.
Al ver a Gregor, ambas mujeres detuvieron su disputa.
– ¿Vecino? – preguntó Runa, sorprendida.
– ¿Vecino? ¡Estás vivo! – exclamó Tara, corriendo hacia él, abrazándolo enérgicamente y envolviéndolo con un aroma floral.
Runa le dio una golpe amistoso en el brazo, ambas aliviadas y contentas de verlo.
– ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¡Dinos! ¡Pensamos que estabas muerto! ¿Estás bien? ¡Cuéntanos! ¿Qué sucedió? – inquirió Tara con un fervor que reflejaba la vivacidad de su personalidad.
Las delicadas líneas de su rostro, salpicadas por numerosas pecas, se enmarcaban bajo unas cejas definidas y expresivas. Sus ojos, de un verde intenso, parecían bailar al compás de las decenas de emociones que experimentaba con cada segundo.
– Es una larga historia – dijo Gregor, pensando en cómo desviar el tema. – ¿Cómo está el niño? – agregó con una curiosidad tímida.
– Tavo está bien – agregó Runa. – Un joven de buen corazón me ayudó el día que desapareciste. Lo llevamos con Igor, y resulta que solo estaba desnutrido y falto de energía. Jerome se está haciendo cargo de él desde hace dos semanas en lo que descubrimos qué hacer con…
– ¿Dos semanas? – interrumpió Gregor pálido y desconcertado.
Un tenso silencio se cernió sobre ellos, durante el cual ambas mujeres clavaron sus miradas en él, sorprendidas y expectantes, como si en sus ojos se gestara la demanda de una explicación.
– Bueno, explíquenme por qué tanto alboroto aquí afuera – preguntó, desviando el tema y evitando ahondar en su experiencia.
Hubo otro silencio momentáneo. Ambas lo veían con escepticismo. Sabían que algo ocultaba.
– Igor está desaparecido – dijo con una voz suave Runa y temblorosa. – Hace cinco días que no sabemos de él. El día que desapareció, en la mañana, me comentó que tenía que atender a un cliente en “Yo”. Ya ves cómo son los medios donde se mueve, de mucho dinero y de mercancía turbia. Pero después de eso, ya no regresó – agregó con voz entrecortada.
Gregor, testigo por primera vez de la fisura en la resiliencia emocional de Runa, se quedó reflexionando.
– Creo que fue a Astral en la Línea Café, con el Chef, a atender a algunos de sus súbditos, pero no estoy segura – dijo Runa.
– Y esta loca quiere ir hablar con él – agregó Tara, con evidente irritación.
– ¿Qué? – exclamó Gregor preocupado. – Si sabes que…
– Sí, ya lo sé. Pero… ¿Qué otra opción tengo? ¿Quedarme aquí? ¿Esperando? – replicó Runa con una voz cargada de desafío y frunciendo su ceño.
– O podemos planear algo juntos, y te ayudamos en lo que necesites – dijo él, intentando calmar la situación.
– No. No puedo esperar más que se hace tarde. Yo ya tengo un plan. No necesito su ayuda, no los necesito, son un estorbo. Estoy más segura yo sola – dijo Runa con determinación mientras analizaba el reloj que tenía en su muñeca.
Un silencio incómodo se apoderó del grupo. Tara miraba a Gregor, esperando una reacción, pero él, abrumado por la maraña de sus pensamientos, no pudo ofrecer una solución.
– Bueno, no se diga más, entonces me voy. Hasta mañana o hasta nunca – dijo Runa, despidiéndose como siempre lo hacía y marchando hacia Pasarela.
– ¿Y cuál es el plan? – gritó Gregor a una Runa que se alejaba.
No hubo respuesta.
– ¡Runa! ¡En una pésima idea y lo sabes! ¡Regresa! ¡Gregor, di algo! – gritaba Tara.
Ambos observaron la figura de la mujer desaparecer entre la densa neblina del día.
– ¡Muchas gracias por tu ayuda! – le reclamó Tara, enfadada.
– Supongo que tendremos que seguirla – concluyó él con resignación.
– ¡No me digas! – replicó sarcásticamente, y siguiendo el rastro de Runa.
Los tres vivían en un edificio modesto bajo la administración de Jerome, un anciano conocido no solo por su generosidad y una historia personal envuelta de misterio, sino también por su distintivo color de piel gris ceniza. Esta última característica era propia de un grupo minoritario muy selecto, cuyos miembros poseían una notable resistencia a la toxicidad ambiental, distinguiéndolos claramente del resto de la población. La mayoría de los pieles grises ocupaban posiciones de élite en el territorio subterráneo y anarquista, Yo. Jerome, sin embargo, era una excepción notable: tras desertar orgullosamente de aquel grupo de élite, se dedicaba a la renta de apartamentos a precios asequibles en Anigma, con una preferencia por inquilinos solitarios. “Es la única manera de controlar el griterío de las peleas familiares o de pareja”, solía decir con frecuencia cada que un nuevo inquilino mostraba interés en alguno de sus departamentos. Rara vez se le veía fuera de su recinto, en el primer piso, excepto en sus rutinarias salidas dominicales para cobrar rentas y recibir provisiones. Aunque su vida era un misterio, los tres lo tenían el alta estima. Por ejemplo, a Runa y a su novio, Igor, les rentó un apartamento en el segundo piso a un precio muy bajo, a pesar de su regla contra las familias. A Tara, le había prestado dinero en varias ocasiones, a pesar de saber que probablemente no lo recuperaría. Y a Gregor, por su parte, siempre le ofrecía palabras que lo hacían reflexionar.
Siguiendo a Runa, caminaron en silencio por las desoladas calles, no por elección, sino porque seguir el paso apresurado de su guía de ojos grises les impedía concentrarse en un tema de conversación. Gregor, aunque nervioso por el plan desconocido, confiaba en la meticulosa habilidad de Runa como ingeniera. No era alguien que tomara decisiones a la ligera, pero era posible que estuviera sobre reaccionando por tratarse de Igor. Su amor profundo por él la impulsaba no solo a esforzarse sin descanso en pulir sus defectos, sino a querer controlar hasta los mínimos detalles de su vida. Sin embargo, también sabía que era un esfuerzo fútil, pues era consciente de que Igor jamás alcanzaría sus exorbitantes expectativas y que su relación, tarde o temprano, terminaría. Igor, por su parte, también amaba a Runa a su manera. Su enfoque distante y frío, con una prioridad desmedida en los negocios, generaba constantes tensiones en la relación. Como médico renombrado y muy solicitado, siempre justificaba su distanciamiento diciendo: “Es lo que nos da de comer”, antes de salir a atender políticos o clientes de moral cuestionable en lugares exclusivos. Su relación era lo que ellos denominaban “complicada”, una dinámica marcada por una competencia constante, a veces rayando lo patológico. Pero, a pesar de todo, los breves momentos de felicidad que compartían les ofrecían suficiente motivación para persistir en esa lucha desorientada, en esa batalla contra sus propios egos.
Al llegar a Pasarela, descubrieron con sorpresa que la calle estaba desierta. A pesar de su nombre inquietante, Pasarela era más que un simple camino hacia las Ruinas del Sur; era una arteria que conectaba la ciudad, ramificándose hacia diversos poblados hacia el norte. Durante su caminata de dos horas, no se encontraron con alma alguna, un silencio que terminó al alcanzar el apodado “Deshuesadero”, la entrada hacia Yo.
El apodo surgía de la fúnebre realidad del lugar: a menudo se veían personas desplomadas en el suelo, algunas víctimas del alcohol, otras de drogas, y algunas pocas, muertas. Circulaba el rumor de que, con suerte, uno podía toparse con un desdichado ahogado en su propio vómito. “Pero nunca uses su hígado ni sus riñones, esas madres están podridas” decían.
– ¡Shhh! ¡Escóndanse! – susurró Runa al acercarse a la entrada subterránea de la Línea Café, ocultándose detrás de una pared. – Llegamos justo a tiempo, ahora cállense – agregó Runa, observando un reloj plateado.
Gregor y Tara se miraron, confundidos, preguntándose qué sabía Runa que ellos no. Ambos encogieron los hombros en señal de desconocimiento.
– ¿A tiempo de qué? ¿Nos vas a decir de qué se trata tu plan? – exclamó Gregor con una irritación que despertó a uno de los vagabundos drogados de la calle, quien, al mirarlos, se quejó, y se volvió a dormir.
No hubo respuesta, sin embargo, pasos se hicieron audibles desde el interior de la Línea Café, alguien ascendía las escaleras. Runa, con una sonrisa astuta, se asomó cuidadosamente desde su escondite. Apareció entonces una figura conocida por todos: la Bestia, un esclavo que llevaba pesadas mercancías hacia Anigma. Era el guardia más bizarro y famoso de la zona. Su apariencia era inquietante, con un cuerpo tan mutilado que perdía su forma antropomorfa. Sin brazos, llevaba incrustada en su espalda una caja metálica para transportar objetos por orden de su antiguo dueño. Pero lo más perturbador era su rostro desfigurado, sin cachetes ni labios, dejando sus dientes y lengua permanentemente a la vista, otorgándole su famoso aspecto bestial. Actualmente, trabajaba para la Matriarca, quien le había proporcionado un trato más benevolente y lo había convertido en un guardia leal.
En un giro inesperado, Runa empujó a Gregor hacia adelante una vez la Bestia había subido el último escalón del mundo subterráneo y había cruzado la calle, haciéndolo visiblemente expuesto. Confundido y molesto, Gregor frunció el ceño y adoptó una postura de combate, listo para enfrentar lo que consideraba una traición.
– Gregor, por favor no vayas ¿No ves lo peligroso que es hablar con el Ch… – dijo Runa en voz alta, dejando inconclusa su frase y guiñándole un ojo.
La Bestia, sorprendido al reconocerlos, se detuvo abruptamente, intercambiando miradas con los tres. Quedaron inmóviles, confrontados por los ojos salvajes que los escudriñaban con atención plena. En el momento en que la Bestia avanzó un paso hacia ellos, Runa se lanzó en una carrera frenética, descendiendo hacia el mundo subterráneo.
– Vamos, rápido, apresúrense – susurró antes de desaparecer.
Gregor y Tara la siguieron sin dudar. La Bestia, alerta tras presenciar la escena, se apresuró a alcanzarlos. A pesar de la carga pesada en su espalda, sus piernas robustas le permitían dar zancadas monstruosas.
– ¡Corran! ¡Corran! – instaba Runa, mirando hacia atrás repetidas veces.
Corrieron lo más rápido que pudieron, descendiendo por una escalera que parecía interminable. Sin detenerse, saltaron los torniquetes de acceso con una agilidad desesperada, adentrándose en un laberinto de pasillos subterráneos. Estos corredores, embellecidos por un sinfín de grafitis, estaban bañados en una luz de neón de diferentes colores que les confería un ambiente sombrío. Avanzaron entre negocios de dudosa legalidad y se cruzaron con personajes que, con sus atuendos extravagantes y auras misteriosas, parecían haber escapado de las más vívidas y horrorosas pesadillas, cada uno más bizarro y fascinante que el anterior.
Con cada zancada, la Bestia, que aún los perseguía con una velocidad implacable, se acercaba. No obstante, gradualmente, la densa multitud que poblaba el mundo subterráneo jugó a su favor, permitiéndoles desaparecer de su vista. Finalmente, al alcanzar la entrada de Astral, se encontraron solos, solamente rodeados por la gente que frecuentaba aquel bar infame.
Tara y Gregor, jadeaban exhaustos, mientras Runa, imperturbable, no mostraba ni una gota de sudor.
– Plan B, ejecutado a la perfección – dijo Runa con un tono de soberbia al llegar a su destino.
Astral: Sede Central
Decía en un letrero de neón en la fachada. En contraste con la modesta sucursal de Anigma, este lugar se erigía como un coloso. Con una puerta metálica vaivén de un rojo vibrante, marcaba el inicio del camino hacia la perdición.
– ¿Plan B? ¿De qué estás hablando? – estalló Gregor, visiblemente confundido y enfadado.
Su discusión atrajo la atención de los transeúntes cercanos, que los miraron con indiferencia.
– Según lo poco que sabemos, la Matriarca está interesada en ti, vecino. Esto lo acabamos de confirmar. La Bestia intentó seguirnos, pero al no lograrlo, lo vi deshacerse de su carga y cambiar de dirección hacia Anigma – explicó Runa con un tono triunfal.
– Se fue a informar a la Matriarca – concluyó Gregor, pensando a detalle los acontecimientos.
– ¡Exacto! Pase lo que pase aquí, vendrán por nosotros, y eso nos da una ventaja. Los estamos tomando por sorpresa y sabemos que estamos en su radar, que somos valiosos para ellos. ¿Qué más podríamos pedir? Los tenemos amarrados como puercos, y en esa posición, cometerán errores – concluyó Runa.
– ¿Por qué no nos dijiste tu plan? ¿Estás improvisando? – preguntó Gregor, aún furioso.
– ¡Ay, vecino! Eres un pésimo actor. Era mejor que la Bestia te viera genuinamente confundido, a que te viera actuando – replicó Runa, evadiendo la segunda pregunta, y luego sonrió.
Tara no pudo evitar soltar una risa corta.
– Me tienes harto con tus planes en solitario, Runa – exclamó él, elevando la voz y despertando a otro borracho que yacía tumbado frente al bar. – ¿Me vas a decir al fin qué venimos a hacer aquí? –.
– Eso era solo parte del Plan B. Tranquilízate un poco. Vinimos a hablar con el Chef. No mentía antes; solo que yo seré quien hable con él. Y si algo sale mal, la Matriarca nos buscará –.
– ¿Qué? – preguntó él, con una mezcla de incredulidad y frustración.
Su mente, aún abrumada por horribles imágenes, era incapaz de hilar las ideas de su plan.
– Todavía podemos regresar, Runa. Esto es una mala idea – intervino Tara.
– Yo me encargaré de hablar con él. Ustedes no se preocupen, tengo todo bajo control – afirmó Runa con confianza.
Acto seguido, atravesó por la puerta vaivén del bar, dejando escapar hacia ellos el bullicio del interior: una mezcla de voces, risas y gritos.
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